ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 1: ʀᴏᴊᴏ

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Apunta y dispara, da igual que sean palabras o balas, ya nada me daña.

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Los pasos apresurados de dos jóvenes se mezclaban con la multitud que en aquel momento circulaba por Shibuya.

Aunque estaba atardeciendo, las calles continuaban llenas de gente que iba y venía de un lado a otro. Las muchachas corrían en una carrera frenética, esquivando peatones y coches lo mejor que podían, pues el gentío era tal que resultaba inevitable chocar con alguien de vez en cuando.

—¡Vamos Akane, llegas tarde! — gritó Momo, su hermana, quien tiraba de ella con tanta fuerza que Akane pensó que le arrancaría el brazo al coger la próxima curva.

Trató de inspirar profundamente para relajarse, pero era algo imposible. ¿Alguna vez has intentado respirar profundamente mientras corres como una desquiciada por la calle haciendo zigzag? Las exhalaciones se escapaban de su cuerpo sin poder evitarlo y eso que ella no estaba en mala forma. Cada vez que tomaba una bocanada de aquel frío aire sentía como si cuchillas de hielo se clavaran directamente en su garganta.

—¡Maldita sea Momo! Que les den a las peleas, a Eiji, a ti y a mí también. ¡Que le den a todo! — comenzó a gritarle provocando las risas en su hermana, quien ignoraba sus maldiciones y protestas.

Akane era temperamental, vibrante. Era... como una chispa que cae sobre la gasolina, algo inevitable, puro fuego. Era como un volcán latente. A punto de estallar en cualquier momento.

Momo era más bien como el viento que movía las cenizas y despejaba la cargada atmosfera. Había aprendido a tratar con ella, al fin y al cabo, eran hermanas. Akane podía ser explosiva, pero Momo sabía que, por muchas malas palabras o groserías, la amaba por encima de todo.

Giraron en la esquina de un edificio. Fue tan abrupto que Akane chocó de bruces contra un hombre y ambos cayeron al suelo provocando que la mochila de la pelirroja se desparramara por toda la acera.

Si aún no tenía suficientes heridas en el cuerpo debido a las peleas clandestinas, ahora acababa de añadir otra más. Las palmas de sus manos estaban raspadas y sangraban por haberse arrastrado contra el pavimento, además Akane estaba completamente segura de que le iba a aparecer un cardenal en la frente. Al igual que estaba segura de que le saldría uno en la barbilla a aquel sujeto que acababa de aparecer de la nada.

—Mira por dónde vas, imbécil — espetó Akane sin siquiera dignarse a mirarlo mientras comenzaba a recoger el interior de su mochila, el cual ahora estaba perfectamente derramado en la acera.

—¡Akane! — le reprochó su hermana —Ha sido culpa nuestra, lo siento mucho, es que teníamos prisa... — comenzó a disculparse Momo, tendiéndole la mano a aquella pobre alma que había tenido la mala suerte de cruzarse en su camino.

El hombre, de cabellos desteñidos y sudadera blanca, se frotó la barbilla haciendo una mueca. Eso había dolido.

Miró a la chica con la que acababa de chocar, los mechones rojos y largos, levemente ondulados, estaban recogidos en una coleta alborotada. En su cara podía ver varias lesiones. Una cicatriz surcaba un lateral de su cara, desde la frente hasta el un lateral de mejilla. Los moratones comenzaban en su pómulo e iban descendiendo hasta la barbilla. Pudo ver asomar un par más por la zona de la clavícula. Sabía que no eran del mismo día por los distintos tonos.

— ¿Estás bien? — Una mano apareció en su campo de visión, pálida y delicada, con los dedos largos. La muchacha que se la tendía lo observaba con preocupación, su pelo de un tono rosa pálido revoloteaba a su alrededor debido a la ligera brisa de la tarde.

ʀᴏᴊᴏ ꜰᴇʀᴏᴢ • 𝕬𝖑𝖎𝖈𝖊 𝖎𝖓 𝕭𝖔𝖗𝖉𝖊𝖗𝖑𝖆𝖓𝖉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora