Parte Ocho

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Ellos están incomodos; encerrados en una burbuja de silencio que en cualquier momento podría explotar. Sentado uno frente al otro, se analizan con detenimiento y esperan por cualquier mínimo error.

«Zorra»

«Mocoso»

Sus omegas gruñen, un enfrentamiento que estuvo destinado desde el principio. Para algunos es una escena normal; la prometida de Gojo bebe una taza de té, mientras pasa tiempo con su futuro hijastro. Ambos saben que eso está lejos de la realidad.

La sonrisa de Yuji se ensancha cuando Gojo toma asiento a su lado, le acaricia el cabello sin prestarle atención a la mujer. Ella frunce el ceño, libera feromonas para llamar la atención del alfa.

—¿Estas en celo? —pregunta el niño, tomándola por sorpresa. —Apestas. Tu olor podría ser molesto para algunas personas—expresa, dando un vistazo al resto de clientes.

—No, yo solo...—su rostro se enrojece.

—Deberías irte a casa, solo para estar seguros—expresa con desinterés. Ella le besa la mejilla, sin notar la barrera que los separa; luego se marcha con pasos torpes.

Una vez que padre e hijo están solo, Gojo se ríe alto. Es la primera vez que su cachorro actúa de ese modo, eso le llena de orgullo. A diferencia de otros, que habrían reprendido al niño por ser irrespetuoso con los mayores, a él le importa un comino.

—Tendré que irme—dice, luego de haber estado sonriendo a su teléfono.

—¿Qué ocurre?

—Megumi quiere que entrenemos juntos—explica con un brillo en los ojos. Se despide con un abrazo, prometiendo pasar tiempo con Gojo mas tarde.

La simple mención de Megumi le provoca una avalancha de emociones, la mayoría son de nostalgia y dolor. Desde aquel día en que fue golpeado por la Zenin, ha permanecido lejos de la Academia. Tuvo que suplicarle a Nanami para que lo reemplazara, y soporto varios regaños por parte de Yaga.

«28 días, nueve horas, doce segundos»

Es un récord total. Nunca imagino estar lejos de Megumi por tanto tiempo, un día ya era demasiado, dos eran una agonía y tres eran una tortura. Aún recuerda que, al principio de su relación, Yaga lo envío a una misión que duro alrededor de cuatro días; se sintió tan enfermo, casi al borde de la muerte por la ausencia de su familia, sus tesoros.

—Señor, aquí tiene la cuenta—habla una mesera. Gojo entrega su tarjeta, paga y luego desaparece.

En la habitación de Megumi, el grupo de estudiantes se reúne. Inumaki, Panda y Yuji devoran las palomitas de maíz, gritan y se asustan con facilidad; sus movimientos hacen que el líquido de sus vasos se derrame. Nobara y Maki están concentradas en la película, soportando los gritos molestos.

Luego se sientan en el suelo, alrededor del monopolio. Esta vez, las chicas se enfrentan con palabras sucias, ambas deseando ganar. En algún punto de la noche, meten a escondidas botellas de soju y beben sin parar. Alguien ofrece jugar al giro de la botella, las preguntas se hacen más incomodas, más imprudentes.

—Megumi—llama el moreno, cuando la botella apunta hacia el otro. —¿Crees en las almas gemelas, en los destinados? —sus ojos parpadean con cansancio.

El ambiente en la habitación cambia, los chicos esperan una respuesta. Megumi los observa por un momento; antes habría enfurecido, los habría echado a patadas por desordenar su cuarto, ahora solo puede disfrutar, agradecer por su compañía.

—Sí, lo hago. —El recuerdo de ojos azules lo azotan como un relámpago; solo Maki puede descifrar sus emociones.

—Eres un alfa recesivo, por ende tus posibilidades serían más bajas que las de otros alfas—señala Nobara. —Aun así, ¿te gustaría conocer a tu destinado? —La respiración de Megumi es irregular; sus hombros se tensan. Maki está por callar a su novia, cuando ella continua. —Espera, tu...—frunce el ceño. —¿Ya conoces a tu destinado?

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