Capítulo 4

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Isabella se encontraba sentada dentro de un carruaje. El exterior era de una madera oscura y los caballos negros apenas se distinguían en la noche. Al principio, había tardado un poco en encontrarlo en la parte trasera del castillo, ya que no había querido traer ninguna antorcha para no ser vista.

Respiraba agitadamente, como si su garganta estuviera hinchada y le costara respirar. Sus manos temblaban y los ojos le ardían mientras unas lagrimas se escurrían por sus mejillas. Se pasó una mano por la mejilla en un movimiento brusco y se dejó una marca rosa por la fuerza con la que se secó el rostro. No dejaba de pensar en la conversación de sus padres. Aunque sabía que querían el matrimonio por cuestiones políticas, se sentía furiosa y utilizada. Hablaban de ella como si fuera una cosa intercambiable. Un territorio que ceder a otro rey.

El sonido de los caballos relinchando la sobresaltó. Se escuchaban pasos de varias personas acercándose con velocidad. Nerviosa, tomó el picaporte de la puerta y abrió con fuerza. En un segundo, sintió como la empujaban al fondo del carruaje con brusquedad y el nuevo pasajero cerró de un portazo. 

—¡Arranca!

La voz sonaba grave y agitada. Isabella levantó la cara al escucharlo gritar, miró al desconocido y el rostro se le puso blanco como una hoja de papel. Abrió la otra puerta para intentar salir, pero el carruaje ya estaba en movimiento. Pensó en saltar cuando la jalaron por detrás.  

—¡¿Qué haces?!

—¡AAAAAAAAAHHHHH! ¡Déjame ir!

Ella lo empezó a golpear con todas sus fuerzas, mientras él intentaba sujetarla de los brazos. Le mordió el brazo derecho con todas sus fuerzas y cuando la soltó abrió la ventana  para gritar.

—¡Ayuda!¡El cuervo, el cuervoooooo!

—¡Amor, tranquila!

La voz de Dante la interrumpió, dejándole el grito petrificado en los labios. Su mirada empezó a buscarlo entre la oscuridad.

—¡Estoy aquí, Isabella! ¡Voy conduciendo el carruaje, calma! ¡En cuanto lleguemos a nuestro destino te explicaré todo!

Sacó la mitad del cuerpo por la ventanilla y pudo reconocer de soslayo el perfil de su amado. Estaba dirigiendo a los caballos a gran velocidad. No tenía la máscara y podía ver la silueta de sus hombros bajo la luz de la luna.

Con lentitud, se sentó de nuevo en su asiento y miró al hombre que estaba sentado frente a ella. Él aún tenía puesta su máscara en forma de cuervo, sus manos sujetaban el bastón encima de las piernas y su rostro estaba de perfil, dirigido hacia la otra ventana. 

Ella lo analizó con la mirada. Este era el famoso ladrón de Lisso, el que había robado tantas veces a la corona y a los nobles. Lo tenía justo enfrente y... se veía diferente a lo que ella habría esperado. Era fuerte, lo sabía porque aún le dolían los brazos por cómo la había jalado para que no escapara, pero no podía ser mucho más alto que ella. Tenía el cabello oscuro y ondulado. Los ojos negros eran del mismo tono profundo que la ropa que llevaba. Su mandíbula estaba marcada por la tensión y tenía los labios gruesos. Él giró el rostro para mirarla 

—¿Qué?

Su tono era de enfado y su voz era grave. Nunca lo había escuchado hablar.

—Si intentas cualquier cosa voy a sacarte los ojos.— lo amenazó con voz firme y sin parpadear. Le iba a demostrar que no le tenía miedo.

Él sonrío de medio lado y mirándola directamente a los ojos le contestó.

—No me interesas en lo más mínimo, maldita loca.

Isabella parpadeó varias veces, su boca formó una "O" profunda y enorme.

—¿Qué?

—No entiendo qué vio en ti.

Sintió como si una lluvia de agua gélida le hubiera caído encima, pasando su cuello, su pecho, las piernas, hasta las puntas de los pies. Estaba de piedra.

—¿Qué?—repitió atónita, no entendía de qué estaba hablando

—Ah, ¿estás sorda?

—¡¿Cómo te atreves a hablarme así maldito estúpido?!—se enfureció, nunca nadie la había insultado de esa manera.

—Te hablo como me venga en gana, princesa.—levantó la ceja en la última palabra.

—Eres un imbécil.

Él simplemente volvió a mirar por la ventana, moviendo su cuerpo lo más lejos de ella con fastidio. Furiosa y confundida, decidió hacer lo mismo. "Es un estúpido", pensó, pero hizo lo mismo. Lo último que necesitaba era pelear con uno de los peores criminales del Mar místico.

La noche del cuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora