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Charlotte y Antonia se encontraban en un momento emocionante de sus vidas. Los días transcurrían con su habitual alegría en el pintoresco vecindario, pero todo cambió cuando un chico nuevo, Dylan, de su misma edad, apareció. Desde el primer instante en que Charlotte lo vio, quedó prendada de su encanto, y su curiosidad se despertó de inmediato.

Dylan se encontraba jugando con Leo, Violetta, y Santiago, y parecía encajar a la perfección con el grupo de amigos del vecindario. Animados por su simpatía contagiosa, sus amigos decidieron darle la bienvenida invitándolo a unirse a sus juegos. Juntos, se divirtieron con clásicos como "la lleva" y "las escondidas", y la presencia de Dylan aportó una nueva chispa a sus actividades.

A medida que pasaba el tiempo, Charlotte se dio cuenta de que no podía evitar mirar a Dylan. Sus ojos brillaban cada vez que él estaba cerca, y su corazón latía más rápido cada vez que intercambiaban palabras, aunque fueran pocas y casuales.

Una tarde, mientras jugaban en el parque, Charlotte y Dylan quedaron escondidos detrás de un gran roble. Charlotte, nerviosa pero decidida a hablar más con él, rompió el silencio.

—Dylan, ¿te gusta vivir aquí? —preguntó Charlotte, su voz temblando un poco.

—Sí, mucho. La gente es muy amable y me encanta jugar con todos ustedes —respondió Dylan con una sonrisa—. ¿Y a ti? ¿Te gusta vivir aquí?

—Sí, es un lugar muy bonito y tranquilo. Además, siempre hay algo divertido que hacer —dijo Charlotte, sintiendo cómo sus nervios se desvanecían lentamente.

Los dos continuaron hablando, descubriendo intereses comunes y compartiendo risas. La timidez de Charlotte parecía desaparecer cuando estaba con Dylan, y pronto se dio cuenta de que estaba formando una conexión especial con él.

Me di cuenta que tu sonrisa no estaba muerta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora