Capítulo 3: Madrugando

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El sol aún no había salido y yo ya estaba despierta. Mis padres dormían pero yo ya no podía pegar ojo, así que me levanté, me puse una camiseta, los pantalones y las botas de montar; me preparé el desayuno, cogí las llaves y me fui. Llegué a las cuadras a las 6 y media de la mañana, y, como es lógico, no había nadie allí. Para mí eso no era nuevo, así que salté la vaya sin ningún pudor y entré al recinto. Una vez allí fui a saludar a Mazzal, que también era el único despierto a esas horas.
Rápidamente fui a ensillarlo, le coloqué su cabezada y le puse los protectores. Como gesto adicional, le hice unas trencitas en su larga crin, con unas ligas de colores que recientemente había comprado. Así pues, me puse el casco, bajé los estribos, apreté la cincha y ajusté la cadenilla. Estaba lista para subir.
Una vez arriba, decidimos ir al valle Crown, puesto que aún teníamos dos horas antes de que alguien apareciera por los establos. Y cinco horas hasta que empezara la clase. Paseamos un poco y luego galopamos más veloces que el viento. Sentía la respiración de mi caballo bajo mi cuerpo, y ambos sabíamos que nuestros corazones latían a la vez, coordinados, como nuestras mentes y nuestros cuerpos. Éramos uno y los dos lo sabíamos.
***
Eran las ocho menos cuarto y la cuidadora estaba por venir. Nosotros ya habíamos hecho nuestro paseo matutino, y por ello estábamos felices. Me dispuse a desvestir a Mazzal rápidamente y tras ello le regué un poquito los tendones, para que repusiera fuerzas hasta que empezara la clase, para lo que aún quedaban tres horas. Guardé el equipo de los dos y metí a Mazzal en su cuadra. Después, salí corriendo hacia el camino a esconder mi bici tras los setos de la entrada, y yo me escondí allí también. Ya era una costumbre, así que no estaba nerviosa. Sabía que todos desconocían mis aventuras mañaneras, y por ello me escondía tras los setos, para que cuando llegara la cuidadora, (que además era mi profesora) no me viese allí. Una vez que la viera entrar, esperaría diez minutos y me acercaría pedaleando hasta las cuadras, diciendo que había madrugado y estaba dispuesta a empezar. Sin duda un plan perfecto que ahora se había convertido en rutina.

El poder de la amistadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora