capítulo 3

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— Y entonces le pegué con la pala en la cabeza y seguí haciendo mi castillito de arena. — Julián hablaba animadamente y balanceaba sus piernitas con calma desde la silla donde reposaba.

Luego de haberse caído por las escaleras y ante la emoción de recibir a sus familiares, el chiquito pronto fue acogido por sus tíos y por su primo, quién no demoró en ofrecer su ayuda para cuidar del menor.

— ¡Listo! ya estás curado. — Enzo miró con orgullo la curita que acababa de colocar sobre la rodilla de su primo, donde minutos antes se había herido por el impacto de la caída. — Ahora tenés que hacer reposo.

El castañito miró aterrorizado al mayor. ¿Reposo? Aunque no sabía su significado, en su cabecita eso sonaba terrible.

¿Y si se moría? No podía permitir que Lautaro se quede con sus juguetes, seguro los hacía pelota al segundo día, ¡No lo iba a permitir!

— ¿Me voy a morir? — Julián cuestionó con duda, expectante a la respuesta que recibiría.

Enzo arrugó el entrecejo y pensó seriamente en las posibilidades. Su papá una vez dijo que nada era imposible, quizás también aplicaba en este caso.

— Creo que no... aunque podrían cortarte la pierna. — habló decidido y conforme con su respuesta, tomando asiento a un lado del contrario.

Juli abrió sus ojitos en grande y miró sorprendido hacia su primo. — ¿¡Y sería como un pirata!? — mostró sus dientecitos en una linda sonrisa, entusiasmado por la imágen ficticia que acababa de crear.

— ¡Sí! Y tendrías una pierna de madera y un barco. — pronto, la sonrisa le fue contagiada al mayor de los chiquitos que le seguía el juego al castaño.

— ¿Cómo va esa rodilla? — preguntó Emiliano asomándose a la habitación de su sobrino, donde ambos infantes se encontraban. — ¿Vos qué decís Enzo? ¿Se muere o todavía no?

— ¡No! Me van a cortar la pierna y voy a ser un pirata. — explicó alegremente Julián, señalando su extremidad lastimada, a lo que Enzo sólo asintió, de acuerdo con sus palabras.

— Vas a ser como Jack Sparrow. — Emiliano río por su propio comentario, sin embargo, se sintió un viejo cuando notó que sus sobrinos sólo lo miraban con confusión. — ¿Qué van a saber ustedes de piratas del caribe? Nacieron ayer.

Juli frunció el entrecejo, totalmente ofendido por la insinuación de su tío, ¿Quién se creía? Él no era ningún bebé.

— ¡Yo soy grande! Tengo tres años... ¡Así! — demostró, levantando dos de sus deditos, el índice y medio.

Enzo al notar el error de su primo, acercó uno de sus propios dedos a la par de la mano ajena, sonriendo divertido.

— Míralo al peroncho este levantando los dos dedos. — se quejó con burla Emiliano, señalando al menor. — Te llega a ver tu viejo y sos pollo.

— ¿Qué hacés peleando a las criaturas? La cara como una madera tenés, Emi. — Sergio entró en la habitación, mirando con desaprobación a su cuñado.

— Pero no, si estábamos charlando con los nenes, ¿O no? — se excusó, dándole suaves palmaditas en la espalda a Julián.

— ¡Mentira! Pa, no le creas, nos estaba molestando. — Enzo se levantó rápidamente y movió exageradamente sus bracitos con total indignación.

— ¡Me dijo groncho! — Juli no se quedó atrás y señaló acusatoriamente a su tío con su dedito índice.

Emiliano tanteó el puente de su nariz con dos de sus dedos y cerró sus ojos, soltando un largo suspiro. — Peroncho, Juli, peroncho.

Sergio miraba atónito toda la escena. A veces su familia era bastante cuestionable, pero él era el menos indicado para opinar sobre aquello.

— Nadie es peronista acá, sólo el tío Marcos y está prófugo. — aclaró el mayor de todos, levantando a su hijo en sus brazos y tomando la mano del otro infante. — vamos abajo que ya casi está la comida.

Emiliano sintió un escalofrío al escuchar la mención de su hermano mayor, rápidamente sacudió su cabeza y bajó las escaleras, detrás de su cuñado y sobrinos.

— Más sabe el diablo por viejo que por diabl- ¡Ah buenooo! Va llegando gente al baileee. — Lionel agitó sus brazos tanto como su edad se lo permitió y le sonrió a sus nietos quienes recién ingresaban a la sala.

— Abueloo, ¡No te moriste! — Julián corrió en dirección al de mayor edad y le saludó alegremente. — Papá dijo que ya estabas afinando el arpa.

— ¡Julián! — Mamu miró con amenaza al castaño y pronto las risas de toda la familia se hicieron presentes.

— Qué pendejo pelotudo, loco, ni uno como la gente. — Nicolás susurró frustrado, restregando violentamente su rostro con ambas manos.

— Cría cuervos, y te sacarán los ojos. — negó con notable ofensa el abuelo, acomodándose mejor en el sillón donde reposaba. — En mis tiempos se respetaba a la gente mayor, no como ahora, son todos unos salvajes.

— Ya pasaron 40 años de Malvinas, abuelo, supera. — habló Leandro llegando repentinamente con el teléfono fijo en manos. — Están llamando, pa, no sé quién es.

Mamu tomó el teléfono con duda y rápidamente lo acercó a su oído. ¿Quién carajos llamaba un 24 de diciembre a las diez de la noche?

Todos miraron en espera del chusmerío, pero mamu sólo cortó la llamada con la boca entreabierta.

— ¿Quién era? — Paulo lanzó la pregunta que todos los presentes se hacían y un gran silencio inundó la sala.

— Era Marcos, se volvió a escapar de la cana, viene en camino.

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