Los finales felices no existen

409 13 2
                                    

Narra Ariadna

Pedri nos dejó a ambos en casa de Pablo luego de haber estado cantando en el viaje, yo iba a caminar a mi edificio mientras escuchaba música, pero un brazo me detuvo. Era Gavi, no le había dicho ni adiós.

— ¿Te acompaño a casa? Ya es muy tarde para que vayas sola — propuso y levanté mis hombros indicando que me daba igual.

— Acepto — afirmé. — Pero con una condición — agregué.

— Dime — contestó mirándome atentamente con sus preciosos ojazos.

— Admití que soy la mejor cantante del mundo y solo te irritaba que cante porque no te dejaba dormir — dije enojada por su actitud en el auto.

— Está bien — suspiró. — Eres una muy buena cantante, me irritaba que cantes en el coche porque no me dejabas dormir — murmuró mientras caminábamos a mi edificio. Pude notar su mirada en mi vestido, no me incomodaba, todo lo opuesto.

— Siempre me pegas unos repasos sin vergüenza, me toca a mí — me frené y me giré hacia él. Desabroché su camisa y acaricié sus abdominales. — Lo justo es justo, y no es discusión — dije parando de acariciarlo y volviendo a caminar dejándolo parado en el camino sin saber qué decir. — ¿Venís? ¿O no? — le pregunté con una sonrisa traviesa.

Pablo me observó por unos segundos mientras caminábamos, hasta que se dignó a hablar. — ¿En serio quieres jugar así? Pues entonces tengo que admitir que el vestido que te has puesto me pone demasiado y fue demasiado también lo que me he controlado desde que llegaste así a mi casa — admitió y me sorprendí. Esa confesión con su voz ronca ya me había mojado lo suficiente como para follarme acá mismo, en la calle.

— Besame — rogué en un suspiro.

Fue entonces que Pablo me frenó de golpe, me acorraló contra la pared que había a mi lado y estampó sus labios contra los míos.

Sus suaves labios me causaban tanto deseo que podían hacer que me moje con tan solo un puto beso.

Seguimos con nuestro desesperado beso hasta que necesitamos del aire para poder respirar. Me miraba con lujuria, sus ojos resplandecían deseo.

Luego de nuestro respiro, fui yo la que juntó nuestros labios, besé aquellos carnosos labios que eran mi debilidad y enredé mis dedos en su cabello atrayéndolo más, como si fuera posible, mientras nuestras lenguas batallaban en nuestras bocas.

Tenía sus manos alrededor de mi cuello hasta que una empezó a recorrer mi figura, acariciando mi cuello, clavículas, busto, cintura y muslos. Metió hábilmente su mano debajo de mi vestido y jadeé cuando sentí su leve caricia sobre mi braga, notando mi estado, tan mojada como mar.

Siguió su camino y bajó mis bragas un poco para que finalmente aquellos sagrados dedos tocaran mi centro sin una tela en medio.

— Joder — gemí al sentir su tacto y él suspiró pesadamente.

Aumentó sus caricias y yo mis súplicas por más, empezó metiendo un dedo, luego siguió con uno segundo, mientras él bombeaba sus dedos en mi interior, me besaba para callar mis ruidos.

Sentí que estaba a nada de correrme, pero sacó sus dedos en un rápido movimiento y se separó de mí cuando escuchamos unas voces cerca. Yo hice lo mismo, me subí las bragas y me bajé el vestido.

Había un grupo de gente caminando detrás nuestro, así que apuramos el camino y decidimos seguir en mí departamento lo que habíamos empezado hace un par de minutos.

Suspiré y seguimos caminando fingiendo que no había pasado nada. No hablábamos solo cruzábamos miradas, ambos estábamos acalorados, yo necesitaba que me follara de una vez por todas.

La Luz En Mi Oscuridad +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora