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Sólo una tarde hacía falta para emocionar al aparentemente más inconsciente e inmaduro de los Na'vi de la zona.

El panorama era abrumador, aún días más tarde de aquel conflicto devastador que hizo que el Clan Metkayina sacase garras y dientes para defender su tierra, su gente. La vida que allí albergaba, en general. De hecho, y en aras de la protección y por la maldad de los seres de las estrellas, los alrededores de los arrecifes y parte de estos mismos habían quedado destrozados. En lo que en algún momento se reflejaba paz, ahora era un caos.

Era más la memoria lo que se veía perjudicado para aquel joven metkayina, ya que le era doloroso ver cómo varios de los recuerdos de su infancia fueron profanados por el corrosivo odio de los mal llamados demonios. Este chico, de cabello negro rizado, recogido en su mayoría, miraba desde su estancia. Sus grisáceos ojos buscaban a toda costa a la familia Sully, ya que además de ser los principales involucrados, había alguien allí que le importaba aún más. Estaba frustrado y confuso. Por un lado rompen aquello que le llenó la cabeza y el corazón de recuerdos, conocimientos. Lo pueden reconstruir, pero siente que no sería lo mismo. Porque por más que él parezca desapegado a su entorno, su familia lidera el clan. Desde la cuna le han inculcado una serie de valores que se han vuelto parte de él. Y por otra parte, por una vez, una única, en la que dió la casualidad de que pulso se aceleró en compañía de alguien, por una vez que encuentra un ser cuya perspectiva era diferente, pero cuyo peso en la espalda fruto de las responsabilidades a temprana edad le hacía sentir cierta identificación, e incluso cuando sus comentarios comenzaban a ser más personales, sus charlas más íntimas. Ahí es cuando esa cercanía se deshecha.

El Na'vi patea la superficie en la que se halla sentado, prácticamente abrazando sus rodillas. Cuando estuvo a punto de derrumbarse escucha gritos que anuncian el regreso de aquellos que se quedaron en la nave humana. Es ahí cuando su cuerpo reacciona solo, y es que se lanza a correr más rápido que la brisa. Se le habían adelantado. Tsireya, su hermana, está socorriendo a los Sully, con los ojos clavados en el mayor de los hermanos.

—“¡Ao'nung!”

Grita la hermana de este. Y así es como llega a ayudarles, aliviado de que estén a salvo, en la tierra que les da cobijo y que poco a poco les ha ido integrando. Con sus más y sus menos. Pero ese sentimiento duraría poco. La sangre emergente del cuerpo de Neteyam le alerta por completo. El padre de este, de hecho, lo agarra en brazos para correr con la intención de que alguien, quien sea, le ayude. Y pasa corriendo, ignorando por completo a Ao'nung. Él sabe que no puede hacer gran cosa, es sólo un buceador, pero de todos modos se siente impotente. Y cuando corre, siguiendo a la familia que entre lágrimas se mueve, todavía es capaz de reprimirse.

Jake Sully, el gran líder, está de capa caída y deja a su hijo mayor a cargo de Ronal, quien sabe qué hacer. Neytiri, quien sostiene la cabeza de su niño poniéndola sobre sus piernas arrodilladas, está suplicando a su pequeño que por favor se quede con ellos. Se ve en su cabello la sangre que ha tenido que derramar para proteger a su familia. Kiri, la joven de habilidades extraordinarias está nerviosa, calmando a Tuk, quién no acaba de asimilar lo que sucede. Y Lo'ak. Él está sujetando la mano de su hermano mientras lágrimas, pesadas, profundas y llenas de culpa se desparraman como una cascada sorprendentemente amarga. El pobre no puede ni respirar, sólo susurra disculpas como si fuesen a salvarle. Se notaba el dolor en la familia. La culpa. La desesperación.
Cuando el chico de cabello recogido intenta acceder a la estancia escucha un grito de desesperación de su madre. Y ahí se rompe. Su pecho sube y baja, respirar de manera calma se hace imposible. Las manos le tiemblan, cierra los puños para contenerse y no gritar de la rabia. De la tristeza. De no poder ayudar. De ser inútil. De no estar a la altura para hacerse cargo de la situación, todo y sabiendo que no tiene nada que hacer. Suspira y se retira, solo. Ni siquiera encuentra a Rotxo por el camino. Sólo se enfrasca en la flora de la isla, dónde nadie pueda verlo esconderse debajo de un árbol, encogerse y llorar. Poco a poco empieza a quedarse dormido, sin mucho dilema. Todo por el cansancio del día, no por falta de inquietudes.

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Hey, esto no va a ser triste. Tranqui.

Nada se ha extraviado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora