XI

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A cada vuelta, la voz de Laura se alejaba y todo se volvía oscuro a mi alrededor. No podía permitir detenerme, aunque estuviera cagado del miedo. Hoy debía descubrir la causa de la Hora Muerta. Giré más y más. Días y días enteros atrasé hasta que comenzó a dolerme la mano.
Cuando levanté la vista, pude percatarme de que estaba solo entre la oscuridad. Éramos solo mi cama y yo ahora. Por desgracia, había acertado con el reloj. Estaba muerto, posiblemente.
Me levanté a paso lento y caminé sin dirección alguna. No había ningún punto de referencia por el que guiarse en este limbo debido a que mi cama ya había desaparecido. El silencio era lo único que era capaz de asfixiar tanto mis oídos, que por un instante lo confundí con sordera temporal.
Ciego y sordo, seguí caminando con sólo el reloj en mis manos. Hasta que casi choco con una pared. Mis ojos que se adaptaban a la oscuridad no eran capaces de ver un final en ninguno de los dos sentidos. El muro era extremadamente infinito tanto en la izquierda como la derecha. Guardé el reloj en mi bolsillo y seguí la trayectoria de la pared con mis manos hacia la derecha. Necesitaba sentir la pared para sentirme menos solo.
Guiándome del tacto solamente, mis dedos notaron una diferencia en cuanto a la textura polvorienta del muro. Ya no estaba tocando piedra, sino madera. Exploré el nuevo material y lo golpeé con mis nudillos repetidamente. Efectivamente, se trataba de una puerta. Di otro golpe, y la puerta se abrió rechinada.
Continuaba el negro como único color, pero a diferencia de que dos personas estaban hablando. Una mujer y un hombre. Estaban discutiendo algo que parecía afectarles y el chico estaba consolándola. Yo me acercaba cada vez más para escucharlos mejor entre el eco.
Ya más cerca que lejos, pero no sin detenerme, me percaté que la pareja que hablaba eran nada más y menos que John y Jane. Ella estaba al borde de las lágrimas y murmuraba cosas sin sentido. Intrigado, afiné más mi oído. Traté de llamarlos, pero era en vano. No me escuchaban en absoluto.
Más tarde, luego de un intenso abrazo entre ellos, comenzaba a escuchar mejor sus palabras. Esto cada vez más se parecía a mis pesadillas.
—No puedo soportarlo más, John. —decía ella—Él no es capaz de amarme. Lo único que dice es que necesita soledad para escribir, pero yo sé que está pensando en ella.
—¿En quién? –preguntó confundido.
—En Laura. ¿Quién si no? Ya no lo soporto. Quiero que sufra, que la olvide.
—Sabes que por ti haría lo que fuera, Jane, pero también que siempre he deseado una oportunidad contigo y eso no es nuevo. Mírame, no quiero que ése estúpido te vuelva a hacer llorar, aunque sea mi amigo de la infancia. —eso último terminó por darme un vuelco atravesado en mi pecho.
—Véngate por mí, John. Por favor… —no podía creer que esas palabras vinieran de la boca de Jane—. Si realmente me amas…
—Jane, ¿estás segura?
Ella solamente asintió despechada y terminó por besar a John con intensidad. Eso no me lo esperé de él. Con razón terminaba defendiendo tantas veces a Jane y ahora ella acababa de prometerle la oportunidad que él tanto había esperado en secreto. Nunca pensé otra cosa de John que no fuese mi amigo. Veníamos desde pequeños, ¡cojones!
Adelanté un poco más las manecillas con furia hasta que aquel romance sucio desapareció de mi vista.
Esta vez ya no estaba en un mundo infinito, sino dentro de lo que parecía ser una cloaca con luces parpadeantes. Mis pies comenzaban a humedecerse y yo seguí caminando el mismo sendero que tenía de frente. La única ruta recta ante mis pasos. Escuché de nuevo el eco de dos personas, así que corrí a sus voces salpicando mis pantalones y llenándolos de olor pútrido.
Me detuve cuando vi que un hombre arrastraba del agua el cuerpo de una mujer inconsciente. Aceleré el paso más y más hasta la escena. Cuando me acerqué a la mujer, noté que se trataba nada más ni menos que mi propia madre, que estaba bien extasiada en drogas en manos de aquel hombre.
Corrí a auxiliarla hasta que me detuve en seco. El hombre se había quitado la máscara para respirar y me di cuenta que era el mismo rostro de John. Tal y como era verdaderamente, un sádico hijo de puta. Contaba con una especie de monitor del cual se escuchaba comandos dictados por una voz. Reconocería la voz de Jane donde fuera a estas alturas.
De repente, del monitor comenzó a escucharse una interferencia y John le dio varios toques para que se sincronizara con el otro lado. En el esmero, el monitor se sintonizó con una frecuencia de radio.

«All you can see, is something that isn’t real…
Don’t be afraid, everything’s gonna be okey. »

En la medida que continuaba golpeando la radio, la palabra «see» se distorsionaba a «kill» y «okey», a «hell». La misma distorsión de melodía que había escuchado en la radio de mi madre en la última Hora Muerta.
Finalmente, contactó bien su sincronización para comunicarle al otro lado que ya el trabajo estaba hecho. Sólo había que esperar a que el alcohol hiciera efecto y el frío de las cloacas haría el resto, decía. Todo estaba listo para que la muerte fuera lo más «dulce» posible.
Mi madre no había muerto de sobredosis, sino de hipotermia prolongada. John se había aprovechado de su debilidad. A una semana de fallecida, la descomposición y el historial de mi madre se encargarían de borrar su rastro. ¡Todo estaba tan jodidamente planificado que el hijo de perra merecía un aplauso!
Una madre asesinada por el mejor amigo de su hijo. Eso no se veía todos los días.
Avancé más en el reloj y con los ojos enfocados bien en él. No quería ver como el cuerpo de mi madre se hacía cadáver y se podría a un ritmo avanzado. Continué hasta que mi rabia y mi dolor me lo permitieron. Hasta que una lágrima se escapó de mi ojo y deslizó mi pulgar del engranaje.
Para mi suerte, ya el cadáver no estaba ahí, ni tampoco la cloaca. Ahora tenía doble visión panorámica, aunque la radio nunca dejara de sonar. Del lado izquierdo, John y Jane parecían discutir y del otro me hallaba yo mismo abrazando a Laura, feliz. Había ahora dos verticales en el tiempo que no me cansaba de comparar. Mientras más era feliz con ella de un lado, mayor era la furia y la desdicha de ellos en el otro.
No tuve ni que acercarme para escuchar sus voces resonantes.
—No lo puedo creer. Ni siquiera con la muerte de su madre cambió algo. ¿Viste acaso la forma en la que me trató en la morgue?
Eso último hizo darme cuenta de algo. El tiempo no concordaba, ¿o sí?
—Mierda, como si yo no importara. —continuó—¿Y Laura? ¿Qué demonios hacía ella allí? Cielos, lo primero que te dije era que no estaba de acuerdo con esto. No creía que lo ibas a hacer en serio, hasta que lo hiciste. Pensaba que se iba a quedar en una broma de mal gusto o algo, no sé.
—Jane, ya olvídalo. El daño está hecho y sabes de lo que soy capaz de hacer por ti. A ese imbécil ahora le toca una buena sobredosis, y no de las drogas que vertí en el trago a la ramera de su madre precisamente, sino de depresión, así que estará bien cuerdo durante todo el proceso.
—Baja la voz. —Jane llevó la mano a la boca asustada de oídos indiscretos—Y no, no creo que él vaya a sufrir como dices. Ella está con él.
—¿Qué quieres hacer, entonces?
Hubo un silencio trágico entre los dos. Solo se miraban el uno al otro, como si John conociera la respuesta a eso. Yo estaba a punto de averiguar lo siguiente.

La Hora MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora