Menos escribir y más leer. Sumido en mis pensamientos, pero con el alcohol de lado. Lo suficiente para relajar la mente, pero no para embriagar el cuerpo. Mis fósforos no faltaban, lo que hacía más difícil controlarse para limpiarse el gusto a la nicotina de la garganta.
Antes tenía a alguien con quien compartirlo todo, hasta las putas páginas que leía, ahora no. Ahora la mayor proeza de mi vida había sido cambiarle las baterías a un puto reloj. Esto tentaba más a emborracharme, pero sabía que eso no sería más que un sentimiento fugaz. No quería arruinar la noche.
Prendí un incienso y relajé mi cuerpo. Éramos solo mi libro y yo, hasta el fin de los tiempos. Levanté el libro mejor para enfocarme en la lectura hasta que algo cayó de él. Miré al suelo y vi que se trataba de una foto. Éramos mi tío y yo, tomada en mi graduación, antes de irse al extranjero. Había olvidado que esa vieja foto la había guardado al final de la página.
La observé con un liviano afecto, hasta que me percaté de un pequeño detalle cuando la levanté. Uno de los ojos de mi tío tenía un agujero. Debía tener cucarachas visitándome en las noches, después de todo era una vieja foto.
Observé bien la imagen y un gusano pequeño salió del ojo de la foto. La solté de inmediato y desde el suelo, comenzaron a brotar más y más gusanos de su ojo. Todos ellos con un objetivo en común, devorar la fotografía por completo.
La radio de mi madre había vuelto a sonar.
Me paré sobre la cama asqueado. Los gusanos comenzaban a expandir su recorrido y llenar la habitación de peste. Ahora estaba todo el cuarto con matices rojos y negros y las voces comenzaban a llenar mi cabeza. «No era real, no podía serlo». Me lo decía a mí mismo hasta gritarlo en voz alta. «¡No es real! ¡No es real! ¡Basta!»
El silenció reinó esta vez. Abrí los ojos después de cerrarlos bien. Ahora todo estaba negro y no había más que oscuridad, mi cama y yo. Miré que el libro aún continuaba en su lugar, pero… El resto de todo estaba negro. Lo tomé y lo abrí por donde lo había marcado. Estaba señalado con sangre solo una palabra en rojo… «Cristales».
Noté entonces un reflejo que bañó la palabra cuando la nombré y miré hacia arriba. Trozos y trozos de cristales colgaban encima de mí en forma de sonajeros hasta que estos cayeron a lluvia forzosa. Usé el libro para proteger mi cabeza justo antes que comenzaran a caer sobre mí con fuerza y me deslicé debajo de la cama.
Cada vidrio que caía se destruía peor que el anterior. Solo esperaba a que la tormenta acabase, aún con el dolor provocado por los trozos de vidrios incrustados en mis brazos en los primeros minutos de la oleada. Cerré mis ojos con fuerza y me sumí en posición fetal para proteger mi visión. Todo iba más allá de mi comprensión.
Mire de reojo cuando dejé de escuchar el granizo de cristal luego de unos segundos. En la oscuridad, unas piernas descompuestas emergieron de las sombras. Se acercaban a mí a tropezones secos y se cortaban más y más con cada paso sobre el cristal hasta el punto de dejar trozos de carne en algunos vidrios rotos. Parecían las piernas de una mujer.
Mi respiración estaba entrecortada por el miedo. A medida que se acercaba, más aumentaban los deseos de escaparme. Cerré fuerte mis nudillos y me esforcé para que el único sonido escuchado por aquella cosa fuese el de la radio y no el de mi voz. Las uñas de los pies ya estaban tan cerca de mí que era capaz de olerlas. Tenía que contenerme y no vomitar. En sus poros se derretía líquido post mortem casi en forma de sudor con igual de espesor que la mantequilla.
Los pasos terminaron por tomar otro rumbo dejando un nuevo camino de sangre sobre los cristales en forma de río. No me atrevía a salir incluso cuando los pies se perdieron entre la oscuridad.
Salí de mi escondite y miré bien cada trozo grande que había terminado incrustado en el suelo. ¿Acaso eso era todo? Cada uno contenía una imagen, un recuerdo en movimiento. No quería tocar a ninguno, aunque uno en específico lo pateé con furia. Se trataba de la mayor estupidez de mi vida, en donde tocaba a un cuerpo promiscuo que no tenía por qué tocar. No se trataba de Laura, sino de la otra ramera que había arruinado nuestra relación.
Miré de nuevo a mis brazos y saqué el trozo más grande con una mueca de dolor. La sangre no tardó en brotar. En el reflejo, vi exactamente el recuerdo más doloroso: El día que había perdido a mi padre. Ver su cuerpo sin vida otra vez terminó por derrumbarme por completo y el cristal rojo cayó al suelo junto conmigo, igual de destrozado que yo. Había perdido todas mis fuerzas en aquel último recuerdo. Mi vida era infausta por todos lados y estos cristales se empeñaban en recordármelo en cada una de mis memorias.
—¿Me tienes miedo, Dante? —escuché una voz infame de infante por detrás.
Ahora el suelo comenzaba a mojarse como agua pantanosa bajo mis pies durante el camino en que trataba de perseguir el origen de la voz. Giré mi cuello y ya mi cama había desparecido junto con los cristales. Todo negro.
—¿Quién está ahí?
Comprendí luego de que, si se trataba de un sueño, de nada servía preguntar, pero escuchar mi voz encima de la sensación de pies salpicados en agua pastosa, me reconfortaba el valor. Más risas invadieron el lugar a medida que me guiaba perdido por el timbre de ellas.
—¿Hola?
—La, la, la. Comienza el show… —varias voces de niños susurraban al unísono.
—¡¿Quién anda ahí?!
—Tres, dos…
—¡Sal!
—Uno…
Algo grande tropezó conmigo y desvió mi atención, así que miré hacia abajo. Era el cuerpo de mi madre bajo mis pies. Estaba con la mitad de la cara descompuesta y con olor a alcantarillado. De sus encías, brotaban los mismos gusanos de antes en la búsqueda de carne. Di un paso atrás impactado, para luego arrodillarme entre arcadas.
—¿Mamá? —toqué su cara dura y fría. Mi boca estaba temblorosa y con las encías rodeadas en flema–. No. ¡Mamá! ¡No!
Su cuerpo estaba tan tieso como los recipientes de los comprimidos que solía tomar. Esto estaba mal. Aun así, no me cansaba de llamarla ni de comprobar sus signos vitales. Esto no podía estar pasándome. Todo se trataba de un sueño, ¿no? ¡¿No?!—¡Dante! —me despertó una mano con una voz—¡Dante, despierta! ¿Qué ha pasado aquí?
Era Jane. Por suerte tenía la llave de la casa. Cuando parpadeé, me di cuenta que la foto estaba rota a pedazos y los trabajos que había hecho con vidrio en mi tiempo libre, terminaron acabados por todo el suelo. Desastre por doquier. Lo único que reconocía bien eran mis brazos heridos.
—¿Qué? ¿Jane?
—¿Qué ha pasado aquí?
—Mi madre, yo…
—¿De qué hablas?
—Ella estab… —la radio comenzó a reproducirse otra vez sola, así que me levanté de solo un impulso—Espera, la radio.
—¿La radio? Dante, ¿qué te sucede? Mira, pero si has vuelto a beber. —señaló la botella ahora vacía, pero ya yo estaba bajando las escaleras.
El aparato estaba conectado otra vez.
—El reloj. —Jane ya estaba a mi lado. Se mostraba bien pálida, pero molesta cuando me vio enfocarme en él y no en ella.
—¿El reloj?
Comprobé la hora. Eran las dos y media. O por lo menos se había vuelto a atrasar el mecanismo en ese momento.
—¿Qué día es hoy? —pregunté cuando vi que la luz de la ventana era diurna.
—Domingo.
—¿Hora?
—Las cuatro. Dante, ¿qué es lo que ocurre? Te dije que no volvieras a beber. Sabes lo que ocurre cuando lo haces.
—¡No! Esto no es por la bebida, ¿entiendes? —agarré sus brazos con brusquedad. Estaba desesperado—Es por otra cosa. ¡Una mucho más grande!
Jane mostraba ahora un rostro lleno de miedo. Me había visto explotar de una manera muy agresiva.
—Lo siento, Jane, yo… —vi como dejaba la llave sobre la mesa y recogía su pelo rubio en una coleta— ¡Jane, escúchame, joder!
—Lo siento, Dante. —su voz sonaba rota—No puedo seguir con esto.
—¡Jane! —la vi marcharse hasta que dejé de verla en la puerta.
Nadie era capaz de entenderme. «¿Por qué, cojones?» Golpeé la mesa que solamente servía para mostrar adornos de baja calidad de mi difunta abuela y los rompí todos en cuanto cayeron al suelo.
Ahora estaba furioso, pero después estaría preocupado. Jamás había tenido un sueño así con mi madre, y ya habían pasado unas semanas de su desaparición.
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La Hora Muerta
HorrorDante, un joven escritor, pero frustrado por la forma en que su vida se transformó, atestigua un fenómeno paranormal que comienza a afectarle siempre a la misma hora, donde aquí los personajes de sus libros son los protagonistas de este. Todo parece...