Continuación de "Nuestra rota historia"
Amy, despues de su historia con Kai Anderson, es enviada a investigar a un asesino en serie, para esto se hospeda en el Hotel Cortez, donde conocerá al excéntrico dueño, quien se robara su corazon.
Sin embargo...
Para Amy, aquel hombre desprendía una aura de misterio, como si hubiera emergido directamente de una película de los años 20. Su bigote meticulosamente recortado, su vestimenta impecable y su acento marcado la transportaban a una era pasada.
—Am, gracias, Señor March, un gusto conocerlo —dijo Amy, extendiendo su mano en un gesto de cortesía.
—El gusto es mío, pero por favor, dime James —respondió él, tomando su mano y depositando un beso en ella. Amy, sorprendida por el contacto, retiró su mano con delicadeza, sintiéndose ligeramente incómoda.
—Disculpe, señorita, a veces olvido que esas costumbres se han perdido en el tiempo —James se acomodó el cabello, una sonrisa apenada asomando en sus labios.
—Listo, señorita, su habitación está preparada... —Iris, la encargada, se quedó petrificada al ver a James acompañando a la joven.
—Gracias, Iris. Yo me encargaré de acompañar a la señorita —dijo James, tomando la llave de manos de Iris, quien no podía ocultar su sorpresa. Era inusual que James se presentara ante los huéspedes, y menos aún que los guiara personalmente, a menos que tuviera intenciones más siniestras.
—Bien, por aquí —indicó James, señalando hacia el ascensor.
—Gracias, señora. Quiero dejarle esto —Amy extrajo un chocolate de su mochila y se lo ofreció a Iris.
La gratitud iluminó el rostro de Iris, acostumbrada a ser invisible para la mayoría de los residentes. El gesto amable y tierno de Amy fue un rayo de sol en su rutina sombría.
—Muchas gracias, mi niña —dijo Iris, su voz teñida de un cariño sincero.
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James giró los ojos con impaciencia, un gesto que no pasó desapercibido para Amy. Juntos se adentraron en el ascensor, donde el silencio solo era interrumpido por el suave zumbido de la máquina.
—¿Y viene por trabajo? —James rompió el silencio con una pregunta que sonaba más a un interrogatorio.
—Sí, aunque no sé si debería decirlo... pero usted es el dueño del lugar. Soy detective, así que si las personas que trabajan aquí me ven con un arma, es por trabajo, nada más —explicó Amy, su voz firme pese a la situación inusual.
—Sí, ya sabíamos que es detective. La misma agencia se encargó de comunicarlo. No es la primera que se hospeda aquí; teníamos a otro detective, se llamaba John Lowe —James la observó de reojo, buscando alguna señal en su expresión.
—Así que se está quedando aquí, espero verlo —Amy sonrió al recordar a John, una sonrisa que provocó una ola de incomodidad en el estómago de James.
El ascensor se detuvo en el piso seis, y James, con la maleta de Amy en mano, salió primero.
—¿Son conocidos? —preguntó, su curiosidad apenas contenida.