Capitulo 3

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—Eso es lo que menos debería importarte Eric—había tensión en la voz de la reina—. Si Isabella no se casa con Eric antes de la Noche de las estrellas...

La estatua en la que se estaba recargando Isabella se movió provocando un ruido contra el piso.

—¡Shhhh! ¿Escuchaste...?—los pasos del rey comenzaron a sonar un poco más cerca de su escondite.

Empezó a sudar frío, intentó contener la respiración. Quería salir y gritarles, preguntarles de qué hablaban. Faltaban solo cuatro meses para la Noche de las estrellas... pero si la descubrían todo lo que había planeado con Dante para el baile no serviría para nada.

Se escucharon otros pasos y una doncella salió del salón para murmurarle algo a la reina.

—¡Eric, vámonos! Ya es hora.

La reina regresó al salón con paso veloz. El rey se demoró unos minutos más, receloso del oscuro jardín, pero volvió a entrar sin ver a su hija a unos metros de él. 

Isabella se esperó unos minutos para salir de su escondite. Sentía nauseas y la sangre le martilleaba la cabeza. Se acercó al estanqué y observó el reflejo de la luna en el agua. Todas las estatuas parecían mirarla. Sentía frío, de pronto ese lugar que tanto había querido le parecía ajeno y sombrío. Caminó de regresó al salón, la máscara le pesaba en el rostro. Su sombra se alejó por el suelo de piedra hacia la fiesta.

Risas y conversaciones se mezclaban con el sonido de copas chocando entre sí y la música alegre de los violines. Los reyes se dirigieron hacia el centro de la pista. Inmediatamente, se generó el silencio y todos los invitados los rodearon.

—Buenas noches a todos. Me llena de felicidad que nos acompañen en esta noche tan especial.

La reina tenía una sonrisa rígida en sus labios mientras hablaba, parecía una de las estatuas del jardín

—Hoy, tenemos un anuncio muy importante para el reino, pero antes de compartirlo le pediré a mi hija la princesa Isabella y a su prometido el Conde Nicolás que nos acompañen al centro de la pista.

Nicolás emergió triunfante del grupo de invitados. Tenía una copa en la mano y había decidido quitarse la máscara para que lo vieran mejor. Se colocó en el centro junto a los monarcas. Pasaron unos minutos e Isabella no aparecía. La sonrisa de la reina comenzó a temblar mientras buscaba a Isabella con la mirada.

—¡Hija, por favor acompáñanos al centro de la pista!—repitió en un tono más fuerte.

Una damisela en un vestido azul cielo se acercó corriendo hacia la reina y le dijo algo en el oído. Los ojos de la reina Amaranta se agrandaron de manera que sobresaltaban bajo su máscara color blanco.

—Tal parece que Isabella ha necesitado ir a su cuarto por un momento.—carraspeo—. En lo que mi hija regresa dejaré que el Conde Nicolás haga el anuncio por ambos.

El rey la miró contrariado, pero ella le puso una mano en el brazo y lo apretó con fuerza. 

—Muchas gracias su majestad, estoy seguro que en cuanto Isabella se sienta mejor vendrá a acompañarnos—Su carisma y desenfado contrastaban con la rigidez de los reyes—. Buenas noches, queridos ciudadanos de Lisso. Quiero compartirles con inmensa dicha que la princesa Isabella y yo hemos decidido celebrar nuestra boda el próximo mes, aquí en este mismo salón—un murmulló de incertidumbre empezó a escucharse pero Nicolás continuó— y después nos iremos juntos a vivir en el condado de Croma.

—¿Qué?

—¿Pero cómo?

—Nuestra princesa fuera de Lisso...

Nicolás seguía imperturbable. Esperaba una reacción así. El condado de Croma se encontraba en el territorio de su padre, el rey Arturo. Era lógico que los súbditos de Lisso no estuvieran contentos con perder a su única heredera. Sonreía, le gustaba ver las miradas de preocupación en sus rostros.

—¡Un brindis por la futura pareja!—La voz de la reina silencio a todos.

Los invitados levantaron sus copas, muchos con incomodidad. 

—¡Salud por...!

Todas las puertas del jardín se abrieron de par en par en ese instante. Alguien había quitado todos los seguros de las puertas, y una corriente de viento frío las abrió estrepitosamente apagando algunas de las antorchas del salón. El candelabro con la mitad de las velas prendidas, se tambaleó con el aire, generando sombras en movimientos al rededor de la pista.

Algunos invitados comenzaron a gritar  y empujar. 

—¡Todos cálmense! ¡Volveremos a prender las velas y cierren bien las...!

—Mi querido rey Eric, ¿cuál es la prisa? ¿A caso no le gusta la oscuridad?

Todos comenzaron a buscar con la mirada el origen de esa voz grave . 

—¡En esa puerta!—gritó un guardia.

Un hombre estaba recargado en el margen de una de las puertas del jardín. Tenía una capa color vino, un traje negro y una máscara negra con la punta larga, similar al pico de un ave. En su mano derecha tenía un bastón con la figura de un pájaro volando en el mango.

—¡El Cuervo!—gritó una mujer.

—¡¿Qué haces aquí?!—Le preguntó la reina mientras algunos invitados corrían a las salidas más próximas.

—Bailar, por supuesto. ¿Qué más se hace en una baile? Bueno, aparte de vender a su propia hija a territorios enemigos, cómo usted comprenderá...

Todos los que seguían en el salón voltearon a ver a los reyes confundidos, pero fue Eric quien respondió.

—No intentes engañar a los súbditos de Lisso, hipócrita de mierda.—La furia le levantaba las venas de la frente—Isabella y yo estamos muy enamorados, ¿pero qué más a saber tu de amor, si eres el ladrón más buscado de la Alianza del mar Místico?

—Tal parece que tenemos una definición distinta de lo qué es el amor...

El Cuervo jaló el mango de su bastón y sacó una espada. Los guardias se acercaban hacia él con las suyas desenvainadas y listas para pelear.

—Dinos, ¿qué has venido a robar esta vez, las joyas de la reina Amaranta, la esmeralda de Lisso, los diamantes de...?—Eric hablaba con superioridad. Intentaba distraer al Cuervo.

Un guardia se abalanzó contra él pero con un movimiento rápido lo cortó en la mano con la espada provocando que él guardia tirará su arma. El cuervo le dio una patada en el estómago y el guardia cayó. 

—No vine a tomar ninguna de las joyas si es lo que te preocupa— Su mirada era penetrante y animal. Era momento de irse, sabía que ahora intentarían atacarlo entre varios.

—No te creo. ¿Qué robaste?—Eric había conseguido una espada de un guardia y se acercaba hacia él. 

La sonrisa del Cuervo apareció ancha bajo su máscara negra.

—La princesa Isabelle, su prometida. 

Una cortina empezó a incendiarse al otro lado del salón. La reina gritó y el Cuervo aprovechó la distracción para correr hacia el jardín. 

—¡Deténganlo!— El rey corrió junto con los guardias pero afuera no se veía nadie. Adentro los sirvientes intentaban apagar la cortina con agua y los invitados corrían por todos lados. Nicolás maldijo en voz alta y junto con la reina corrió hacia el cuarto de la princesa Isabella.







La noche del cuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora