capítulo 1

1.9K 154 48
                                        

— ¡Julián! Entra ya mismo a bañarte. — gritó mamu Gómez desde la cocina mientras cortaba papa para la ensalada rusa.

Ya era 24 de diciembre y muy pronto llegaría el resto de la familia para comenzar con los preparativos para la noche.

— ¡Julián! Te lo vuelvo a repetir y te voy a buscar con el cinto. — repitió con cansancio, mirando hacia el patio donde su hijo menor salía de la pileta y se encaminaba hacia él.

— ¡No es justo! Sos re malo, no me dejas jugar. — se quejó el infante con una pronunciación de mierda, frunciendo el entrecejo y cruzando sus brazos.

— Jugaste toda la tarde, nene, en un rato van a llegar tus tíos y vos estás todo mugriento. — siguió cortando las verduras, intentando mantener la calma para no matar al menor. — Raja al baño, dale.

Julián le dedicó su mejor cara de culo y luego de levantar sus hombros y mostrarle la lengua a su progenitor, se dirigió al baño arrastrando los pies por el suelo con enojo.

Mamu suspiró pesadamente, le tenían los huevos llenos.
No tardó en dejar los alimentos a un lado y dirigirse al baño para ayudar a su hijo. Después de todo, no quería terminar en cana porque el salame se había ahogado bañándose.

— ¡Buenaaas! Ya volví. — avisó Rodrigo entrando a su hogar y cerrando la puerta detrás de sí. — ¡Papá! ¿Dónde chota están?

Al no encontrar a nadie en la cocina, supuso que estarían en sus habitaciones, por lo que rápidamente subió las escaleras en busca de su familia.

Pronto se encontró a uno de sus hermanos menores en pleno proceso de mandarse una cagada. Pasó su mano por su cara con frustración.

— ¿Qué hacés Lautaro? La puta que te parió, papá nos va a matar. — dijo mientras tomaba al menor por debajo de sus brazos, alejándolo de la pared que, aparentemente, llevaba rato rayando.

Sin embargo, su hermanito no tenía intenciones de abandonar su trabajo de dibujar la superficie, por lo que no demoró en pegarle una patada digna de volverlo estéril y se dirigió a la pieza de su otro hermano que permanecía descansando en su cama.

— ¡Hijo de puta! Ya vas a ver. — dijo Rodrigo, retorciéndose del dolor en el suelo mientras cubría la zona afectada por el golpe.

— ¿Qué mierda hacen? No puedo ni ir a hacer los mandados que ya se mandaron una cagada. — Otamendi apareció en el pasillo con una bolsa de pan en la mano y un fernet en la otra.

Al no obtener respuestas y analizar un rato la situación, resopló y tras empujar el cuerpo de su hijo mayor con el pie, entró a una de las habitaciones de donde se escuchaban gritos.

— ¡Bájate de ahí, pendejo de mierda! — gritó Otamendi corriendo hacia el placard, donde Lautaro reía trepado en la parte más alta y Leandro le aventaba zapatillas para que bajara. — Te bajás vos o te bajo yo a patadas en el culo, ¿Me escuchaste?

No obstante, los gritos sólo parecían darle gracia al chiquito que miraba todo desde arriba con burla.

— Leandro, teneme el Fernet. — ordenó Otamendi entregándole las compras al mencionado y acercándose peligrosamente al mueble. — Vos me buscaste, bolas tristes.

Con toda la broca junta, intentó alcanzar el cuerpo del infante que se carcajeaba en su cara, fallando en el intento.

Sin aguantar más, apoyó el pie sobre uno de los estantes del placard para subir, pero como el destino y su peso no estaban de su lado, la madera se quebró sonoramente, dejando a todos con la boca abierta.

— ¡Julián, vení a cambiarte! — se escuchó a lo lejos el llamado de mamu y pronto un Julián sin ropa y completamente en bolas entró a la habitación. — ¡Julián! Ya vas a ver cuándo t- ¿¡Qué mierda hicieron!?

Otamendi miró con pena a su marido y antes de que pudiera explicar la situación, Lautaro se lanzó encima de su espalda, intentando alcanzar los brazos de su otro padre.

— Pobrecito, ¿Qué hacías vos ahí? Seguro fue tu viejo. — habló mamu y agarró a su pichón de mamut para después dejarlo en el suelo con el otro más chiquito. — Vayan a jugar.

Otamendi y Leandro se miraban con confusión entre sí y antes de que pudieran acotar algo, una mirada asesina se posó encima de ellos, parecía que en cualquier momento los iba a matar.

— No fue mi culpa, gordo, el nene se trepó y- — no pudo terminar porque un alto quejido lo interrumpió. Todos fijaron su vista en la puerta de la habitación, donde Rodrigo entraba caminando de manera dispareja y arrastrando una pata.

— Me duele un huevo... literalmente. — habló entrecortado y jadeando dramáticamente.

Leandro miró con gracia a su hermano y no tardó en soltar una carcajada a la que pronto sus padres se le unieron.

No serían la mejor familia y tendrían problemas todo el tiempo, pero sin dudas, las risas nunca faltaban.

La FamilietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora