Capitulo 9

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2  de noviembre.

Ha pasado meses desde que terminó la guerra de la independencia, nunca había tenido tanto trabajo y empiezo a considerar que debo tener una compañera: una reina. Alguien que me ayude con la sobrecarga de trabajo que tengo; esta guerra me ha llevado mucho tiempo y esfuerzo, tantos muertos que hacen largas filas por cruzar al Mundo de los muertos. Lo gracioso es que la mayoría va al mundo de los condenados.

Anoche subí a la tierra para celebrar el día de muertos, aproveché para hacer unos cuantos tratos, siempre hay almas dispuestas a ser entregadas por unas cuantas monedas o cosas absurdas. El gusano de Octavio Montes de La Cruz llevaba ocultándose de mi los últimos cinco años, me había vendido su alma para salvar a su madre, a la cual me llevé, pero él se ha escondido de mi, y me sacaba canas verdes y fuertes dolores de cabeza, pues siempre se escondía de mi, aprovechando su maldición de Nahual.

Como el maldito perro miserable que es, volvió a mi con la cola entre las patas, dispuesto a hacer un nuevo trato.

—¿Qué quieres ahora, cabrón?—lo miré con repudio el como sujetaba las patas de mi corcel, aferrándose a este.

—Estoy dispuesto a pagar mi trato...—Dijo con la voz temblorosa, con la cabeza baja evitando verme a los ojos.—Pero necesito pedirte dinero; voy a casarme  y quiero darle a mi prometida la vida que se merece.

—Mi pinche cabrón—Reí con una fuerte carcajada.—Suertudo bastardo ¿quien te viera? Sabes que para mi siempre será un honor apoyarte en todo.

Le lancé las monedas al suelo y este las recogió como el muerto de hambre que es. Lo miré, solo sonreí, mientras que mis ojos irradiaban fuego. Lo dejé de ver un año, hasta anoche, donde al ir a verlo descubrí que con ayuda del dinero que le había dado había hecho una gran fortuna; se hizo de una hermosa hacienda, prospera y tranquila y hasta este punto, yo no conocía a su esposa. Octavio había salido a la guerra, para pelear con el ejercito zapatista desde hace meses y anoche su mujer había colocado un altar de muertos a las animas que nadie pedía por ellos.

Esa mujer era preciosa: Cabello negro que caía coquetamente sobre su busto, piel apiñonada, ojos color café que causaron en mi un hondo suspiro y vestía un lujoso vestido negro, algo que Octavio le pudo dar con mi dinero.

—Vaya noche ¿no es asi?—Le sonreí amablemente, al parecer la habia asustado.—¿Quiere que la lleve?

—Buenas noches—Me sonrió ella haciendo una reverencia a modo de saludo. Tenía la voz mas dulce y hermosa que yo haya escuchado en todos mis siglos de existencia.—Oh, no gracias, no vivo lejos de aqui. Y mi esposo quizá llegue pronto.

—¿Que hace una dama como usted tan sola?

—Ya sabe, visitando a mis difuntos esta noche.

Bajé del caballo y besé su mano, hundiendo mis sentidos en aquel aroma dulce de su perfume de gardenias y el amaranto de sus labios. Octavio se había sacado la lotería con ella, no había duda alguna.

—¿Y cual es el nombre de semejante ninfa?—Sonreí sin soltar su mano.

—Me llamo Esperanza—agregó—Esperanza de los Ángeles Posada de Montes. ¿Y usted?

Me quedé callado, la realidad era que jamás había necesitado un nombre de mortal, hasta ese momento.

—Me llamo José Juan Martinez de La Garza.

Mis ojos se clavaron en los de ella; esa mujer era todo lo que yo necesitaba para mi. Ahora debía idear un plan para hacerla mi reina y hacerla caer en mis encantos.

15 de Enero.

Durante los ultimos meses he estado visitando a Esperanza por las noches y llevandole serenatas, mientras Octavio siga en la guerra, yo tengo el camino libre. Esperanza me tenía loco y todas las noches, desde los ultimos dos meses, la he estado acompañando a su casa, aunque ella se niega a subir a mi caballo. Jamás fui romantico, solo coqueto, pero ella me hacía sentir algo, o eso supongo yo.  Una lechuza estuvo de pie en el arbol que daba fuera de la habitación de los esposos.

Sonreí burlonamente al ver a la lechuza, Esperanza miraba por la ventana, quizá no estaba enterada que su marido era un Nahual. La abracé por detrás y ella se quiso apartar de mis brazos, pero le fue inútil. Anoche la hice mia ante los ojos de su esposo, quien no dejaba de picotear el cristal de la ventana por un largo rato. Aquella dulce mujer dormía sobre mi pecho, mientras acariciaba su cabello.

Voltee de nuevo a la ventana, y la lechuza ya no estaba. Tomé el mentón de Esperanza y la miré, para despues levantarme y vestirme. Ella se quedó en la cama observandome.

—No puede ser...—Sollozó aun procesando el pecado que acababa de cometer.

—Escucha, belleza, seré breve contigo.—Sonreí abotonando mi camisa.—Tu querido esposo hizo un pacto conmigo desde hace años, pidiéndome salvarle la vida y darle el dinero para que tengas la vida que gozas ahora.

Los ojos de Esperanza se abrieron tanto que parecía que había visto a un fantasma, se cubrió la boca con la mano y sujetó fuertemente las sábanas contra ella.

—Tu...—su voz temblaba—T-tu ¡Tu eres El Charro Negro! ¿Qué le hiciste a Octavio?

—Yo no le hice nada, solo he venido aquí para reclamar lo que me pertenece por derecho. Teníamos un trato que no cumplió y ahora voy a llevarme lo que mas ama.

Ella soltó un grito, para después fallecer en mis brazos. Octavio había llegado corriendo y azotando la puerta. Su cara de terror no tenía precio alguno, me hizo hacia un lado empujandome y solo abrazó el cadáver yacente de su amada esposa. En mi mano tenía una flor de cempasuchil fresca, la cual era el alma de Esperanza.

—¡¿Qué le hiciste?!—Octavio me gritó con lagrimas en los ojos.—¡¿Qué le hiciste?!

—Solo vine a cobrar lo que es mio.

—Llévate mi alma,  ya no tiene sentido si no la tengo a ella.—Me recriminó en sollozos.

—No, ya no la quiero. El trato cambió una vez que tu no cumpliste con tu parte del anterior. No te preocupes, la cuidaré bien—Solté una carcajada burlona—Será una magnifica reina.

Cabrón hijo de la chingada.—Murmuró con su llanto tan amargo, que casi hacía que sintiera compasión por él.—Te juro por ella que me voy a vengar por esto.

—No me volverás a ver—Le di una palmada en el hombro y me puse el sombrero. —Pero ella se queda conmigo y punto.

Llamé a mi caballo con un silbido y salí de ahí, colocando la flor de cempasuchil en el bolsillo de mi chaqueta de charro, para despues desaparecer de ahí. Sabía que Octavio haría lo imposible por recuperar a su amada, pero debo admitir que el imbécil no es nada inteligente.

EN LA TIERRA DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora