El dolor de mi cabeza era insoportable. Abrí los ojos y me llevé el susto de mi vida al ver a una mujer pálida, vestida de blanco y con sus ojos negros derramando lagrimas negras. Quedé paralizada al verla de frente y no pude evitar soltar un fuerte grito, a lo que ella también gritó conmigo, siendo su grito, mas desgarrador que el mío.
—¿Tu eres uno de mis hijos?—dijo ella, la reconocí por completo: era la llorona.
—N-n-¡No!—Agregué aterrorizada—Me llamo Priscila, y no soy su hija...por favor no me lastime, solo quiero volver a casa.
—¿A tu casa?—rio mirándome—Eso va a ser un poco difícil, queridita. Bienvenida al mundo de los muertos.
—¿Fallecí?
—No, aún no, pero estás a punto. Si quieres volver a casa, necesitarás ayuda de la reina de los muertos.
—¿Usted puede llevarme a ella?
—¿Me viste cara de guía turística, o que?
Bufé y me encogí de hombros, no quise pelear, porque realmente La Llorona me intimidaba y no quería ser una victima suya y que me llevara al fondo del lago. Me miró y solo se rio, ofreciéndome su mano para levantarme; la tomé, era demasiado fría y húmeda. Caminamos por el cementerio hasta la puerta de una cripta, explicándome que cada espíritu tiene una puerta al vagar entre el mundo de los vivos y los muertos: esta les permitía ir y venir cuando ellos quisieran, con algunas reglas que no quiso explicarme.
Llegamos a la puerta y esta no abría, lo que la hizo mirar extrañada y seguir intentando hasta que algo la hizo quejarse, como si se hubiera quemado con la perilla, la cual estaba al rojo vivo y se había fundido. Esta me miró preocupada y explicó que había una fuerza oscura que no le permitía entrar.
—¿Mas oscura que tu?—Me burlé intentando calmar la tensión.
—¡Si, mocosa!—Me regañó—Mas oscura que yo, y creo saber de quien se trata. Pero sígueme, conozco a una persona que nos puede ayudar con su puerta.
Ambas caminamos hasta el monte, fue un camino que me pareció demasiado eterno y no estaba segura a quien buscábamos. La Llorona aprovechaba para espantar con su llanto a cualquier mortal que estuviera cerca. Era raro, porque su llanto se oía lejano, como si estuviera en otro lado. El monte estaba rodeado de un enorme bosque que era cubierto por neblina que le daba un toque tan lúgubre y tétrico al ambiente, que me hacía sentirme en una película de terror cliché Estadounidense.
La llorona se paró en seco y solo puso su mano frente a mi, indicándome que me pusiera detrás de ella. Me miró y solo me hizo una seña de que guardara silencio al ponerse el dedo en los labios. El crujir de las ramas de los arboles en el suelo siendo pisoteados por alguien llamó nuestra atención. Y de repente: un silbido en escala.
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do...
Se oían también que cada vez mas se alejaban, rápidamente reconocí ese silbido, lo había leído en un libro: El Silbón. Estaba segura de que se trataba de él. El silbido cada vez mas y mas se alejaba de nosotras, hasta que pude divisar la silueta de un hombre con sombrero, que caminaba encorvado y que venía hacia nosotras.
Mis piernas quisieron que me echara a correr, pero mi cuerpo no respondía. Mis ojos se abrieron a tal punto que no podían creer lo que veían: tenía a aquel hombre ante mi: Alto, encorvado, descalzo, cargando un enorme y mugriento saco lleno de tierra y sangre. Su rostro desfigurado completamente con arañazos y mordidas de perro, pies y manos tenían sangre y graves heridas. Un ligero bigote en la parte superior de su labio destrozado, y a uno de sus ojos le faltaba el globo, el cual colgaba de la cuenca.
Llevaba en la boca un palito de heno que masticaba. Dejó caer su saco delante de nosotras y no pude contener un fuerte grito que escapó de mis labios al ver huesos y cabezas en aquel costal. Sentí que estaba en una horrenda pesadilla, pero no era así, todo era completamente real.
—Que escandalosa es tu hija, Yoltzin—Gruñó el silbón al oírme gritar, acomodó su sombrero y solo tomó el saco, colgándoselo al hombro.
—Se llama Priscila.—Agregó La llorona mientras se sacudía el polvo de su vestido.—Y quedó varada entre el mundo de los vivos y los muertos.
El Silbón soltó una fuerte carcajada burlesca, riéndose de mi y de mi desgracia. Me miró fijamente de arriba a bajo, tomando su ojo colgante con su mano sucia y se acercó a mi cara; pude oler su fétido aliento, lo que me hizo sentir nauseas y jadear. Sentía que iba a orinarme encima pero me contuve. Cerré los ojos y pasé saliva para explicar acerca de lo que había sucedido y de nuevo, él soltó otra carcajada.
—Pues tendrás que arreglar eso con La Catrina—Agregó.—Pero quien sabe si ella no ha subido ya al mundo de los vivos para las festividades.
La Llorona explicó lo de su puerta y el Silbón solo volvió a reírse. Se dio media vuelta y comenzó a caminar de nuevo, indicándonos con esto de que lo siguiéramos, hasta que llegamos a un granero abandonado en medio del bosque. Nos señaló con el dedo que podíamos cruzar por ahí. Él y la Llorona indicaron que debía seguir mi camino yo sola, porque ellos no tenían permitido entrar al reino donde habitaba La Catrina, pero yo insistí que me acompañaran. El Silbón solo gruñó y negó con la cabeza, aceptando a regañadientes, e indicando que de ser así, primero deberíamos buscar a alguien.
Cruzamos la puerta y parecía que seguíamos en el monte y el granero, pero aquel espectro me explicó que realmente no. Miré a todos lados y era cierto: el lugar parecía ser el mismo, pero el ambiente era distinto, triste, sombrío, callado pero pacifico.
—¿Dónde estamos?—Pregunté con algo de temor. El silbón me miró y solo empezó a silbar de nuevo en escala.
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do...
—Bienvenida al reino de las almas desechadas—Dijo él después de silbar—O como lo conocen los mortales: Él limbo.
—Aquí yacen las almas de los desafortunados en vida—Explicó la llorona—Suicidas, los que mueren en un accidente, los que fueron abandonados y de los niños no bautizados. Aquí también pertenecemos nosotros: Los seres que no tuvieron perdón del ser supremo y estamos todos condenados a vagar entre los vivos y los muertos sin descansar en paz.
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, miré hacia arriba y noté que los arboles eran personas, personas que lloraban, se quejaban y sollozaban de dolor y tristeza. Algunos otros eran animales, o también sus llantos solo se oían en el viento, no siendo mas que polvo y tierra.
Se formó un nudo en mi garganta, me sentí tan apenada por aquella gente, que en vida se veía que sufrieron mucho. Caminamos los tres por un largo rato, mientras oíamos los desgarradores lamentos de aquellas personas, suplicando por luz para irse a descansar, pero ese era su lugar: ahí se quedarían para toda la eternidad. Algunos otros rezaban de manera tétrica, buscando el consuelo en sus oraciones, esperando que el "ser supremo" los escuchara y perdonara por aquella grave falta: haber acabado con sus vidas antes del tiempo dictado a la ley divina.
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EN LA TIERRA DE LA MUERTE
FantasiaPriscila Parra es una joven Canadiense que es enviada a Michoacan para la temporada de dia de muertos a cuidar de su abuela materna. Una noche de 1ro de Noviembre emprenderá una aventura para escapar del mas allá y ayudar a la reina de los muertos.