14. La del socorrista

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—No voy a hacerlo.

—Venga, por favor —le suplicó haciendo un puchero.

—Está trabajando, no voy a molestarle.

—Somos cinco personas en esta playa y tres están tomando el sol, está aburrido.

—¿Por qué no lo haces tú?

—Porque la que actúa aquí eres tú.

—Raoul, que no.

—Aitana, a lo mejor es el amor de mi vida.

—Entonces te lo volverás a encontrar sin tener que montar un numerito.

—Al destino hay que darle empujoncitos.

—No voy a fingir que me ahogo porque ayer te tirase la caña un pavo que se parece al socorrista.

—Sé que es él.

—Pues acercare y le pides su número.

—Aitana, ayer estábamos a punto de liarnos cuando salí corriendo, no puedo acercarme así sin más.

—Se lo explicas.

—¿Qué mi amiga se quedó sin compresas y se dio cuenta cuando estaba sentada en el váter? Suena a excusa barata.

—Nadie se inventaría algo así.

—Pero es demasiado raro para ir y decírselo, tengo que romper el hielo primero.

—Y el hielo soy yo, ¿no?

—No seas exagerada, tú sólo finge que te da un calambre, puedes tragar un poco de agua.

—Que no, Raoul.

—Te doy lo que tú quieras.

—Muy alto sería el precio.

—Si sale bien, nos pago dos días más aquí.

—¿Y si sale mal y arriesgo mi vida por nada?

—Uno: eres una exagerada. Dos: te estoy ofreciendo pagarte dos noches más de hotel, acepta.

—Me consigues un ligue para cuando te vayas con el canario.

—Hecho.

—No sé por qué soy tu amiga —bufó mientras se levantaba y se sacudía la arena.

Aitana le echó un último vistazo a su amigo, que le sonrió mientras recolocaba sus gafas de sol y se tumbaba en la toalla, ella negó y camino decidida hacia el agua, corriendo al llegar a la orilla. Cuando el agua le llegó por el cuello decidió que se haría un poco de rogar, si tenía que actuar tenía que prepararse el papel y el escenario.

Cinco minutos después, Raoul mascullaba por lo bajo, haciéndole señas disimuladas a su amiga, aunque esta no le respondía, sólo seguía nadando de un lado a otro. Como el socorrista buenorro cambiara de turno mientras su amiga hacia el gilipollas, la mataba, se iban al día siguiente, así que era su gran oportunidad.

Estaba entre cavilaciones cuando un grito le sobresaltó, al ver la cabeza de su amiga hundirse se tensó un poco, pero después de observar un par de chapoteos sólo sintió agradecimiento, eso sí, porque él la conocía bien, pero como actriz era buenísima, medio minuto después el socorrista buenorro estaba corriendo hacia el agua mientras solo veía un par de manos dando golpes al agua.

—¡Aitana! —exclamó él corriendo hacia el mismo lugar, intentando aparentar preocupación— ¡Aitana!

Su siguiente grito se cortó cuando vio como salían del agua el socorrista y su amiga, tumbada en sus brazos, aparentemente inconsciente. Si le pasaba algo se mataba, pero era fingido, tenía que serlo porque cuando a Aitana le daban calambres no gritaba así, era más como un hipido de rana, lo que había escuchado hace unos minutos eran propios de un asesinato de Scream.

Corrió más hasta arrodillarse junto al cuerpo de la chica, de frente al socorrista que se preparaba para hacerle el boca a boca, él estaba al borde del colapso hasta el momento en que vio como se movían los dedos de los pies de Aitana después de la segunda presión en su pecho; frunciendo los labios discretamente pellizcó uno de sus brazos, el que más alejado quedaba de la vista del socorrista.

Al segundo la muchacha abrió los ojos, incorporándose como si acabase de despertar de una pesadilla.

—¡Joder! —exclamó antes de encaramarse al socorrista— ¡muchísimas gracias!

Raoul vio el pulgar de Aitana elevarse, haciéndole saber que todo había salido bien.

—Hija de puta que susto me has dado.

—Bueno, por suerte está todo bien —les calmó el socorrista, separándose de la chica y mirando por primera vez a Raoul—. Oh. Hola.

—Hola, gracias por rescatar a mi amiga.

—Es mi trabajo —dijo riéndose tímidamente, y Raoul se derritió ante esa faceta que no había visto la noche anterior—. Raoul, ¿no?

—Exacto, Agoney.

—Y yo soy Aitana —interrumpió la chica la conversación mientras se ponía en pie—, y ahora me voy a mi toalla, suficiente agua por hoy.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó el socorrista amagando con ponerse de pie.

—No, no, estoy bien, tranquilo.

La chica se alejó cojeando después de mirar significativamente a su amigo. Ahora le tocaba buscarle un ligue, perfecto, pero primero...

—Es una chica fuerte, mi amiga, la quiero mucho, salvo cuando me manda mensajes de madrugada y me obliga a salir corriendo de discotecas.

Agoney volvió a reír, parecía que era de esos chicos a los que la fiesta desinhibe, porque apenas se apreciaba la osadía de la noche anterior, pero le daba igual, tímido o no, era igual de precioso y estaba igual de bueno.

—Bueno, hizo que te fueras pero hoy ha hecho que nos volvamos a encontrar —"aunque esta vez le he tenido que dar un empujoncito yo" pensó, pero su silencio debió darle una mala impresión al otro, que se apresuró a retractarse—. Perdón, no debería bromear con el accidente de tu amiga.

—No, no —le tranquilizó, atreviéndose a posar una mano en su brazo, húmedo y musculado—. Está bien, sólo ha sido un susto, en dos minutos también nos reiremos nosotros.

A esa frase le siguió el silencio, la mente de Raoul funcionaba a toda rapidez, era su oportunidad y no quería desaprovecharla, pero no sabía como continuar, en la discoteca era el otro quien había llevado la voz cantante.

» Oye, no quiero entretenerte más, pero...

—Termino mi turno en cinco...

Los dos rieron tontamente, y Raoul se apresuró a hacerle un gesto a Agoney para que continuase.

» Nada, que termino el turno en cinco minutos, y supongo que querréis estar más en la playa pero después.

—Vente —le cortó al ver como estaba sufriendo con cada palabra—. Digo, cuando termines de cambiarte o lo que sea que hacéis los socorristas cuando cambiáis de turno, vente con nosotros.

—No quiero molestar.

—No molestas, pero si tienes algún amigo o amiga que pueda hacerle compañía a Aitana, puedes decirle que se venga también.

—Creo que puedo encontrar a alguien, sí.

—Pues nos vemos en un rato.

[...]

Las Historias que merecen SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora