Evitar el camino al Mictlán era mas difícil de lo que pensábamos, nuestro siguiente obstáculo era atravesar el Tonatiuh Ilhuícatl; el lugar de descanso de los guerreros, los sacrificados en tributo y las mujeres fallecidos en el parto, según lo que Octavio me explicó. Todo parecía raramente pacifico, pero si este lugar era también como el Tlalocan entonces no iba a ser tarea sencilla. Pedro El Silbón se quitó el enorme saco que siempre cargaba sobre los hombros y sacó un pequeño trozo de hueso que lanzó al centro del campo y de un segundo a otro se hizo presente una gran lluvia de flechas, que de no ser por habernos cubierto detrás de unas enormes dunas las flechas ya nos habrían dado.
Un grupo de guerreros Azteca se acercaron a nosotros; sus armaduras eran sencillas pero llenas de joyas, de oro y otros materiales que no reconocía, pero puedo apostar que eran metales que se usaban en aquellas épocas. En lugar de cascos llevaban hermosos penachos con cabezas de animales o que simulaban serlo: jaguares, venados, águilas y lobos. Algunos tenían la mitad de sus caras descarnadas, algunos otros tenían flechas y lanzas que atravesaban sus corazones y otros heridas en otras partes de sus cuerpos que quizá en batalla fue lo que les quitó la vida. Uno de los guerreros jaguar se acercó a nosotros y empezó a hablarnos en una lengua muy extraña que no entendíamos.
—Parce, dile al gobernante de este lugar que necesitamos verlo—Dijo Pedro, pero el guerrero al no entenderlo le apuntó con su lanza listo para atacarlo.
—El no te entiende—Respondió Silvia—Está hablando en una lengua indígena, Náhuatl creo que es...
—Bueno, yo no soy la Llorona como para entender las lenguas indígenas, muchas gracias.
—No necesitamos a Yoltzhin, yo hablo Náhuatl. Soy descendiente de una familia mestiza y mi madre era indígena—Agregó Octavio quitándose su sombrero de copa y acercándose lentamente y con respeto al guerrero águila. Ambos comenzaron a entablar una conversación inentendible para nosotros que no hablábamos el idioma y que El Catrín parecía entender a la perfección.
El guerrero pidió a los demás que bajaran sus armas y todos se quedaron firmes como soldados del Palacio de Buckingham.
—¿Que le dijo?—preguntó Catalina con curiosidad.
—El dios Tonatiuh nos recibirá—Octavio respondió con tranquilidad mientras nos guiaba por todo el lugar.
Aquel reino era un campo de batalla, armas, flechas y escudos yacían en el suelo. Aquel guerrero que habló con El Catrín nos dirigió hasta un enorme recinto: un enorme templo prehispanico que parecía ser la piramide del sol en Teotihuacan de la Ciudad de México.
El lugar estaba lleno de música que parecía salir de un viejo ritual prehispanico: sonidos de silbatos hechos de madera o roca y pequeños tambores amenizaban aquel lugar de descanso a los guerreros, ahora venía lo mas difícil: subir las mil y tantas escaleras para llegar al interior del enorme templo. No supe por cuanto tiempo subimos, y tampoco tenía idea de cuantas horas habían pasado ya del día de muertos, yo podía apostar que ya habían pasado días, incluso que quizá ya hasta estaba cerca de la navidad.
Llegamos al corazón del templo y una luz salía de aquel lugar, en medio de la sala principal estaba un trono dorado y sentado sobre este había un hombre, cuya piel brillaba como el sol: su cabello era castaño que era adornado por un enorme penacho de lo que simulaba ser un rostro humano tallado en alguna especie de mineral, con enormes plumas de águila pintadas de colores que adornaban aquel hermoso penacho y que caía hacia atrás. Aquella hermosa corona era como un casco que abarcaba toda la cabeza de aquel hombre. Su piel era completamente roja, quizá estaba pintadada, en la zona de sus ojos estaba pintado de gris y una línea blanca que cruzaba por su nariz y que iba de sien a sien. En la mano tenía un disco dorado que pasaba entre sus dedos y de la otra emanaba un brillo cegador, sus ojos eran tan azules como el mismo cielo y todo su cuerpo estaba pintado con extraña simbología, sus brazos llenos de brazaletes, amuletos de joyas y plumas y dos enormes aretes de oro colgaban de sus orejas.
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EN LA TIERRA DE LA MUERTE
FantasyPriscila Parra es una joven Canadiense que es enviada a Michoacan para la temporada de dia de muertos a cuidar de su abuela materna. Una noche de 1ro de Noviembre emprenderá una aventura para escapar del mas allá y ayudar a la reina de los muertos.