El viaje de vuelta fue pesado e incómodo. Dylan no dijo nada desde que salimos de Barcelona a parte de lo necesario, como qué vía coger, a qué hora salía el tren, entre otras poco relevantes. Lo agradecí en cierto modo. Estaba colapsada de información y de estado de ánimo. Necesitaba urgentemente dormir unas horas, y por encima de eso, una ducha bien calentita. Como ya no llevaba la sudadera, a pesar de ser de día y no hacer tanto frío como por la noche, el clima no era cálido y estaba destemplada. Por suerte, el día anterior había tenido la brillante idea de ponerme un jersey de cuello alto y manga larga. Digo por suerte porque normalmente debajo de la sudadera, como no solía quitármela, llevaba un jersey de tirantes. Sin embargo, ese viernes había hecho mucho frío y cualquier capa de más era bienvenida.
Estuve mirando largo rato por la ventana antes de dormirme profundamente en el asiento del tren con la cabeza apoyada en la ventanilla. El zumbido de esta cuando el tren estaba en marcha me relajaba, aunque procuré que el golpe en la cabeza ―oculto, gracias a dios, por el flequillo― no chocara contra el cristal.
Dos horas más tarde, Dylan me despertó con suavidad para avisarme que a la siguiente parada tendríamos que bajar. Como el tren estaba bastante vacío, Dylan no tuvo problemas con nadie que quisiera sentarse a mi lado. Fue un viaje tranquilo, a pesar de todo.
Cuando bajamos en Salou ―¿Había dicho ya dónde vivía? Seguramente no, siempre olvido estos detalles―, fuimos directamente a mi casa cogiendo un autobús. No acostumbraba a hacerlo porque el trayecto andando era agradable, pero estaba cansada y apenas podía caminar en línea recta.
Al llegar nos encontramos con una casa desierta. Miré mi móvil por primera vez desde que había salido de Barcelona y encontré un único mensaje de Ares, mi hermano.
≪He ido con mamá a comprar. Me he llevado el coche. Cuando llegues, dime algo. Besitos, bichito. No te metas en más líos.≫
No pude evitar sonreír mientras leía el mensaje. Conocía a mi hermano más que a mí misma y sabía perfectamente por qué habían salido. Ares habría calculado cuándo llegaría y me había permitido cierta intimidad. Aunque eso no me libraba de una charla. Es más, precisamente por eso iba a tenerla.
Suspiré.
― Dyl... ―murmuré―. Voy... a ducharme. No tengo ni idea de qué aspecto tienes tú, pero yo estoy hecha un desastre. Luego, si quieres, puedes ducharte tú. ¿Te importa si lo hago yo primero? ―dije cansada y dirigiéndome al baño.
― Ves.
No dijo nada más. Fue tan breve y apagado que por un momento creí que lo había imaginado. Sin darle mucha más importancia me dirigí al baño con una toalla. Lo primero que hice fue lavarme los dientes. Aunque habían pasado unas tres horas más o menos, seguía notando la garganta áspera y la boca reseca con un regusto extraño. El dentífrico intenso de menta logró reconfortarme un poco, pero hasta que no me metí en la ducha no noté realmente una mejora. Apenas me tenía en pie, así que tuve que sentarme en la bañera mientras me enjabonaba.
Tardé más que de costumbre porque mis músculos me dolían y me costó muchísimo lavarme toda la mugre del pelo y quitarme el olor a sangre del cuerpo. Al final me rendí, pues me había lavado el cuerpo seis veces y seguía oliéndome a sangre.
Diez minutos después me levanté de la bañera y cogí la toalla moviéndome tan deprisa que me tambaleé. Con las manos temblorosas me sujeté al borde de la bañera e intenté sentarme de nuevo, pero resbalé y me golpeé contra ella. Reprimí un gemido e intenté volver a levantarme. No llegué a conseguirlo.
― ¿Eris? ¿Estás bien? ―me preguntó Dylan al otro lado de la puerta.
― Hum... ―fue lo único que pude decir. Apenas me salía la voz e intenté aclarármela―. S.. Sí. No te preocupes.
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Invisible
Mystery / Thriller¿Sabías que tu vida puede terminar en un solo segundo? ¿Qué nada es seguro y que las segundas oportunidades no existen? No. Seguro que no piensas en ello. No te preocupes, yo tampoco lo hacía. No creía en nada más allá de lo que tenía justo delante...