30. Thestrals

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THESTRALS

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Harry, Fred y George habían resultado suspendidos de por vida, y Ron se sentía culpable de todo, llegando al punto de querer renunciar.

Sin embargo, la noticia de que su amigo gigante había regresado y el ánimo que le dió pareció haber ayudado un poco. Hagrid parecía receloso de querer hablar al inicio, pero cuando a Ron se le escapó el trágico momento que Emma había pasado en las vacaciones, el corazón del guardabosques pareció ablandarse y terminó contándoles sobre dónde se había metido y lo que estuvo haciendo durante ese tiempo.

Hermione intentaba averiguar lo que estaba planeando Hagrid para su primera clase, pues intentaba advertirle el tipo de persona que resultaba ser Umbridge, pero Hagrid se hizo a oídos sordos, y aseguró con una gran sonrisa que sería una grandiosa sorpresa.

La reaparición de Hagrid en la mesa de los profesores al día siguiente no fue recibida con entusiasmo por parte de todos los alumnos. Algunos, como Fred, George y Lee, gritaron de alegría y echaron a correr por el pasillo que separaba la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff para estrecharle la enorme mano; otros, como Parvati y Lavender, intercambiaron miradas lúgubres y movieron la cabeza. Emma sabía que
muchos estudiantes preferían las clases de la profesora Grubbly-Plank, y lo peor era que en el fondo, si era objetivo, reconocía que tenían buenas razones: para la profesora Grubbly-Plank una clase interesante no era aquella en la que existía el riesgo de que alguien acabara con la cabeza succionada.

El martes, Harry, Emma, Ron y Hermione, muy atribulados, se encaminaron hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigados para protegerse del frío. La castaña estaba bastante preocupada, no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarles, sino también por cómo se comportaría el resto de la clase, y en particular el grupo idiota de Slytherin.

Con todo, no vieron a la Suma Inquisidora cuando avanzaban trabajosamente por la nieve hacia la cabaña de Hagrid, que los esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los cardenales, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban. Para completar aquel lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.

—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le
acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda—.
¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad.

—¿Quién prefiere la oscuridad? —preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un deje de pánico en la voz--. ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Ustedes lo han oído?

—¿Asustado? —sonrió Emma con burla en dirección al rubio, el cual solo se limitó a girar los ojos con fastidio.

—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes—. Muy bien, he preparado una excursión al bosque para los de quinto año. He pensado que sería interesante que observaran a esas criaturas en su hábitat natural. Verán, las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.

—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, y el deje de pánico de su voz se hizo más pronunciado—. Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.

Los de Slytherin murmuraron en señal de adhesión, y unos cuantos estudiantes de Gryffindor también parecían opinar que Malfoy tenía razón.

—Claro que están domesticadas —contestó Hagrid frunciendo el entrecejo y colocándose bien la vaca muerta sobre el hombro.

Emma y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora