Capitulo 2

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Esta vez, Isabella entró por la puerta del jardín con la intención de pasar desapercibida. Era impresionante que, a pesar de ser un baile de máscaras, era sencillo reconocer a ciertas personas de la alta burguesía. Decidió esquivar a sus conocidos, aunque estaba segura de que no la reconocerían por su aspecto, su voz seguía siendo la misma. No quería arriesgarse.

De pronto, los músicos cambiaron el ritmo de la canción y los invitados se pusieron en pareja. Isabella se dirigió a un extremo del salón intentando alejarse de la pista de baile, pero mientras avanzaba la interceptó una persona. Aquél de quién más quería huir: Nicolás, el Conde de Luctari. 

—Buenas noches, preciosa dama. Si aún no tiene pareja, ¿me haría el honor de cederme esta pieza de baile?

Isabella quiso vomitar ante esa cursilería. Sus palabras, "preciosa dama", parecían artificiales.  Quería tanto parecer un caballero, pero en realidad era un ridículo. 

Nicolás le tomó la mano sin esperar respuesta e Isabella sintió el pecho gélido, como si su corazón hubiera sido arrojado al Mar Místico en una noche de invierno. Sonrío con una mueca, intentando disimular su pulso acelerado. Se dirigieron al centro de la pista, justo debajo del candelabro. Los violines estaban a punto de comenzar otra canción. Nicolás la tomó de la cintura con su otra mano, sin soltarla ni por un instante. Ella colocó su mano libre en el hombro de él. 

En cuanto comenzaron a bailar, Nicolás empezó la conversación.

—Disculpe mi intromisión, pero no logro reconocerla ¿Es usted  acaso hija de un Barón invitado por la reina?

Isabella optó solo por sonreír como respuesta, si tenía suerte la pieza acabaría pronto y lograría alejarse de él sin haber dicho una sola palabra.

—Lo sabía—Su ojos azules brillaban con suficiencia bajo su cabello rubio, perfectamente peinado—He de contarle que conozco a casi la totalidad de los invitados de este baile. A excepción de los Barones amigos de su alteza y unos pocos Condes y Duques provenientes de tierras más allá del Bosque de las Cenizas. 

Por primera vez desde que lo conocía, Isabella estaba agradecida de que Nicolás no necesitará respuesta a sus demostraciones de inteligencia y superioridad. Cuando la canción terminó, estaba lista para irse, pero Nicolás la detuvo presionando con fuerza la mano en su cadera. 

—Espere, ya está empezando la próxima canción y esta es de mis favoritas. No me abandone ahora. —Le sonrío con unos dientes blancos y rectos bajo su máscara azul celeste.

"Mentiroso", pensó. Isabella volvió a colocar su mano en su hombro. "¿Por qué insistirá tanto...? No, no puede sospechar...". Nicolás interrumpió sus pensamientos.

—Me he dado cuenta que no he parado de hablar. Por favor, dígame: ¿Cómo se llama la hermosa dama que me acompaña en este baile?

Antes de poder dice algo unos brazos la tomaron por detrás y en un segundo estaba bailando con alguien más. Isabella casi se resbala de la sorpresa. 

—¿Señorita, está bien?

El caballero que la había tomado como pareja parecía preocupado. 

—Sí—murmuró en un tono grave, intentando disfrazar su voz. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que era una canción de cambio de parejas. En unos segundos, volvió a hacer otro cambio con el caballero de al lado. Cuando por fin terminó la canción, Isabella salió de la pista rápidamente.

Se paró detrás de una columna, cerca de donde se encontraban los músicos.  Suspiró aliviada, cuando sintió una presencia a su lado derecho. 

—¿Te dejo sola unas horas y ya estás siendo cortejada por otros pretendientes?

La voz familiar de Dante le sacó la primera sonrisa genuina del baile.

—Tal vez si hubieras llegado antes, no habría sucedido.

—¿Quién crees que le sugirió a los músicos cambiar de canción?

Dante traía un traje negro y una máscara color azul marino. Su máscara cubría gran parte de su rostro e incluso de su cabello marrón. 

—Aunque siendo honesto fue muy entretenido ver cómo el Duque Nicolás intentaba coquetear contigo. Dime, querida, ¿qué sientes al ver a tu prometido bailando tan íntimamente con una desconocida?—Dante acercó su rostro al de ella.

—¡Ey! No coqueteó conmigo, solo habló sin parar. Además, yo no podía responderle, hubiera reconocido mi voz.

—La chica de sus sueños...

De sus labios salió una risa suave y ella le tomó el brazo mientras salían detrás de la columna. Isabella amaba la sonrisa de él, le recordaba al brillo de la luna. Sus dientes no eran simétricos como los de Nicolás, sino que Dante tenía un colmillo que sobresalía un poco de su sonrisa, así como la luna tenía relieves en su superficie, para Isabella eso era un reflejo de su personalidad.

—Dime, ¿crees que el cuervo haga una aparición esta noche?—le murmuró al oido.

Él levantó las cejas y le devolvió la mirada sorprendido, con unos ojos castaños que disimulaban inocencia.

—¿Cómo podría yo saberlo?

La música paró de nuevo y los invitados comenzaron a retirarse de la pista para dirigirse a sus mesas.

—Me tengo que ir. ¿Crees que puedas esquivar a tu prometido sola? No es por nada pero creo que tiene intenciones de engañarte contigo misma. 

—Creo que me las arreglaré—dijo con sarcasmo.

Dante le apretó la mano y se fue escabulléndose entre los invitados.

Isabella no perdió tiempo y se dirigió al jardín. Salió por las puertas altas, el jardín era de sus escondites preferidos en el palacio. En esa sección en particular, había una fuente en el centro y  estatuas como decoración. Isabelle decidió que lo más seguro sería esperar afuera, sentada en una banca. Miró el jardín con un poco de tristeza, pensaba en todos los momentos en que le había funcionado como refugio cuando escuchó pasos y murmullos acercándose. 

—¡Maldición!—Sin pensarlo un instante, se escondió detrás de la estatua de su abuelo. 

—Eric, dime, ¿qué es tan importante que no pudiste esperar a que se acabará el baile?

Isabella contuvo la respiración, eran su padre y su madre quienes conversaban.

—Estoy preocupado, Amaranta. Creo que Isabella sospecha algo...

—¡No lo digas! Ni se te ocurra pensarlo, ya es bastante difícil seguir con esto sin que se entere. No podemos parar ahora.—Su madre lo cortó en media oración

—¡¿Crees que no lo sé?!—El rey sonaba desesperado— Arturo no deja de enviarme cartas para recordarme el trato. Si nuestra hija no se casa con su hijo, la guerra será inminente y el reino de Lisso caerá.




La noche del cuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora