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Julián le dio un trago a su lata de cerveza y empezó a balancear rápido una pierna mirando la foto de perfil de Einar en su teléfono. Levantó la cabeza y vio a su hija salir de la casa cantando con un dino bebé de peluchito bajo el brazo que le había comprado en esos días. Estaban en su pedacito de patio pasando el rato, con la puerta abierta para escuchar la música de la tele, pero bajita para no molestar a los vecinos. Él había sacado una silla del comedor y estaba ahí sentado reflexionando sobre muchas cosas mientras empezaba a oscurecer el cielo y Layla jugaba, inspeccionando el mundo y cantando cada tanto.

Desde la charla con su mamá, Julián no había podido sacarse a Einar de la cabeza. Le había costado empezar a ver la naturalidad a que ahora se sentía atraído por un hombre, principalmente porque sentía algo de culpa y vergüenza de sí mismo, porque esa naturalidad no había venido sola. Él nunca había tenido problemas aceptando, queriendo y respetando a los demás por quienes eran o por quiénes se sentían atraídos, por eso le hacía ruido no poderlo hacer consigo mismo. Era raro y confuso, pero trataba de aferrarse al lema de su mamá y "no darle vueltas". No tenía que negar lo innegable y nada más.

Ella tenía razón, siempre iba a tener miedos con Layla, pero tenía que decidir algo para sí mismo y había resuelto que no quería estar solo el resto de su vida. Einar era muy buena persona, trabajador, leal y responsable; se preocupaba por los dos, quería mucho a Layla y seguro que podía ser buena influencia para ella.

El problema ahora era abordarlo. A veces sentía que después de lo de Gia había perdido todas las capacidades para comunicar sus emociones; sentía que la cabeza se le ponía lenta y que se le adormilaba la lengua. Solo podía esperar que Einar le tuviera paciencia, si es que no había malinterpretado sus miradas y sus gestos. Quería tirarse como a una pileta, pero quizá lo más sensato era ingresar por las escaleras, aunque no fuese lo más romántico del mundo.

Abrió su Instagram para ver sus fotos otra vez. Se encontró en un par de ellas, pero en las más recientes había un hombre que se repetía varias veces y, aunque no tenía pistas de nada, se sintió un poco inquieto, intimidado. Quizá era ese amigo que había mencionado la otra vez. ¿Y si se estaba haciendo la cabeza para nada y Einar no estaba interesado en él de esa manera? ¿Y si tenía a otra persona en mente? Se rascó la cabeza y salió de la aplicación cuando lo vio con el torso descubierto en una pileta.

Se decía que no tenía que darle vueltas y lo seguía haciendo. Se sonrió porque se sentía tonto, le tenía que preguntar y ya. Iba a hacerlo la próxima vez que le viera.

Con un suspiro dispuesto a dejar la tontería, se entretuvo con su hija. Jugó un poco con ella, después vieron juntos algunos dibujitos y se metieron en la casa cuando los empezaron a molestar los mosquitos.

Mientras preparaba la cena, habló un poco por teléfono con sus amigos, pese a que al otro día los iba a ver en el primer cumpleañitos de Emma, la hija de Cintia y Benja, que eran sus amigos desde hacía por lo menos quince años. Einar iba a pasar a buscarlos para ir juntos, como la otra vez que habían ido a una reunión para comer un asado en lo de Alan y Carla.

Después de cenar y hacer dormir a su hija, limpió y ordenó un poco el desorden de la casa, para terminar tirado en la cama muerto del cansancio. Pese a ello, tardó un buen rato en dormir porque no sabía cómo iba a hacer al día siguiente para ver a Einar y no soltarle todo de inmediato, cuando primero tenían un cumpleaños al que asistir. Estaba muy nervioso.

Durante la oscuridad de la noche y en medio de los suspiros pausados de Layla durmiendo junto a él, Julián recordó su silueta al otro lado, recordó las caricias que él le había dado en la mano en un arrebato de valentía. Sonrió, porque, a pesar que lo había hecho algo dormido, todavía llevaba consigo la sensación de acariciarle la piel, y se sentía bien. Entonces se le apareció el recuerdo de su mirada intensa, esa que varias veces le había hecho temblar las piernas. Ya era imposible negar las ganas que tenía de abrazarlo, largo y apretado, acariciar su piel y quizá probar sus besos por primera vez.

Otro papá para LaylaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora