Inocent 1/2

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El pueblo más cercano había quedado atrás desde hace veinte minutos, y no estaba seguro de si estaba yendo en la dirección correcta, hasta que ví una gran casa a un costado del camino.

"Es una casa grande, pero está en medio del bosque. Solo sigue el único camino que hay y eventualmente la vas a ver. Es la primera." Había dicho mi compañero. No le pedí más detalles.

Sabía que en esta región había un par de casas, estaban tan separadas entre si que ni siquiera parecía un vecindario normal, y de hecho, la última vez que había pasado por aquí, había asumido que todas estaban abandonadas.

Era una sorpresa ver aquella casa, solitaria, pero con señales de actividad humana.

Detuve mi camioneta a un costado del camino y caminé hacia la propiedad.
Era una casa grande, con plantas y flores en todos lados.

Llamé a la puerta, pero nadie respondió.

Todo estaba tan tranquilo que tenía la sensación de que no había nadie en casa.

Después de dos minutos más, al fin la puerta se abrió.

Demonios. Pensé.

La pequeña mujer que me había abierto la puerta era preciosa.
Su cabeza a penas me llegaba al pecho, y tuvo que dar dos pasos hacia atrás para poder verme el rostro.

Tenía facciones delicadas, y de alguna forma, parecía encajar perfectamente con la casa de cuento en la que vivía.

—Hola. ¿P-puedo ayuralo en algo? — dijo con voz nerviosa.
¿Yo la ponía nerviosa?
Recargué mi peso en el marco de la puerta.
—¿Está tu madre en casa?

Ella parpadeó, ondeando las gruesas pestañas que enmarcaban sus ojos marrones.
Comenzó a negar.

—N-no. Ella salió. No está. ¿Le gustaría dejarle un recado?

Já. Claro. Había interrumpido mi trabajo para venir a esta casa en medio de la nada solo para ayudar a mi compañero con su trabajo pendiente, porque había dicho que se trataba de una clienta habitual, con quién se sentía comprometido a cumplir en tiempo y forma. No me iba a ir sin que esta casa tuviera cinco malditas repisas nuevas.

—No. No quiero dejarle un recado. — miré a la joven. Llevaba un vestido blanco de tela de algodón, y su largo cabello negro caía en ondas hasta su delicada cintura. Parecía un maldito ángel.
—Tu madre me llamó para que le pusiera unas repisas. Y ya me pagó. Así que, ¿Qué te parece si simplemente entro, pongo las repisas, y me voy? No tomará más de una hora.

Ella analizó mis palabras.

—Uhh, está bien, pero la verdad es que no sé de qué repisas me habla. No sé en dónde las quería, y, preferiría esperar a qué ella esté aquí, para cerciorarse de que queden como ella quiere.

Asentí, viendo su confusión. Saqué mi teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón.

—Mire, señorita. — Le mostré mi pantalla. — Está es una foto de su cocina actualmente, ¿No es así? —asintió. —Su madre me la envió, y la semana pasada mi compañero vino para tomar medidas. Yo sé en dónde van las repisas. Solo voy a instalarlas según el plano que diseñamos de acuerdo a las necesidades de su madre.
No me tomará más de una hora.

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