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—¿Pinto estrellas también?

—Por favor. Así, para cuando no estés conmigo y el cielo esté vacío, podré tenerlas en mi techo.

—Van a ser una bonita imágen antes de dormir…

—Voy a pedirles a las estrellas que me dejen soñar contigo.

—¿De verdad harías tal cosa?

—Si no puedo abrazarte en la realidad, entonces lo haré en mis sueños.

—Mis brazos siempre estarán abiertos para tí.



















JeongHan observó las coloridas estrellas del techo, dispersas. Amarillas, anaranjadas, rojas, verdes, azules. Pequeñitas, grandes. Algunas con caritas, otras con simples delineados.

Las contó. Una, dos, tres veces. Diecisiete en total.

¿En qué momento perdieron el color?

Vibrantes, obscuras.

Sus ojos vacilaron antes de perderse entre la oscuridad de la noche, iluminada por la luz artificial del aparato frente la cama y sobre la vieja cómoda.

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