Cuarenta y ocho: Carreras Parte II

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Inocencia Pasional: 48




— ¿Cuánto va a demorar el auto en llegar?

Yukhei echó una rápida mirada a todas las personas que abandonaban el aeropuerto con sus respectivas maletas y se movían a sus respectivos vehículos, aunque él seguía ahí, con las gafas oscuras puestas, esperando al borde de la autopista con
dos maletas en las manos.

— Unos veinte minutos aproximadamente, porque hemos llegado antes de tiempo.

— ¿Veinte minutos?

— Sí, ¿quieres que nos sentemos a esperar o comamos algo?

— No, yo me iré por mi parte – soltó, dejando la maleta y apretando a su madre en un rápido agarre similar a un abrazo — Te veo luego.

La vio abrir los labios con la intención de oponerse y sin darle ninguna explicación, avanzó hacia la otra acera, cruzándola con rapidez, atento a todos los taxis ocupados con diferentes personas que pasaban frente a él, sin encontrar ninguno vacío. A pesar de que todavía era muy temprano, el sol no se había asomado y el cielo se encontraba tan nublado que no dudaba en que empezase a llover en cualquier momento.

Pero solo el pensar que estaba a pocos metros de él le removía el estómago y le hacía desear cerrar los ojos y encontrarse en su casa lo más rápido posible.

Taeyong.

Taeyong estaba a pocos metros de él.

Una sonrisa le iluminó el rostro y sus ojos se enfocaron en la autopista. Todos los vehículos estaban ocupados y no se iba a detener a esperar que alguno se atreviese a llevarlo. No ahora, no después de haber esperado once días sin verlo, no ahora que lo necesitaba tanto que no podía resistir un segundo más sin tenerlo. Dio una última mirada a todo el grupo de vehículos amontonados en la carretera y tras decidirse finalmente, empezó a correr hacia adelante con toda la energía acumulada.

No le interesaba si sus piernas se gastaban con cada paso dado ni tampoco si los pulmones se le estrechaban en algún momento; todo le valía mierda si lo tenía a él. E incluso cuando se sentía que el cansancio estaba al borde de derrumbarlo, no podía hacer más que seguir corriendo, cruzando aceras con rapidez, metiéndose en medio de los vehículos e ignorando todos los gritos y aturdidos sonidos de claxon que le reventaban en los oídos.

Taeyong.

Estaba a pocos pasos de verlo.

El solo imaginarse sus brillantes ojos mirándolo, sus labios sonriéndole, sus brazos alrededor de su cuello nuevamente, su aliento dulce acariciándole la boca, su fragancia cítrica penetrándole los poros, le hacían avanzar con más prisa. Después de todo el infierno que había vivido durante estos días, el solo hecho de volver a sentir su contacto, sería como volver al paraíso. A su único paraíso.

Se apresuró a cruzar hacia la próxima acera, pasando por alto la luz verde del semáforo y entonces, el cielo resonó y la lluvia empezó a caer con ímpetu, aunque eso tampoco lo detuvo.

Nada detendría sus pasos, absolutamente nada.

Giró hacia la derecha, sin prestar atención a la lluvia que caía sobre su cabello y le empapaba toda la camiseta y se filtraba hasta llegar a tocar su piel. Siguió corriendo hacia adelante, observando cómo los diversos transeúntes se giraban a mirarlo con extrañeza en su miradas y los conductores le lanzaban una serie de insultos que no le irritaban en absoluto.

— Imbécil, cruza con cuidado, ¿o quieres que te mate?

Quizá, en otras oportunidades, hubiese regresado a insultarlos y buscarles problemas, pero esta vez solo les sonrío y siguió su camino. Aceleró la velocidad de sus movimientos y aunque sus pulmones se tensaban en algunos momentos, sus pies nunca dejaban de tocar la acera.

Quería verlo, quería verlo ahora.

Un auto se volvió a cruzar en su camino y apenas logró esquivarlo y continuar adelante, deteniendo algunos buses con la mano, corriendo cada vez con más prisa hasta llegar a una avenida que conocía perfectamente, porque su vehículo la cruzaba todos los días en dirección hacia su instituto. Estaba cerca, demasiado cerca, estaba casi a solo unos cuantos pasos.

Rebuscó la llave como pudo en sus pantalones y al escucharla brincar hasta el suelo, la recogió en un hábil movimiento, apresurando cada uno de sus pasos, esforzándose al máximo por continuar.

El cielo tembló otra vez y la lluvia relampagueante lo empapó por completo, bañándolo a tal extremo que los pasos se le hacían cada vez más resbaladizos y peligrosos. Se sacudió la camiseta como pudo y se metió por un angosto pasadizo, empujando a todos aquellos que se cruzaban en su camino, saliendo rápidamente de él para luego cruzar hasta la próxima acera.

Hasta que al fin la vio.

Su casa centelleaba frente a sus ojos, a pesar de la lluvia y los truenos.

Se dio cuenta que nunca antes había sentido el impulso de llegar a ese lugar con tantas ganas y deseos como ahora. Quizá, porque nunca había sentido que su vida pendía de un hilo y que ese hilo estaba ahí. Con toda el agua cayendo de su cuerpo, abrió la puerta en menos de cuatro segundos y la empujó, ingresando con rapidez a la sala que tantas veces había cruzado, pero que ahora deseaba cruzar con unas ansias que le revolvían cada uno de sus músculos.

— ¡Taeyong! – gritó, quitándose los lentes oscuros y soltando las llaves sobre los muebles, aunque no obtuvo ninguna respuesta — ¡Taeyong! ¡Estoy acá, maldita sea, estoy acá!

El agua de la lluvia siguió cayendo por su cuerpo, los músculos se le templaron, su estómago volvió a moverse y sin pensárselo más, se apresuró hacia la cocina y empujó la puerta con fuerza, soltando un suspiro de alivio que inundó toda la habitación.

Él estaba allí.

Estaba allí frente a él, sentado de espaldas, con la camiseta de colores que usó la primera vez que salieron, los shorts azules, escribiendo algo en un libro enorme. Le pareció verlo mirar de reojo hacia atrás, pero al parecer, todavía no lo había notado, porque siguió haciendo apuntes y pasando las páginas sin inmutarse.

— Taeyong, qué alivio que estás acá. Sé que quizá te va a sonar loco todo esto, pero quiero que te olvides de todo lo que dije esa vez, fue un invento porque estaba desesperado. Mi padre me había amenazado e hice todo esto con el fin de protegerte, pero ahora mi madre está de mi parte y lo va a cancelar todo. Ya no hay más boda ni estupideces, ahora puedo hacer lo que se me venga en gana y he venido decidido a todo por ti, a todo, porque te amo de una manera que no tienes idea. Tuve que correr desde el aeropuerto hasta acá, porque el auto se demoró, pero ahora que he llegado y estoy contigo, no habrá nada que podrá separarnos – se detuvo un momento para recuperar la respiración, mientras la lluvia seguía cayendo por su cuerpo y entonces lo vio dejar el lapicero sobre la página izquierda del libro y paralizarse — Taeyongie, te he echado una mierda de menos.

La adrenalina corrió por todas sus venas y sus labios se abrieron en una sonrisa algo cansada, pero demasiado satisfecha. Taeyong estaba allí, lo tenía al frente, le había oído y estaba a punto de correr a sus brazos y sonreírle con su misma gracia de siempre. Su Taeyong, su Taeyongie.

Cuando, de pronto, él se volvió con lentitud y lo que vio le dejó tieso.

Sus rasgos se habían endurecido, sus labios estaban rígidos en una mueca sin gracia y sus ojos no chispeaban como antes, sino que le miraban con tanta indiferencia y frialdad que le dieron una descarga de estremecimiento.

Sus ojos eran todo menos los ojos que estos últimos once días había soñado con volver a ver.

No había más inocencia en su mirada. 

Inocencia Pasional: LuTae; LuYongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora