Diciembre. 1920
La vida de casado es una porquería, de haber sabido que tenía que aguantar los caprichitos de Esperanza, la habría encerrado en la botella. Desde que llegó, los sirvientes solo la obedecen a ella ¡olvidan que yo soy el rey! Pero agradezco que ahora ella se vaya a ocupar de ir a cosechar almas; así me ahorra el trabajo.
El conde Dante de Valdor era un alma que yo tanto anhelaba poseer. Que Guadalajara sospeche de que es un vampiro fue mi plan maestro para así obtener su alma; sembrarle odio por la humanidad tras haberme llevado a su mujer y a su escuincle recién nacido fue todo un éxito, y ahora solo tenía que llevarme al conde.
Pero de nuevo Esperanza tuvo que meter su bonita nariz donde no le llaman y fue a advertirle del conde sobre su cruel destino, arrebatándome la oportunidad para hacer un trato con él; pero lo tiene de hermosa, lo tiene de estúpida. Se que el conde no se negará a este trato...
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Buscar el cráneo se veía mas difícil de lo que esperábamos ¡todo el maldito cerro está lleno de cosas! ¿Cómo se supone que encontraremos esa calavera? Y Juan Chávez no ayudaba en lo absoluto, solo estaba apoyado en su caballo diciéndonos que buscáramos bien. Jamás había visto tanto oro, tantas joyas y tantas armas en mi vida, solo en películas.
No se cuanto tiempo permanecimos buscando, hasta que Yoltzin encontró el cráneo: era una calavera de roca volcánica, con cuencas que hacían notar que dos piedras preciosas faltaban ahí. Dientes de mosaico: se le habían caído dos y en la parte de atrás un marco de oro con solo un pequeño trozo de espejo roto. Había que ir al Mictlán lo mas rápido posible para buscar lo faltante del cráneo antes de la llegada del tres de noviembre.
Parecería que nos queda bastante tiempo, pero lo que se sienten horas en el Mictlán realmente son casi días(según palabras de Octavio). Avanzamos hasta la puerta de Juan Chávez para bajar al mundo de los muertos, pero escuchamos un extraño ruido y el relinchar de unos caballos.
—Me lleva la...—Murmuró Juan antes de voltear a vernos—¡Váyanse! Yo me ocupo de esto.
—¿Cómo crees que vamos a dejarte?—agregó Octavio con preocupación.
—Yo los alcanzo. Esta es mi penitencia después de todo. Pongan a salvo a la mocosa y detengan a ese cabrón.
No me dejaron mirar hacia atrás, solo pude escuchar una batalla campal detrás de nosotros y a Juan Chávez gritando y maldiciendo.
Llegamos a la entrada del Tlalocan: el ambiente era húmedo, pero frío, no se sentía como la playa, donde es húmedo pero caluroso. Había silencio, pero también se percibían voces, murmurios, lamentos y el goteo insistente de las ramas húmedas. Ese lugar sería mi destino final en cuanto mi cuerpo terminara de morir. Sentí tanto miedo, no sabía si sumergirme o no.
Di un paso hacia atrás mientras sentí como mi vida pasaba ante mis ojos; estaba segura que en mi cabeza podía escuchar la macabra carcajada del Charro Negro burlándose de mi.
—No puedo...—chillé retrocediendo.—¡No puedo! ¿Y si no puedo volver a salir?
—¡Coño de la madre, niña!—Gritó Pedro furioso y frustrado. A ver como le haces, pero consigues esos malditos ojos o te dejamos aquí.
—Ya basta, Pedro.—La llorona tomó mi mano y me sonrió-Yo te metí en esto, así que es justo que te ayude a salir de aquí.
—Considero prudente mencionar que solo una de las dos saldrá de ahí—Agregó Silvia, quien junto con Catalina y La Patasola ya nos habían alcanzado, miraba su reflejo en el agua.
—Yo me quedo.—La llorona no dejaba de sonreírme y juntas nos lanzamos al agua.
He de mencionar que yo no se nadar, pero al ir de la mano de Yoltzin me sentí segura y dejé que la corriente del Tlalocan me llevara hasta el fondo. Entré en pánico al sentir miles de manos tratando de hundirme más, pero sabía que La Llorona no lo iba a permitir: con su desgarrador lamento alejaba a aquellos habitantes, quienes nos abrían paso mientras nos sumergíamos más.
Nadamos por no se cuanto rato, podía sentir un enorme cansancio y dolor en mis piernas tras patalear para seguir avanzando y soltarme del agarre de los habitantes del Tlalocan. Aquellos crueles y dolorosos lamentos me causaban escalofríos; simplemente no podía procesar que terminaría ahí. Yoltzin se veía tranquila por su parte, no se veía asustada para nada, y ¿Cómo asustarse? Si lo mas aterrador ahí en ese momento era ella.
Un destello verde se percibía hasta el fondo, era cegador, pero me motivaba a seguir nadando para alcanzarlo. Al llegar solo tomé aquella roca que desprendía ese brillo y miré a Yoltzin, cuando entre el interior de esa fosa acuática percibimos una voz grave, áspera pero llena de dulzura al hablar. La llorona me cubrió la boca y solo se dirigió a la voz.
—Oh, gran Tláloc, disculpas yo te pido, hermano mío por irrumpir en tu reino sin consultarte.
—Cihuacóatl—Respondió la voz del dios Tláloc.—Sorpresa me causa tenerte de vuelta, aún sabiendo que no tienes derecho alguno de regresar a los reinos.
—Solo estoy aquí para ayudar a una pobre alma.
—Enterado estoy; Mictlantecuhtli sigue haciendo de las suyas. ¿Creen que el cráneo de Tezcatlipoca será suficiente para detenerlo?
Me quedé helada por un momento:¿Mas retos? ¡estoy harta! Quiero salir de aquí.
—La niña solo quiere salir de aquí—Dijo La llorona.—Pero sin Mictecanzihuatl no podremos regresarla a su casa.
—Y con mayor razón—Agregó Tláloc—Ante el canto del gallo del amanecer del noveno día tras su muerte ella se quedará aquí, en el Tlalocan, tengo entendido que su muerte fue por ahogamiento. Así que ella pertenece a mi reino, por ende; su alma es mía.
El dios Tláloc explicó que si nos dejaba llevarnos el ojo, una de nosotras debía quedarse. Yoltzin me tomó de la mano y me llevó de regreso hacia la superficie. Mi mano se asomó fuera del agua y Octavio fue a ayudarme a salir. Mi tos era descontrolada, sentí que iba a escupir mis pulmones mientras soltaba toda el liquido que había tragado. Yoltzin salió detrás de mi, pero fue arrastrada hasta el fondo por las manos de los habitantes del Tlalocan.
El Catrín me abrazó fuerte escondiendo mi cara en su pecho para que yo no viera. Pude escuchar los lamentos de los Tlalocanes y el forzoso chapotear de La llorona intentando liberarse hasta que todo volvió a ser silencio y solo era el goteo incesante de las estalactitas húmedas sobre el agua del cenote.
—¿Estás bien, Priscilita?—Preguntó Octavio mirándome a los ojos con preocupación.
Yo no dejaba de temblar, solo le mostré el ojo de jade para la calavera. Me besó la frete y me abrazó de nuevo.
—No quiero terminar en ese horrible lugar.—Sollocé aferrándome a él. Estaba horrorizada, muerta de miedo y frío. Pero sabía que debía seguir con esto para encontrar a La Catrina y poder volver a casa.
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EN LA TIERRA DE LA MUERTE
FantasyPriscila Parra es una joven Canadiense que es enviada a Michoacan para la temporada de dia de muertos a cuidar de su abuela materna. Una noche de 1ro de Noviembre emprenderá una aventura para escapar del mas allá y ayudar a la reina de los muertos.