9 Realidad

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No sé si habéis estado nunca al borde de la muerte, pero si es así, entonces entenderéis perfectamente cómo me sentí. El entumecimiento que el veneno me causaba al ir circulando por mis venas me empezó a afectar a las piernas y a los dedos de las manos. Era como si, poco a poco, se fueran durmiendo partes de mi cuerpo. Primero era un cosquilleo y luego nada.

             ― Eris... ―escuché. Era una voz lejana y acongojada―. Eris... por favor... abre los ojos ―murmuraba.

            Yo deseaba cumplir con lo que me decía. Y aunque empezaba a sentir esos pequeños cosquilleos en los ojos, los abrí. Mi vista había empezado a nublarse y apenas podía ver nada. El veneno actuaba deprisa, aunque tampoco podía decir cuánto tiempo había pasado exactamente desde que me lo había tomado.

            ― ¿Por qué haces esto? ¡Te prometí lealtad! ¡Te serví en mi vida y en mi muerte! ¡Nunca había deseado nada hasta ahora! ¿Tanto te costaba... dejarla vivir? ―escuché que gritaba. No me lo decía a mí, pero sentí su dolor como si yo misma quisiera gritar.

            ― Ha sido su elección. Ella quería salvarte ―dijo la lejana voz infantil.

            ― ¡No me importa! Sólo quería que viviera. Iba a seguir haciendo lo que me pidieras, me habría apartado de su camino... Pero quería... que viviera...

            Noté una pequeña gota posarse en mi mejilla y luego resbalar por mi cuello. Luego hubo muchas más. Estaba llorando. Por mí... Y yo deseaba despertar. Al menos para poder despedirme. Quería acariciar su mejilla una vez más. Decirle... que todo iría bien. Me concentré para mover mi brazo, uno que ya estaba entumecido.

            ― Ese no era su destino. Lo sabes.

            ― ¡Yo lo hice! ¡Yo pude desafiar al destino...!

            ― Dyl... ―conseguí que dijeran mis labios a la vez que movía mi brazo. Dylan me cogió de la mano con cuidado y la posó sobre su rostro para que pudiera tocarle.

            ― ¡Eris! Estás viva...

            ― Dyl... yo... lo sien...

            ― Sh... ―me calló―. No digas eso. No tienes nada que sentir. Porque no vas a morir. No dejaré que mueras, ¿me oyes? ―me aseguró. Yo dejé escapar una pequeña risa.

            ― La muerte... no parece... pensar lo mismo... ―murmuré.

            ―Olvida eso... ―me pidió con la voz cargada de dolor.

            Mis manos dejaron de sentir su piel. Fruncí el ceño al no notar nada. Mis ojos seguían abiertos. Totalmente abiertos. La imagen no era nítida, pero a medida que el veneno iba afectándome... sentí que volvía a ver.

            O tal vez que empezaba a morir...

            ― Dyl... ―murmuré con incredulidad.

            ― ¿Qué? ¿Qué pasa? ―dijo angustiado.

            ― Tenías razón... ―murmuré―. Tus ojos... son de mi color favorito...

            Dylan los abrió todavía más al comprender lo que había querido decir con aquello.

Por fin. Al fin. Podía verle.

            Sus manos temblorosas sujetaban mi rostro con cuidado. Recostada sobre su regazo, lo único que podía ver de él era su rostro delante del mío. Sus rizos negros caían hacia mí algo enredados. Aunque tenía los ojos más hermosos jamás vistos, estaban enmarcados por unas lágrimas que surcaban sus pómulos marcados. Su piel era oscura, aunque eso ya lo sabía. Y sus labios no eran tan gruesos como me lo había parecido al tocarlos con mis manos... o con mis propios labios. Tenían una pequeña sonrisa triste que los adornaba, pero sus cejas conservaban un dolor profundo. Uno que contagiaba al resto de sus facciones. Apenas podía verse por culpa del pelo, pero pude distinguir el pequeño aro dorado que había dicho que tenía en una oreja. Eso le hacía tener cierto aspecto de pirata. Ante ese pensamiento mis labios se curvaron en una sonrisa.

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