II. Soberbia

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Agustín lo elige a él, siempre que puede. Siempre está pensando en él y se preocupa por él, y a Marcos le gusta ser visto entre medio de todas las personas que pueden opacarlo en la casa. Es sincero consigo mismo, y sabe que puede ser aburrido, con lo callado y tranquilo que es, pero tampoco va a cambiar su personalidad entera.

Capaz por eso se llevó tan bien con Agustín desde el principio. Los dos fueron a jugar, pero no decidieron cambiar radicalmente para hacerlo. Además, son algo así como la luna y el sol: tan distintos en sus vidas, en sus personalidades y en sus acciones que forman un equilibrio perfecto, son en el día y la noche. Cuando Agustín se fue, Marcos no podía dejar de pensar en eso. No hay noche sin día, y Agustín era el sol que iluminaba en la mañana y lo hacía sentir que el nuevo día era uno con muchas cosas nuevas que traer. La casa sin Agustín, para Marcos, fue una noche demasiada larga y solitaria.

Se lleva bien con los demás, pero siempre estuvo claro la división que hay entre él y ellos. Él no es la primera opción para ninguno, y se sentiría mal por eso si no fuera correspondido. Para Marcos, la primera opción siempre va a ser Agustín. Cuando se fue, era demasiada la sensación de estar solo rodeado de gente.

Por suerte, la noche no duró tanto como temía, y el día estuvo de vuelta con el mismo cariño, la misma paciencia y el mismo resplandor de siempre.

Ser la primera opción de Agustín era una caricia a su alma. Hasta que una tarde, no lo fue.

Marcos estaba sentado en una de las reposeras de afuera cuando Agustín salió de la cocina, emocionado, hablando de un jueguito para jugar con alguien y con Camila detrás de él, aunque ella se fue a la caminadora. Nacho estaba a su lado, en una reposera más a la izquierda, pero cuando escuchó el juego, dio vuelta la cabeza para mirar a Agustín. Marcos siguió mirando hacia la pileta, esperando, sabiendo, que Agustín iba a llamarlo para jugar. Ya se estaba conteniendo una sonrisa, porque le encantaba escuchar a Agustín insistirle para hacer algo, cuando lo escuchó hablar.

—Nacho, ¿querés jugar?

Nacho tiró un "dale" y se levantó de un salto, y Marcos solo pudo ver cómo los dos se tiraban un cartoncito como si fuera un boomerang. Algo espeso y sucio comenzó a circular por sus venas cuando vio a Agustín divirtiéndose con alguien más, y antes de darse cuenta, estaba levantándose y parándose cerca de Nacho, diciéndole a Agustín que le pase a él también.

No se perdió la mirada que Nacho le dio cuando Agustín comenzó a tirarle solo a él, ajeno de la completa satisfacción que sentía, y tampoco le interesó cuando Nacho los miró una última vez antes de entrar a la casa. Si Agustín se dio cuenta no lo mencionó, y si Marcos sobreactuó un poco demás cuando tiraba o cuando lograba atrapar el cartoncito, no iba a decírselo a nadie jamás. Se sentía bien hacerlo cuando Agustín se reía cada vez que lo hacía.

Y por sobre todas las cosas, se sentía bien la mirada de Agustín sobre él, la sonrisa dirigida solo a él y a nadie más. Marcos sabía que nadie más se merecía a Agustín ahí adentro, con todos tan falsos como moneda de tres pesos.

Él puede ser lo que Agustín quiera en todo momento. No entiende por qué llamó a Nacho antes que a él, pero ahora no importa. Porque Agustín volvió a él tan rápido como tuvo la oportunidad.

La ira de Dios [Margus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora