CAP XIX - Esperanza

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Luna era asombrosa. Duramos aproximadamente tres horas y media, sin contar las paradas para que descansara, en cruzar El Paso. Un tiempo récord. Cuando llegamos al pueblo, ya el sol señoreaba el cielo.

    Fuimos directamente a la casa del señor Mason. Apenas la divisé, sentí un hueco en el estómago de ansiedad. Sabía que él estaría adentro, en aquella pintoresca casa de ladrillos rojos y hermosas plantas verdes. Me bajé de Luna con desespero y entré en su morada como un tornado, gritando su nombre a todo pulmón.

    Nadie salió a mi encuentro, la casa estaba tan vacía como yo en aquel momento.

    —¿A quién buscas, señorita? —preguntó una voz de mujer detrás de mí.

    Di media vuelta y descubrí a una señora mayor, con un pulcro vestido de falda café y corsé blanco, parada en el porche.

    —Busco al señor Mason —respondí con la mayor naturalidad que fui apta de emplear.

    —Oh... mi niña —dijo incómoda—. ¿Eres familiar?

    —No... sí... mmm, quiero decir que... Sí, soy su nieta —balbuceé haciendo un esfuerzo sobrenatural para no llorar.

    —¿Su nieta? No sabía que George tuviera nietos.

    —Ya somos dos —dijo una voz en mi cabeza.

    —Sí... lo soy. Bueno, supongo que él está en el puesto de frutas, ¿cierto? —deseé con toda mi alma que la respuesta fuera afirmativa. No perdí la esperanza.

    —Señorita, lamento tanto ser yo quien te dé la noticia pero... George, tu abuelo, ya no está con nosotros.

    Todo en mí empezó a temblar. Intenté con todas mi fuerzas controlarme, pero la palabra "control" ya ni siquiera tenía significado.

    —¿Te encuentras b...?

    —¿Cómo? —la corté y fue lo único que pude emitir. Volví a ver hacia el suelo. No quería que me viera llorar de aquella manera.

    —No creo que sea conveniente que sepas. Estás muy mal —odié su tono de compasión. No quería compasión. Mas no la culpé. Ella sólo quería ser amable con esa muchacha destrozada.

    —Por favor, necesito saber... Se lo suplico —la voz me temblaba sin control. Ya no tenía el control de nada y mucho menos de mis emociones.

    —Fueron unos soldados, hace cinco días. Fue horrible, yo vivo al lado, escuché unos golpes... y risas... No sabía que sucedía. Llamé a todos los que pude. Entramos, y encontramos unos soldados borrachos... huyeron... pero para George... ya era demasiado tarde. Me pareció que... querían saber algo, algo que él se negaba a proporcionarles... ¿Señorita?

    Tenía los ojos y los puños fuertemente cerrados, pegados a mis costados. Temblaba descontroladamente. Unos sonoros jadeos empezaron a salir de mí. Evitarlo era imposible, era la única forma que tenía para respirar. No podía soportarlo, no podía soportar una sola palabra más. Entendí todo demasiado bien.

    Lo mataron por mi culpa.

    Por mi culpa.

    —Señorita, por favor, dime algo. No me asustes. Ven a mi casa, te daré un té de tilo, así te calmarás.

    Salí corriendo a más no poder. La señora me gritó para detenerme, pero le hice caso omiso. No resistiría estar ni un minuto más en esa casa. En su casa.

    Corrí en dirección al mercado. Sabía a la perfección que con Luna llegaría más deprisa, pero correr me serviría para equilibrar lo que sentía. Una forma de descargar el dolor.

Rescate de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora