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Chan apaga el auto en el estacionamiento del campo deportivo donde trabaja su mejor amigo, se queda dentro del coche un momento, apagando el motor y presionando las manos en puños sobre el volante. Toma aire, tratando de relajar la tensión que todavía cubre su cuerpo. El olor incómodo se disuelve, pero no puede hacer mucho sobre la esencia de manzanas rojas y flores del conejito que se quedó impregnado en él desde la noche anterior. A decir verdad, le confunde un poco, Minho lo marcó con su olor, dejó trazos de su perfume alrededor de su cuello y su pecho donde se había restregado. Está tan intenso en él que incluso parece haber sido mordido. Su lobo está contento, sin embargo, su parte humana no puede dejar de fruncir el ceño y tomar todo lo que puede del aroma antes de que se disuelva por completo. 

Honestamente, no puede comprender a Minho del todo. No sabe nada en absoluto sobre él; sabe que vive en un pueblo en las montañas a las afueras de la ciudad, a cuatro horas de distancia, sabe que viaja todos los días de ida y vuelta para asistir a clases. Es un omega y un conejo de monte, pero esconde su olor con neutralizadores, ¿para hacerse pasar por un beta común? No sabe qué estudia o si quiera si tiene ya una pareja. Su olor, por otra parte, parece tan familiar para su lobo como si lo hubiese conocido hace años y no apenas unas semanas. No entiende cómo su lobo puede estar tan encaprichado con el omega, pero su sóla presencia le hace mover la cola con tanto entusiasmo que asusta. Da miedo sentirse tan atraído por él. 

Sin esperar mucho más, sale del coche, le coloca el seguro y una vez que está puesto camina por el estacionamiento. Se registra como visitante en la entrada principal, luego se dirige hacia la pista de atletismo. Desde la lejanía puede escuchar el silbato y los pasos fuertes trotando al mismo ritmo. Visualiza la espalda de su mejor amigo, aquel oso pardo que es tan grande como es manso. Es apenas dos centímetros más alto que él, aunque más corpulento debido al ejercicio. El hombre ha estado trabajando en su cuerpo desde que empezó a entrenar al equipo de atletismo, eso fue al principio del año y han pasado meses desde entonces. Sus brazos son tan grandes como un melón y sus muslos podrían ser tan gruesos como su cabeza. Podría hacerse pasar fácilmente como un alfa con su porte y olor a roble almizclado, cualquiera que no lo conociera sin duda creería que se trata de un alfa, sin embargo, Changbin es un omega. Uno dominante. 

El oso quizás lo huele llegar, ya que gira la cabeza un poco hacia su dirección, apenas un segundo y luego regresa su atención al cronómetro en sus manos. Únicamente hay un hombre corriendo, es bastante rápido, Chan intuye que podría ser un guepardo. Cuando llega al lado de Changbin, es justo cuando el atleta se detiene a varios metros de ellos, el oso detiene el cronómetro con un pequeño surco en su entrecejo. 

— Nada mal, pero necesitamos bajar los números si quieres dar una buena carrera. Ve a darte una ducha. 

El otro hombre asiente, se toma unos segundos donde trata de regular su respiración y mira al alfa con una expresión extraña. Chan sonríe por cortesía, pero el atleta no le regresa la sonrisa, no hace nada más que mirarlo de arriba abajo, entre Changbin y él, para luego trotar despacio hacia donde deben estar las duchas. Chan puede sentir el aroma, es una mezcla de cítricos, aunque huele un poco más a mandarinas y algo familiar a felino. Se da cuenta que es un omega; se ve delgado y más bajo que ambos, con el cabello rubio con mechones castaños claros pegado a su frente debido al sudor, sus ojos son pequeños e inclinados. En realidad tiene un rostro bastante bonito, como un muñeco de porcelana. 

— ¿Es el omega que estás entrenando para las olimpiadas? — decide preguntar, regresando a mirar a su amigo. 

Changbin asiente, sacando de su bolso deportivo una botella con agua. — Se llama Jeongin, es un omega de leopardo. 

wolf's gaze,, minchanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora