Antes de que empieces a leer esto, quiero avisarte de que esto no es una historia de amor común. Si lo que esperas es la típica historia de amor en la que los protagonistas tienen una historia profunda y romántica, con miles de adversidades contra las que luchan hasta que al fin pueden estar juntos, por favor, no sigas leyendo, porque no soy esa protagonista. Si esperas también un giro dramático de los acontecimientos, tampoco es tu historia. Si por un casual estás leyendo esto con la mente abierta y sin esperar nada en concreto, esta pequeña historia es para ti. ¿Por qué aclaro esto? Porque ni yo misma sé el final de todo esto.
Cuando cumplí 5 años, mi hermano Zoro y yo tuvimos que irnos a vivir con el tío Mihawk y Perona, su hija adoptiva. ¿El motivo? Nuestros padres fallecieron en un accidente de coche. Sinceramente no recuerdo mucho de ellos. Mi hermano es un año más pequeño que yo así que tampoco recuerda mucho. Sí que nos recuerdo a los dos llorando al saber que papá y mamá no volverían, pero poco más. Ambos lo hablamos mucho, recordamos que con papá y mamá todo iba bien y de repente un día desaparecieron. No fue algo muy traumático para nosotros porque éramos muy pequeños y porque el tío Mihawk con su fiel compañero Shanks se encargaron de agilizar todo el proceso de adopción.Shanks es importante en esta historia porque gracias a él conocí a los chicos que me cambiaron la vida: la familia Monkey, en la que indiscutiblemente entran Shanks, Makino y Dadan también. Compartí clase con Sabo y Ace desde que me mudé con mi tío y el vínculo con el crío maleducado de las pecas fue automático. Adoraba a Luffy y a Sabo, por supuesto, pero la conexión que tenía con Ace era diferente. Iba más allá, éramos más que mejores amigos.
— ¿Sabes que existen las almas gemelas, _____? — me preguntó Ace una vez mientras comíamos helado en el porche de su casa. Recuerdo que apenas teníamos once años y acabábamos de llegar de la playa con nuestras familias.
— Sí. Shanks dice que Makino es su alma gemela y que por eso se van a casar.
— ¿Has visto? Yo lo he oído decir que ella es la mujer de su vida. Yo creo que tú eres la mujer de mi vida. Seguro que tú eres mi alma gemela. Cuando cumplamos 32 como tiene el tío Shanks, nos casamos.
— Vale. Seguro que es divertido. —le respondí y seguí con mi helado toda contenta.
Qué fácil era la vida con esa edad.
— Comeríamos todo lo que quisiésemos, estaríamos siempre juntos y podríamos irnos a dormir a cualquier hora. Sería genial. —fantaseó él con un brillo especial en sus ojos, o al menos eso recuerdo yo.
No sabíamos muy bien que implicaba ser almas gemelas ni mucho menos lo que implicaba casarse, pero recuerdo que mi estómago sintió un cosquilleo al oír a Ace decirme eso y me aferré a aquella decisión infantil durante muchos años. Y con muchos años me refiero exactamente a ocho. Sí, sí. Ocho. Ocho largos años aguantando a Ace pensando que algún día cambiaría y acabaríamos juntos, porque estábamos destinados. Porque éramos almas gemelas. Una cría inmadura con estúpidas esperanzas durante esos ocho años, eso es lo que yo era.
Perdón, perdón. Me he adelantado un poco.
Ace y yo siempre decíamos que nada ni nadie iba a romper nuestra amistad. Lo juramos en nuestro parque favorito el día que casi nos pegamos con siete años porque él comió más patatas fritas que yo de la bolsa que Mihawk compró para ambos.
Y así fue durante mucho tiempo. Cuando entramos juntos al instituto y empezamos el camino a ser adultos, muchos cambios surgieron inevitablemente: gente nueva, independencia, cambios corporales, mentales y por supuesto hormonales. Ace pasó de ser el niño pecoso malhumorado con todos excepto conmigo a ser el tipo guapo que sonreía y tenía a cualquier chica a sus pies. Tuvo infinidad de novias durante el instituto, pero se cansaba pronto de esas "relaciones". Si podíamos llamar así a estar dos semanas o un mes con una chica, claro. Y os preguntaréis: ¿Te molestaba? ¿Que si me molestaba? Me dolía el alma cada vez que lo veía de la mano o besarse con alguna de sus novias, pero al final del día todo eso daba igual porque siempre volvía a mí. Yo era indispensable e irremplazable para él. O eso me decía él y yo le creía. Os preguntaréis también: ¿y a él le pasaba lo mismo? Pues no lo supe nunca, aunque si lo reflexiono supongo que tampoco hubo oportunidades, porque yo no salía con chicos, solo con los que formaban parte de los Mugiwaras. Jamás acepté salir con nadie porque con el único chico con el que quería estar era con Ace. Zoro siempre me decía en aquella época que era estúpida por aguantarle y más aún por esperarle, que algún día se olvidaría por completo de mí y yo no podía seguir estancada en mi mejor amigo. Tengo que aclarar que siempre fui un poco estúpida, porque claramente mi hermano tenía razón. Poco a poco, Ace empezó a pasar de mí, a olvidarse de nuestros planes o a aparecer tarde en ellos; siempre y cuando si yo le recordaba que habíamos quedado, porque muchas veces disimulaba para no tener que plantarle cara. Me duele admitirlo, pero sé que me mentía muchísimas veces cuando no le apetecía verme porque le surgía la oportunidad de salir con alguien.