Hank
IPSWICH, INGLATERRA
AÑO 1500
Diez largos años habían trascurrido desde aquella fatídica noche en la que me vi obligado a unir mi vida a la de Margaret, tiempo en el cual, no pude sentir nada por ella, salvo cierto agradecimiento por ser madre de mis hijas.
Dios se había empecinado a no darme ni un hijo varón, sinceramente, cabalgar a mi mujer era algo repugnante, incluso llegándome a costar trabajo terminar, adoraba a las mujeres, cada tercer día solía ir a algún prostíbulo en búsqueda de una cortesana voluptuosa con la cual fornicar, de esas con curvas pronunciadas y grandes senos que me reconfortaban. Me gustaba adorar los cuerpos femeninos y probablemente, fue por esa razón que el creador había enviado a mi vida tres hijas, por las cuales sufriría dolores de cabeza si salían tan pervertidas como su maldito padre y una criatura más en camino que seguramente sería hembra.
Aun así, lograba sentir algo de pena por mi esposa, aunque no la amara, le guardaba respeto y sentía un gran hastío hacia mí mismo al llegar a casa y verla llorar, ¿Por qué Dios había jodido a un alma tan buena? ¿Acaso yo era el mismo demonio de la lujuria?
No era merecedor de ella, tal vez, no era mi culpa en su totalidad, nos ataron para ser infelices, en un matrimonio sin amor, ni deseo, mucho menos, pasión, ahora, no quedaba más que esperar a que la muerte nos separara y seguramente, gracias a mí bendita mala suerte, yo sería el primero en tocar la tumba.
—¡Por favor! No vayas —sollozó una súplica, cerré mis ojos un momento reprimiendo mi mal carácter—. Esposo, John, os lo suplico, no...
—¡Tú no me das órdenes, mujer! —la increpé girándome en mis talones para encararla. Sus ojos tan oscuros como el carbón, brillaron con una mirada de determinación, ella estaba dolida, no por mi promiscuidad, la cual estuvo de acuerdo en ignorar mirando hacia el otro lado, mientras yo guardase las apariencias, sin embargo, esta vez, había algo más.
Su piel pálida, casi espectral, se iluminó tenue, cuando dio un paso más alejándose del candelabro que aguardaba sobre la gran mesa del comedor. Sus finas manos se recargaron sobre su abultado vientre, por el movimiento sutil de su garganta, me percaté de que tragó saliva con dificultad y solo entonces, las lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas, haciéndome sentir aún más miserable y desesperado por salir de casa.
—Me tienes a mí, tu esposa, tu señora, yo te amo —su voz se quebró al mismo tiempo que su labio tembló—. John, te he dado hijas, y este... —acarició su vientre con ambas manos, el cual estaba recubierto por un vestido de tela de damasco—. Probablemente sea el varón que tanto anhelas, ¿Por qué me desprecias tanto? ¿Qué te he hecho?
—Ese es el bendito problema —siseé apretando mi mandíbula—. No haces nada, eres una maldita santa, y yo un cabrón de mierda que necesita otro tipo de atenciones.
—¡Yo te he dado atenciones y....!
—¡No me gusta follar contigo! —vociferé soltando un puñetazo sobre la mesa que la hizo sobresaltar, por un momento me avergoncé de mis palabras, al ver cómo era aplastada por la realidad, pero no podía retractarme, debía quedarle claro su lugar—. Sabes bien las condiciones en las que se dio este matrimonio, me conocías bien y sabías mis aficiones.
—Creí que cambiarías de parecer al saberme doncella, creí que seriáis amable conmigo —respondió dolida, solté una pesada respiración y me acerqué a ella, que retrocedió, el temor que manifestó me provocó cierta satisfacción mórbida, recordándome ese juego de poder que solía tener con las cortesanas. Sacudí mi cabeza desechando esos pensamientos y me aproximé aún más, tomándola por los hombros, evitando que se alejase.
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Hank: Inmortal (muestra) Disponible en Físico en Amazon
ParanormaleSecretos Sangre Lujuria Venganza Todos tenemos un pasado, no obstante, para Hank este tenía recuerdos dolorosos que merecían ser enterrados. Nueva Orleans le había otorgado la oportunidad de tener una nueva vida al lado de amigos y de la mujer que a...