Capitulo 12

13 1 7
                                    

-Ven, Priscilita, quiero mostrarte algo...-El Charro me sonrió, haciendo una seña con sus dedos, indicándome que lo siguiera. Todos mis amigos nos siguieron también, mientras que Pedro y Catalina se quedaban con Octavio, quien seguía inconsciente.

Regresamos a la tierra de los condenados y Mictlantecuhtli me guió hasta su habitación llena se botellas. Tomó una del estante y la abrió. En ella se podía leer la etiqueta:"Dio a su hijo recien nacido a cambio de un titulo de realeza". Me invitó a sentarme frente a él, a lo que obedecí. Tomó dos vasos pequeños y sirvió en estos el liquido de la botella.

-¿Un tequilita, linda?-Me sonrió inclinando un poco su sombrero.

-Solo tengo trece años-Asentí pasando saliva.

-Lo sé, lo sé. Solo jugaba contigo.-Rió y movió su mano, convirtiendo el liquido transparente del vaso en Coca-cola. Me sonrió con malicia y ponía ligeramente su vaso al frente como si brindara, dio un trago de golpe y solo se rió.

Mis piernas temblaban debajo de la mesa, sus ojos destellaban en rojo vivo, como fierro ardiente. Las patillas al costado de su cara y ese ligero bigote que apenas le estaba creciendo le daban un toque macabro y a la vez coqueto a su buen parecer, sus cejas pobladas daban un marco penetrante a sus ojos.

-Dime, m'ija ¿que es lo que define al ser humano?-Hizo esa pregunta de una forma tan sutil dejando de nuevo su vaso en la mesa y sirviéndose mas tequila.

Yo no respondí, solo lo miré y luego mis ojos observaban el lugar como si se tratara de un museo. El Charro se carcajeó y me sonrió, acariciandose el mentón y el ligero bigote en la parte superior de sus labios.

-Ay Priscilita, ay mi niña, mi niña.-Se carcajeó burlandose-Lo que define al ser humano es su esencia ¡Es su alma! ¿Por qué los humanos piden tanto dinero? ¿Por qué piden tantos lujos? ¿Por qué piden puras pendejadas? Si todos vamos a morir y no nos vamos a llevar nada.

Fruncí el ceño, lo miré con repudio, asco y miedo a la vez. Me ofreció de trato regresarme a casa, olvidarme de todo, hacer creer que todo lo que había visto al estar ahí pareciera un sueño, solo a cambio de mi alma y servirle para toda la eternidad a la hora que muera.
Me negué rotundamente a regresar, no iba dejar a mis amigos y a mi abuelo solos, no desde que ellos arriesgaron sus almas con tal de traerme hasta ese punto. El Charro Negro se carcajeó y me extendió la mano, mostrandome una bolsa llena de monedas de oro, que brillaban en la oscuridad de la habitación.

Lancé las monedas al suelo y traté de salir corriendo. La risa del Charro sonó a mi espalda. Traté de abrir la puerta, pero al darme cuenta, ya estaba en un extraño lugar: parecía ser una universidad, y se veía muy moderna. Caminé en penumbras intentando salir, cuando el llanto de una mujer llamò mi atención y me asustó. La Dama de rojo; Silvia estaba ahí, sollozando amargamente. Dudé un poco en acercarme, pues ella tambien había sido parte del complot del Charro Negro.

Su grito desgarrador y la sangre goteando de su cara me hizo retroceder en defensa propia, pero ella me miró, parecía alegre y a la vez avergonzada de verme. Suspiré y me crucé de brazos, no confiaba en ella desde que por su culpa, El Charro encerró a La Catrina y quien sabe si ahora seguía viva o no. Pero parecía que de verdad estaba decepcionada, dolida por todo lo que sucedió. Me sentí un poco alegre por eso, al parecer el charro la había dejado y había sido regresada a su lugar de penitencia. Gritó mi nombre con emoción y quiso abrazarme, pero retrocedí.

-¿Ahora qué te hizo?-le pregunté con indiferencia, alcé una ceja mirandola fijamente.

-Me traicionó-Dijo Silvia con la voz temblorosa y sus ojos reflejando odio.-Me dijo que lo pensó bien y que prefería gobernar él solo, que no quería compartir el poder.

-Ya veo.-bufé-pues alguien con cinco pesos de cerebro y amor propio sabe que no debes confiar en el Charro Negro. ¿Y ahora que piensas hacer?

La Dama de Rojo me miró con desanimo y solo asintió que nada, que no pensaba hacer nada, o podía hacer simplemente nada. La voz de Catalina sonò a mi espalda, La llorona llegó flotando hacia mí y revisó que no tuviera nada anormal o alguna herida. Me abrazò amorosamente como una madre lo haría, por primera vez me sentía reconfortada y tranquila entre sus brazos. Se sentía raro, pero no me importaba. Alcé la mirada y noté a lo lejos un enorme y extraño perro negro, pero su cabeza estaba completamente pelada, como si le hubieran arrancado la piel y dejado solamente su cráneo. Decidí no preguntar, pero me preocupé al ver que Octavio no venía con nosotros.

-Silvia, mínimo sirve de algo y prestanos tu puerta ¿no?-pidió el Silbón mientras se echaba su costal de huesos al hombro.

-¿Buscan el cráneo de Tezcatlipoca?-Cuestionó la dama de rojo alzando la ceja-Nadie sabe donde està desde hace siglos.

-Lo tengo yo bajo mi resguardo-Agregó Juan Chávez, mientras se ponía su sombrero grande de paja.-Pero le hacen falta los ojos de jade, los dientes de mosaico y el espejo. Se que El Charro esparció cada una de las cosas en todo el Mictlan.

-Uno de los ojos está en el Tlalocan-Agregó La Llorona.-Uno de nosotros deberá nadar hasta sus profundidades y recuperarlo. Y yo seré esa persona.

-El otro ojo está en el Cehueloyàn.-Asintió Juan Chávez-Habrá que buscarlo de entre la nieve, aunque corramos el riesgo de quedar congelados.

Todo fue silencio por un momento, hasta que La pata sola se ofreció a ser la que buscaría el segundo ojo en ese nivel del Mictlan, aun cuando si eso significaba que tendría que quedarse congelada para toda la eternidad. Juan explicó que habría de ahí ir al Pancuetlacalóyan donde los vientos soplan fuerte y entre la tormenta recolectar los dientes del cráneo, que estaban clavados en las paredes de un cerro que había ahí. Pedro, el Silbón, se ofreció.

-¡De ninguna manera!-Replicó Catalina con preocupación.-Pensaremos en algo, pero tú no te arriesgas.

-Lindura, ya he sobrevivido vientos mas fuertes que eso.-Pedro le guiñó el ojo, dandole un calido beso en la mejilla, al parecer a Catalina no le importaba la demacrada y tetrica apariencia del Silbón.

-Solo faltaría el Espejo-Agregó Silvia-para ese tenemos que nadar todos en el Apanohualoyán. El espejo lo posee la diosa Xochiquetzal, y solo los que tienen un corazón libre de pecados pueden llegar a ella.

Todos me voltearon a ver, parecía que obtener el espejo iba a ser mi tarea, pero La Llorona explicó, que para poder cruzar ese río, yo debería recorrer todo el camino para "trascender" y eso significaría que si no lograba todas las pruebas, me quedaría en el Mictlan para siempre. ¿No habìa otra alternativa? Algun otro camino, estoy segura.

EN LA TIERRA DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora