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Julián se mordió los labios y dudó un buen rato con su teléfono en la mano, sin poder dejar de balancear el pie derecho, en donde sostenía a su hija con el otro brazo.

—Ei, ¿sigue en pie lo de ayudarme un día cuidando a Layla? —le envió un audio a su amigo, tratando de dejar atrás su miedo de estar molestando a la gente.

Esperó un minuto o dos, con los nervios haciéndole un nudo en el estómago. Layla todavía permanecía entretenida por el continuo movimiento de su pierna y por el grupo de palomas que estaban más adelante picoteando en el pasto. Cada tanto, las señalaba con el dedo al grito de "pipí" y chirriaba contenta, queriendo salir corriendo hacia allá, pero él intentaba distraerla mostrándole las que estaban en los árboles.

—¡Obvio! —contestó su amigo, al rato—. ¡Me muero por comerme esos cachetes de la gordita de nuevo! ¿Voy a tu casa?

Con una sonrisa en la cara, Julián le contestó que iban ellos para allá y emprendió enseguida la marcha con su hija en brazos, antes que se le rebelara. Tomaron un bondi que por suerte tenía aire acondicionado y viajaron sentados cuando les cedieron un asiento de adelante. Su enana estaba tan acostumbrada a ir de acá para allá con él por todos lados que siempre buscaba hacerse cómplices de risas, era extremadamente simpática y en los viajes siempre buscaba a alguien que le siguiera sus juegos de esconderse o hacer caras. Julián ya se las veía teniendo que buscar la forma de espantar nenes cuando empezara el jardín de infantes o el colegio, pero todavía no lograba verse como un padre de esos.

Llegaron a lo de Einar a eso de las tres de la tarde, cuando el sol picaba más intenso y las cigarras chirriaban como locas, como cada verano. Su alto amigo los recibió con una sonrisa, les dio un abrazo muy breve y enseguida se puso a hablarle a su hija, entonces dejó que la cargara.

—¡Mirá cómo están de transpirados...! Estás loco de salir a esta hora, es la peor —le escuchó comentar mientras subían la escalera.

—Ya estábamos en la calle, tenía un turno con el médico para que me vea los análisis de la otra vez.

—Ah, ¿pero por qué no se la dejaste a tu vieja un rato? Mirá que sacarla con este calor, pobrecita...

—Es que ya me la cuida todos los días de la semana cuando voy a laburar, lo hace desde que nació, no quiero joderla más...

—Entonces me la hubieses traído, que sabés que no me molesta cuidarla... Además, le caigo bien, ¿a que sí, preciosa, a que sí?

Layla rio contenta cuando su amigo la atacó a besos en el cuello, pero él se abstuvo de contestarle. Einar le dio una mirada fugaz antes de sacar sus llaves y abrirles la puerta de su departamento, le indicó que se pusiera cómodo y se fue a buscarles agua fresca de la heladera. Entonces, Julián se sacó de la espalda la mochila que usaba de pañalera, la dejó en una de las sillas y de uno de los bolsillos sacó la mamadera que ya se había vaciado en el último tramo del camino.

Mientras Einar le daba de beber a su hija, él le sacó el piluso de la cabecita que la había protegido en todo el viaje, la descalzó y la refrescó mojándole un poco el cuello, su carita y su pelo.

—Si querés sacate eso, ponete cómodo y refrescate un poco vos también —le indicó Einar, una vez que su enana ya parecía satisfecha con el agua fresquita.

Julián le hizo caso y se quedó descalzo y solo con un pantalón corto, como su amigo, solo que él estaba en mucha menos forma física porque llevaba mucho tiempo ya sin pisar un gimnasio. Mientras tomaba agua, miró los alrededores de la estancia y se sintió casi como en su casa.

—¿Cómo te fue con los estudios? —preguntó Einar, mientras sostenía a Layla de los brazos y caminaba con ella de un lado a otro.

—Bien. Solo estoy un poco anémico y me mandó a que deje de perder peso. —Einar le dio una de esas miradas que ya tanto conocía y él le hizo un gesto con la mano—. No es grave, solo tengo que tomar unas pastillas y comer mejor.

Otro papá para LaylaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora