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A la mañana siguiente, don Jorge, ayudado de otros sirvientes, se preparaba para ir a reunirse en secreto en donde acampaba las fuerzas rebeldes; su ahijado seguía dormido y antes de partir les dijo:

-Si Adriano pregunta por mí, díganle que me fui a luchar contra el tirano.

-Yo se lo diré patrón-responde Serafín.

-De acuerdo, además tú eres como su amigo personal-contesta y se fue cabalgando.

Cabalgando en secreto, don Jorge se dirigió a un lugar muy apartado de la ciudad, en una sábana que estaba próxima a unas montañas; se acercó al campamento de las fuerzas rebeldes.

Al desmontar, Jorge fue recibido por algunos guerrilleros que llevaban chaquetas color carmesí, y en la carpa principal se encontró con otros dones que eran opositores al gobernador, entre ellos estaba el padre de Ana:

-Que bien que llegaste ¿te vio alguien?

-No, procuré que nadie me viera, además me uno a ustedes por el bienestar de Nuevo Aragón y de mis seres queridos-responde don Jorge.

-Claro que sí, vamos a poner fin a la tiranía en nuestra tierra-exclama otro.

El fraile que estuvo el día de la ejecución también apoyaba a la rebelión, y le dijo a don Jorge:

-Nosotros los frailes también nos levantaremos en armas contra la tiranía.

-Qué bueno que esté con nosotros, padre-responde Jorge.

A pocas horas del mediodía, el capitán de la guerrilla, un hombre barbado con quepis rojo y de nombre Francisco, dio la alarma para que se vayan preparando para ir al frente de combate

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A pocas horas del mediodía, el capitán de la guerrilla, un hombre barbado con quepis rojo y de nombre Francisco, dio la alarma para que se vayan preparando para ir al frente de combate. La milicia se componía de campesinos, indígenas, negros y hasta soldados desertores.

Tomando sus armas, llevando las pocas piezas de artillería, y montando a sus caballos con sus estandartes diseñados, marcharon hacia el campo de batalla, donde las fuerzas enemigas los estaban esperando

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Tomando sus armas, llevando las pocas piezas de artillería, y montando a sus caballos con sus estandartes diseñados, marcharon hacia el campo de batalla, donde las fuerzas enemigas los estaban esperando.

La batalla se realizaría en una pradera, que estaba próxima a un bosque; escondidos tras unos árboles, el gobernador que estaba con el capitán y algunos oficiales, observaban el movimiento de las tropas, que llevaban la artillería hacia el lugar indicado, escuchando órdenes que gritaba el sargento Pérez:

El Zorro ataca de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora