CAPITULO 6

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Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a sus sobrinos en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otros niños.

Sin embargo, los hermanos Potter estaban todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día. 

-¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!- grito golpeando la puerta del almacén donde dormía su hermano Harry.

se sobresalto por el ruido que su tía hizo intencionalmente, ya despierto se apresuro a cambiarse el pijama y a salir de la lavandería, su dormitorio no oficial, sabiendo que su tía volvería a olvidar despertarlo y que se enfadaría si no lo ve trabajando junto a su hermano.

—¡Arriba! —chilló de nuevo. 

se escucharon sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón, Henry salió directo a la cocina donde seguro su tía le daría alguna tarea por hacer.

Cuando estuvo vestido salió de la lavandería y se encontró en la cocina al igual que Harry. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para los Potter, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido. 

Henry en cambio logro un acuerdo en el que especificaba que si hacia su tarea el no lo perseguiría, intento extender el trato hasta cubrir a Harry pero su primo no parecía dispuesto a renunciar a ambos por lo que cedió cuando Harry le insistió que lo dejara así.  

Tal vez tenía algo que ver con la falta de un buen alimento diario o el hecho de dormir en una alacena, pero Harry y Henry siempre habían sido flacos y muy bajos para su edad. Además, parecían más pequeños y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaban eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que ellos. ambos tenían un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro o rojo y ojos de color verde brillante. Harry Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz. A Henry le encantaba ver sus propios ojos en un espejo pues por lo que escucho a escondidas con Harry eran del mismo color que los de su madre, de hecho parecía ser que el mismo tenia mucho de ella en si mismo y resulto ser esa la razón por la que su tía petunia evitaba mirarlo siempre que podía.

-¡tu! ¡ponte a barrer!-le ordeno a Henry de espaldas mientras vigilaba- ¡y tu! ¡vigila el tocino!- ambos obedecieron sin dudarlo.

Tío Vernon entró a la cocina cuando Henry estaba barriendo cerca del refrigerador.

 —¡Péinense! —bramó como saludo matinal.

 Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo y que Henry debería rapárselo por completo.  A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados. Henry por su parte solo tenia que enviar su peor mirada venenosa y siniestra a cualquiera que se le acercara con unas tijeras para espantarlo. Varias veces les había jugado bromas a sus tíos y primo lo suficientemente divertidas para que no quisieran provocarlo demasiado.

Henry Potter y la piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora