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A Paulo no le gustaba el verano. Odiaba las altas temperaturas y el sol que quemaba. El viento, casi nunca ayudaba, pues normalmente también era caliente. No le gustaba transpirar y tampoco los cortes de luz. Pero desde los 18 años, había otra razón por la que odiaba el verano, odiaba el mes de Enero. Esa razón que todavía le ponía la piel de gallina y le apretaba el pecho. Esa razón tenía nombre y era Cristian Romero.

Cinco años antes.

Los Dybala eran de las familias más pudientes del pequeño pueblo de Laguna Larga, casi todos los años elegían Miami o Punta del Este para veranear, sin embargo, ese año habían decidido ir a Córdoba Capital. Más tarde, Paulo pensaría que ese viaje de último momento era cosa del destino, de su destino.

Salieron rumbo a la Capital en dos autos, porque no solo iba el matrimonio y los hijos, también iban los abuelos y algunos primos. Se quedaron en unas cabañas a las afueras de la ciudad y todos los días salían a recorrer la ciudad, a realizar distintas actividades turísticas y por la noche los más jovenes aprovechaban para ir a bailar.

Esa noche de Enero, había bastante viento y parecía que iba a llover, por eso optaron por un nuevo boliche, uno que sea cerrado y del cual no tengan que irse en caso de tormentas. Cuando fue el turno de Paulo de ir a buscar la siguiente ronda de bebidas fue cuando lo vio. No lo vió entre la gente bailando, ni con un grupo de amigos; el morocho lindo, así es como Paulo empezaría a llamarlo hasta conocer su nombre, era el barman que le atendió y que le pidió su documento para comprobar que fuera mayor de edad.

—Lindo nombre, Paulo —le dijo y Paulo lo escucho clarito, porque fue como si todos alrededor hubiesen desaparecido, incluso la música.

Paulo sintió las mejillas calientes, le pagó y se fue. Después, cuando sus hermanos y primos ya estaban en pedo, él fue el encargado de ir por agua. El morocho lindo lo atendió de nuevo.

—¿Cómo te llamas?

—Cristian.

Cristian. Cristian. Cristian. Fue en todo lo que pensó esa mañana hasta quedarse dormido.

Dos noches después, volvieron a ir al boliche. Ésta vez, sus hermanos y primos conocieron a unas chicas y se pusieron a bailar con ellas, dejandolo solo. Así que fue y se sentó en la barra, pidió un trago, cuando Cristian estaba desocupado venía y hablaba con él. A pesar de la música fuerte se conocieron un poco; Cristian tenía 18 años también, todavía no había terminado la secundaria y le estaba costando porque tenía que trabajar y ayudar en su casa.

A las 7 de la mañana, Paulo estaba sentado en la vereda fumando un cigarrillo cuando sintió que alguien se sentaba al lado de él. Era Cristian. Era la primera vez que se veían cara a cara sin estar en la oscuridad del boliche y el estridente sonido de la música.

—¿Por qué seguís acá?

—Mis hermanos y mis primos se habrán ido con las minas que estaban y me dejaron.

—¿Sabés como irte a donde estan parando?

Paulo negó. No sabía, ni siquiera sabía la calle donde estaban las cabañas.

—¿Querés que te lleve?

Paulo apagó el cigarrillo sobre la vereda y lo sostuvo en la mano para tirar en el basurero cuando se levantara. Él no conocía de nada a Cristian y no sabía si no lo iba a llevar a un descampado y matarlo.

—¿No estás cansado? Trabajaste toda la noche, deberías ir a dormir, no te preocupes por mi.

—Hagamos algo. Vamos a mi casa, dormirmos un rato y después te ayudó a buscar el lugar donde te estás quedando.

amor de verano ⭐ Paulo Dybala & Cuti Romero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora