El dios del tiempo

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Llevaba 3 horas arrastrando mi maleta por el arcén de la carretera. Nadie vino a buscarme cuando llegué al aeropuerto, por lo que tuve que apañármelas yo sola. El calor era sofocante, y el sol caía sobre mi rostro lo suficiente como para hacer dirigir mi vista hacia mis pies, que trastabillaban cansados…

-Oiga… ¿No le parece a usted que ese audiolibro es quizás demasiado deprimente?

- No me gusta la radio, así que no voy a quitarlo.

Le saqué la lengua al conductor. Si, si había un conductor. Resulta que Cristina no había ido a buscarme cuando llegue. ¿Qué podía haber hecho? ¿Coger mi maleta y hacer una pobre imitación del fiambre ese del audiolibro? Ni de broma. En su lugar, alquilé una limusina para que me llevara a casa.

No había traído mucho dinero, así que lo más sensato que me pareció hacer fue cargarle a Bo con la cuenta (Más los gastos extras) Resulta que conseguí su nombre completo y se los di a la empresa, seguro que a Bo no le iba a molestar.

Aunque la verdad, es que unos días más tarde recibí en mi casa un paquete lleno de escarabajos de la patata muertos (Las cucarachas hoy en día son muy caras) ¿Qué coincidencia, no?

Ahora, os preguntares que como es que estoy hablando de mi misma en futuro. Bueno pues es muy sencillo, ni soy vidente ni nada por el estilo, soy la narradora de mi vida y punto (Vale, en realidad tengo secuestrado al dios del tiempo en mi sótano. Si le pones lencería francesa te hace pases de modelo y todo, es muy divertido)

- Te distraes con facilidad ¿No es cierto?

- ¿Por qué lo dice?

- Llevas 3/4 de hora sin decir ni una palabra.

-Un momento… ¿Tan lejos está la dirección que le he dado?

Miré al conductor con lo que me gusta llamar mi “mirada-de-acusación-que-da-miedo-y-nada-más”.

-En realidad no. Estoy dando vueltas para después cobrar más.

-Bien, ya sabe que no lo voy a pagar yo.

-Ningún problema, entonces.

-Claro, ¿Le apetece parar a por un helado?

2 horas más tarde la limusina me dejó en casa de Cristina. El conductor y yo habíamos ido de compras, todo a cuenta de Bo, por supuesto. El conductor y yo nos despedimos y después alcé la vista hacia mi nuevo hogar.

Exacto, ahora es cuando de una manera lenta e incluso algo melancólica, comienzo a describir mi casa. Detallo con precisión el color de las baldosas, comparo el césped con los de la revista “Mi césped verde es más verde que el tuyo” e incluso calculo que cantidad de humo sale de la chimenea.

El problema es que no hay chimenea

¿Cómo es posible?

No estoy muy segura de sí mi reacción se debe a una indigestión de pastillas, pero me encuentro horrorizada. ¿Una casa sin chimenea? ¡Cristina podría congelarme allí dentro sin que nadie se diera cuenta! ¡O lo que es peor! ¿Y Papa Noel? ¿Alguien se ha parado a pensar en el pobre, humilde y delgaducho de Papa Noel?

Esta clase de problemas me gusta solucionarlos de una manera rápida y espontánea, de esa forma nunca llego a preocuparme demasiado. Ahora que lo pienso, no sé si es un buen método, después de todo, unos días más tarde Cristina se enfadaría bastante al descubrir el nuevo agujero del techo.

(Si, ahora mismo mi Dios del tiempo está bailando una danza del vientre ¿Qué pasa?)

Bueno, pues a lo que iba: La casa en sí no tenía nada de especial. Era de color oscuro y tenía unos 3 pisos de altura. El jardín rodeaba todo el edificio y estaba bastante bien cuidado. Lo único que me llamó la atención fueron las cortinas de colores de las ventanas y una bandera hippie que había en el tejado. ¿Quién sabe? A lo mejor, Cristina había tenido ocupas recientemente.

Cuando llamé al timbre sonó la melodía de Psicosis. Intenté no alarmarme demasiado.

-Como me esperaba, fue Cristina quién me abrió la puerta. Debía de vivir siempre sola. Seguro que tenía más gatos que nadie, y una colección de calabazas en el sótano.

-¡¿Qué acabas de decir?!

- ¡Vaya! ¿Lo he dicho en voz alta? Lo siento. (No lo siento)

- ¿Sientes haberme insultado en mi cara?

-No. Siento haberlo dicho en voz alta.

Cristina bufó y se volvió a meter en la casa, cogí la maleta y me dispuse a seguirla.

Cristina tenía el pelo recogido en un moño demasiado pequeño, la piel oscura y los ojos del color de la miel derretida sobre una rebanada de pan tostado bajo el brillante sol de un hermoso atardecer en la Toscana.

Aunque si los contemplabas desde otro punto de vista… eran simplemente marrones.

Me fue enseñando las habitaciones una a una. Todo parecía normal, incluso insistió en demostrar que no tenía ni gatos ni calabazas en un sótano, ya que ni siquiera tenía sótano.

-¿Y esto qué se supone que es?- Le señalé unas escaleras que descendían desde la primera planta- ¿Eso no es un sótano? ¿Seguro?

-¡Claro que no! Ahí lo único que tengo es un viejo despacho y un pequeño almacén de trastos que no utilizo.

Dos días más tarde descubrí que en realidad había una sauna.

(El Dios del tiempo me está preparando un bizcocho)

- Bueno, ¿Y yo tengo habitación? ¿O duermo en la caseta del perro?

- Pues no.

-¿No tienes perro?

- Esa no es la razón, es que tu madre no estaba de acuerdo.

Suspiré. Cristina no era tan sosa después de todo.

-Si vives sola… ¿Para qué quieres una casa tan grande?

- Antes no vivía sola, compartía piso con una amiga.

- Aja, entiendo – Le sonreí burlonamente- ¿Y esa amiga tuya se llamaba María?

Cristina me miró con sorpresa.

- Pues no, se llamaba Lauren. ¿Por qué has dicho que era María?

- Nada, nada. Por nada – Respondí rápidamente- ¿Y dos personas ocupaban tanto espacio? Es un poco difícil de creer.

- No tanto, verás – Sonrió – Es que Lauren tenía una pequeña plantación de María en el 3º piso.

Me dieron ganas de golpearme la cabeza contra la pared.

- ¡Melanie! ¿¡Por qué te golpeas?! ¡Vas a destrozarme la pared!

Suspiré. Al parecer mi cerebro no interpreta muy bien lo que significa “Me dieron ganas”

Me acaricié la frente, dolorida.

- En resumen: ¿Voy a dormir en la antigua plantación de María de tu amiga que no se llamaba María sino Lauren?

- No. Allí tengo un invernadero. Tú tienes una habitación en el 2º piso.

Y no estaba tal mal esa habitación.

Tenía una ventana bastante grande, por lo que podría oxigenar con frecuencia mi estúpido cerebro. Además tenía armario, una cama y una mesa normal y corriente. No era nada del otro mundo, pero Cristina me dijo que podría decorarla como quisiera, siempre y cuando no hubiese ni incendios, ni plagas ni agujeros. Lamentablemente unos días más tarde, como ya sabéis, tuvo que volver a repetírmelo.

Cristina decidió dejarme un rato a solas. Cuando estaba ya cerrándome la puerta me dijo:

-¿Sabes qué? Ya he pillado lo de “mi amiga María”.

Al final de este capítulo, al Dios del Tiempo le fue concedida la libertad condicional. Lleva un chip de localización en una magdalena.

Corten.

MelanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora