Chispas en sus Dedos

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Hasta hace unos segundos no había notado que no había visto a ningún ser vivo que no fuera vegetal: No había nada; desde los cuervos -Bastante típicos en lugares como este-, hasta las pequeñas hormigas habían desaparecido. Comenzó a dudar de la veracidad de su afirmación en ese instante: tenía un gato bastante vivo justo frente a ella. Eso no tenía sentido -Algo de esto lo tenía?-.

El gato tampoco parecía actuar muy normal: solo se quedó sentado en sus patas traseras y la veía fijamente. Uno de sus ojos era azul intenso, y el otro blanco. No recordaba haber visto a un gato con un ojo blanco. Era escalofriante.

Pero, como también era muy adorable y necesitaba algo de calor, se acercó a él, y para su sorpresa, no se alejó. Con un brazo lo cargó, y con la mano del otro le acarició la cabeza. Un ronroneo le respondió, haciéndola curvar la comisura de sus labios.

¿Si quiera era seguro? ¿Y si estaba radioactivo?, ¿Y si era una trampa del monstruo para atraerla? Se le vino a la cabeza aquel pez que vive en las profundidades y atrae a los peces indefensos con una luz, una pequeña luz de esperanza entre la oscuridad para después devorarlos. Mejor puso al felino en el suelo: estaba entrando en paranoia.

Siguió caminando y trató de no voltear atrás. Regresaría a su cueva: ya casi anochecería y no quería averiguar cómo se veía ese lugar de noche. Además tenía que volver a intentar dormir, recordar.

No tuvo que voltear hacia atrás para darse cuenta de que el gato venía caminando detrás de ella. Trató de ignorarlo: tal vez podía perderlo en alguna esquina.

Pero... ¿y si tenía hambre? No parecía haber mucha comida por aquí. Podía estar loca, pero no sería una mala persona, así que caminó directo a la cueva. Lo único que tenía para ofrecerle eran vallas, y ni siquiera podía afirmarle que viviría después de comerlas, pero ella no estaba muerta.

Cuando llegó al prado de amapolas miró hacia atrás y sonrió: una cola negra erguida la seguía por entre las flores. Cuando el pensamiento de que tampoco podía recordar la última vez que había sonreído se cruzó por su mente, la pequeña curva en sus labios desapareció.

...

Al menos era mejor que estar sola.

Su pequeño amigo la seguía a todas partes mientras recolectaba tantas vallas como le cupieran en las manos. Cuando tuvo suficientes volvió a las afueras de su cueva -Al principio pensó que era una cueva, pero era algo así como una madriguera muy grande- y se sentó al estilo indio y dejó las vallas en el suelo.

Shadow -Así había llamado al felino, porque era negro y la seguía a todas partes, como una sombra- se sentó frente a ella, pero no hizo más que olisquear.

- ¿Tie...?

La voz no le salió al primer intento. Tenía días sin hablar, no había hecho más que llorar y gritar para ser escuchada por nadie.

- ¿Tienen algo? -Le preguntó al felino.

No había nadie quién le afirmara o le negara que los animales podían hablar en este mundo, ¿por qué no experimentar por sí sola? Sin embargo, no obtuvo respuesta. Intentó separarlas por colores, y por cada cosa que las distinguiera unas de otras.
Su ojo blanco y su forma de actuar tan rara la ponía incómoda, pero agradecía la compañía.

En cuanto terminó de seleccionar, esperó ver la reacción de su peludo acompañante: pasó sus bigotes por las blancas, las transparentes, las negras como el carbón y las puntiagudas -Aunque no recordaba nada su hogar, estaba segura de que las vallas de allá no eran tan inusuales-, y se detuvo a juguetear con las verdes, las rojas, las púrpura y azules.
Tenía lógica.

- Si no comes esto, ¿qué piensas comer entonces? -Se llevó un puñado de las rojas a la boca.
Allí era tan callado que podía escuchar su corazón latir. Si seguía así terminaría enloqueciendo más aprisa, y si hablar con un gato podía mejorar la situación lo haría sin pensar.

- No pensarás comerme a mí, ¿verdad? Me sentiría traicionada si así fuera -Lo miró haciendo un mohín.

Shadow seguía jugando con una valla: era tan tierno y tuvo tanta lástima de que terminara muriendo de la misma manera que ella: con una compañía poco conveniente y sin alimento, que para evitar sentirse peor se acostó hacia atrás para mirar el atardecer.

¿Cuánto podría vivir alimentándose solo de agua y vallas? Esperaba que poco, porque no tenía la capacidad mental para vivir mucho tiempo de esta manera.

- No se debe jugar con la comida, ¿sabes?

Tal vez era por la falta de civilización, pero el cielo era más bonito aquí. Podía jurar que alcanza a ver hasta planetas a lo lejos, y la noche ni siquiera había terminado de arribar. ¿Sería este el mismo sistema solar que había en su mundo? No pudo recordar si alguna vez aprendió sobre las constelaciones.

Se secó un par de lágrimas que habían resbalado por sus mejillas y se incorporó.

- Vamos, hay que descansar.

Si de algo estaba segura, es de que algo estaba por venir. Si ya fuera la muerte u horrores peores, al menos tendría fuerza para recibirlo de frente. No pensaba morir sin recordar de donde viene, sin obtener respuestas y sin encontrar su propósito.
Pudo jurar que salieron chispas de sus dedos en el momento en el que entró en la madriguera: lista para enfrentar el cuarto día.

...

Despertó agitada: había soñado. Soñado con su vida, su vida antes de todo esto.

En el sueño era una niña, y estaba en su habitación: un ventanal, paredes blancas y una cama pequeña. Pero esta... Estaba repleta de libros. Ahora podía recordar: le gustaba leer. Por eso recordaba la novela de Frankenstein. Ahora solo se le venían títulos y más títulos de libros a la cabeza.

De todas las cosas que pudo haber recordado... ¿Por qué esto? Se hubiera conformado con haber recordado por qué llevaba puesto ese vestido rojo. ¿Era acaso una señal para fisgonear en las casas abandonadas en busca de un libro? No se atrevía.

Se puso de pie y dejó que Shadow la siguiera através de los árboles: se decidió a abarcar más del bosque, explorar, analizar alternativas y recolectar toda la comida posible.

Encontró algunos hongos, más vallas extrañas, algunas raíces y semillas. De todo lo que encontró, Shadow le hizo mala cara a la mitad. Quienquiera que pudiera mirarla, diría que parecía una vieja loca: corriendo por aquí y por allá y dándole de oler cosas a un gato.

Volvió sin mucha dificultad, estaba exhausta. Se sentó bajo un árbol a comer sus bocadillos: seguía ofreciéndole a Shadow pero él se negaba a comer.

- Si sigues así no vivirás una semana más, lo sabes, ¿verdad? -Él bostezó y se acurrucó entre las hojas.

- Puede que a ti no te importe, pero no pienso quedarme sola, si te vas tú me voy yo. Ahora dependo de ti, ¿entiendes? ¿Me dejarás morir?

Shadow no se inmutó.

Ella frunció el ceño y se acurrucó a su lado mientras seguía pensando. No podía parar de pensar, estaba comenzando a frustrarse: no se estaba dejando morir, estaba luchando, y no conseguía nada a cambio.

Solo a Shadow, pero él no le diría cómo volver a casa.

Había estado mirando fijamente una enorme roca a unos metros de distancia, la cual, comenzó a elevarse por los aires junto con algo de tierra y rocas más pequeñas. Su cabeza se quedó completamente en blanco: miró a su alrededor, inmóvil, en busca de una explicación, pero no encontró nada fuera de lo normal.

Volvió la mirada a la roca con los ojos muy abiertos: solo se quedó ahí flotando, y... Empezó a vibrar.

- ¿Pero qué-? -Levantó el torso apoyándose con los brazos para mirar más detenidamente.

Muchas cosas se le pasaron por la mente mientras observaba. Fue entonces cuando un pensamiento estúpido se cruzó por su mente. Estaba por intentar la cosa más estúpida que le pasó por la cabeza desde que llegó. Trató de mover la roca... usando su visión. Y fue entonces cuando la cosa más estúpida sucedió, y la roca se movió justo frente a sus ojos.

Asesina de Sombras (Shadows#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora