III

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Luego de una ducha bien fría en la mañana, John ya estaba preparando nuestro desayuno. Me veía muy delgado, seguro. Con un poco de dolor todavía de la resaca, me senté con brusquedad y tomé un trozo de pan.
—¿Ya te sientes mejor?
—Sí. —di otro mordisco.
—¿Seguro? —yo solo le asentí—Bien. Entonces, me puedes explicar, con mucha dulzura… ¿Qué carajos fue lo que pasó anoche?
—Espera. —el móvil comenzó a sonar otra vez y lo desbloqueé— ¿Sí? Hola, tío Robb. ¿Qué tal?... Sí. Estoy con alguien. Espera…
Coloqué el móvil sobre la mesa y activé el altavoz.
—Ya puedes hablar. John está aquí.
—Oh, ¿hola, John? ¿Cómo estás?
—Muy bien, Robb —John cruzó sus manos bajo la barbilla. —¿Y tú?
—Genial. ¿Cómo está mi sobrino?
—Él está…—vio como le hacía señales con la boca llena—Fenomenal.
—Me alegro. Oye, Dante.
—¿Sí? —bebí el café para despertar la mente.
—Hablé con Laura.
Expulsé de inmediato todo el contenido líquido de mi boca de un solo carraspeo. John terminó empapado de café y saliva de pies a cabeza por mi causa. El nombre de ella había llenado mi garganta y hecho salpicar sobre su panza, delatando mis emociones más ocultas. Hacía mucho que no lo escuchaba, y menos de otra boca. Comencé a toser en cuanto lo solté todo y tuve que tomar breve un tiempo para recuperar mi respiración, ¿y por qué no? También mi dignidad.
—¿Qué sucede? ¿Dante?
—Ah, ¿sí? ¿Y qué dice? —intervino John y pese a rogarle a ese hijo de perra que no lo hiciera, igual se vengaría de su suciedad.
—Ah, no hablamos mucho. Solo sé que le va bien en su trabajo. Siempre ha sido una chica muy simpática, ya sabes.
—Dónde…—tragué en seco luego de golpear mi pecho para hacerme el fuerte— ¿Dónde está trabajando?
—No lo sé. No me quiso decir. Sabes que siempre ha sido bastante lista.
—Ok. Adiós.
—¿Dante?
—Adiós.
Colgué sin pensarlo dos veces y apoyé mi espalda sobre la silla con el aliento detenido en el alivio, pero con la mirada desconsolada. John había visto lo peor de mí ayer, y hoy, una vez más. Bebí bastante agua luego de hacerlo con lo que quedaba del café. Él no tuvo otra opción que limpiarse su cara y cuello. Su camisa se quedaría sucia sin remedio. Vaya mañana en que ya debía compensarle.
—Me debes una camisa. Una bien limpia.
—Lo sé.
—Tío, ¿qué fue lo que sucedió?
—¿Qué cosa?
—Claro, así que ahora me vas a decir que no pasó nada.
—Así es. No pasó nada.
—Pero…
—No quiero hablar de eso, John. Nada pasó y más te vale que no digas nada cuando hace poco fuiste tú, el que metió la pata con ella. —miré al reloj—De puta madre. Tengo que cambiarle las pilas antes de que la ramera venga, pero no para de llover. Lleva detenido desde ayer.
—Está bien. Como quieras. —bufó insatisfecho.

La Hora MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora