VII. Avaricia.

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Tal vez esta es la última noche de Agustín en la casa, y Marcos está harto de toda la pelotudez, de fingir que no se está muriendo por dentro por no haber podido salvarlo de una placa más y de fingir que no está enojado con Romina por intentar, otra vez, arrebatar lo único real que Marcos tiene ahí adentro.

Esto es lo que quiere el resto de su vida, se da cuenta. Y más.

Los dos están bajo las sábanas, las luces se apagaron hace un rato y los ronquidos de Ariel y Alfa romperían el momento por completo si ellos dos no estuvieran en su pequeña burbuja. Marcos está acariciando la espalda desnuda de Agustín con la punta de sus dedos, y está extasiado con las caricias en el pelo que está recibiendo a cambio, que lo calman por completo. El rostro de Agustín está escondido en su cuello, y Marcos se encargó de acercar aún más el cuerpo del más bajo pasando una pierna por su cintura.

Es la cama de Agustín, por lo que todo lo que Marcos puede pensar es en Agustín, el calor de Agustín, el olor de Agustín, la sensación de tener a Agustín en sus brazos, el hecho de que este es un momento completamente de ellos y nada más.

Se pregunta si esperó demasiado tiempo en atrapar esta felicidad de tenerlo entre sus brazos, y se pregunta qué piensa Agustín de él cuando es necesario una muy posible salida para que Marcos aclare sus sentimientos para con él. Sin embargo, cuando Agustín suspira contra su clavícula, dejando un pequeño beso ahí, decide ignorar sus pensamientos.

Quiere más de esto, de Agustín. Quiere hacerlo suyo, quiere tener cada momento posible de su vida pasándolo junto a Agustín, ser su último beso, su último pensamiento al cerrar los ojos, el motivo de sus sonrisas, de sus risas, de su felicidad. Quiere que Agustín lo quiera todo el tiempo posible.

-No me quejo de los abrazos fuertes, pero tenés piernas muy fuertes, y yo tengo una cintura delicada- Agustín se ríe contra él cuando Marcos se relaja, sin haberse dado cuenta que estaba haciendo fuerza sobre Agustín. Se queja cuando Agustín se aleja, pero igual permite que lo haga, y no parece una gran pérdida cuando recibe un beso en la mandíbula-. No te preocupes por mañana- Marcos cierra los ojos, pero Agustín solo sigue acariciando su cabello con lentitud, a veces acariciando su frente con el pulgar-. Ya sabés, que sea lo que tenga que ser. Cada uno tiene un tiempo acá adentro, y eventualmente nos vamos a ir todos. Ya sabés.

-Hice lo que pude- repite, tal vez por centésima vez desde el jueves. Se siente un boludo, porque quiere a Agustín más que nada y no puede hacer algo tan básico como luchar por tenerlo a su lado. Podría haber hecho más, dicho más, pero al fin y al cabo, él y Romina jamás hubieran llegado a un acuerdo.

-Y eso está bien- Agustín se acerca y le deja un pequeño beso en los labios, y Marcos se pregunta cómo pudo estar tanto tiempo sin esos antes. No puede imaginarse vivir sin ellos ahora, no después de que los probó y su cabeza, su cuerpo y su corazón solo piden más y más-. Es un juego esto, ya sabés. No me estás mandando a la boca del lobo ni nada parecido.

Por la forma en la que Agustín se estremece después de decirlo, Marcos no puede evitar sentir que dejó a Agustín como una presa fácil.

Cuando Agustín habló con él y con Coti cuando volvió a la casa, el hecho de que les haya agradecido por no haber hablado mal de él a sus espaldas a pesar de todo y de no haberlo abandonado todavía cuando tenían toda la razón para hacerlo, la forma en la que estaba más apagado con las ojeras marcadas a pesar de que estaba feliz por estar dentro nuevamente y la vacilación que lograba ver al principio entre ellos, le decían a Marcos que Agustín no la había pasado bien.

No quiere que Agustín se vaya, no quiere que Agustín se apague sin que él esté ahí para tratar de evitarlo, no quiere abandonar a Agustín a su suerte. Quiere tenerlo a su lado, quiere mantenerlo brillante y alegre y libre.

Marcos suspira y besa la frente de Agustín, acercándolo más y terminando la conversación. Agustín lo entiende, porque Agustín siempre lo entendió, y quedó en silencio hasta que ambos se durmieron, rodeados el uno del otro.

Marcos desea, anhela, que todas sus noches sean así.

(Y si el domingo por la noche, cuando Santiago anuncia que Daniela abandona la casa, Marcos no puede evitar besar a Agustín con emoción en vivo, bueno. Siente que se ganó el derecho de estar feliz y hacer lo que le hace feliz con quien le hace feliz.)

La ira de Dios [Margus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora