El caos, el fin de todo lo que uno conoce. Ya no había coches circulando por las autopistas, semáforos que controlaban el tráfico, niños que cogían de la mano a sus padres yendo hacia el colegio... Silencio, absoluto silencio.
Ya no quedaba nadie, o al menos, eso pensaba ella. Llevaba varias semanas andando, parando de tanto en tanto, pero, no se había cruzado con nadie. Solo con aquellas cosas. Esos ruidos agudos, que emitían, como si de un animal salvaje se tratase, pero no eran animales... Eran personas, o al menos, lo habían sido alguna vez. Venían por la noche. Ella había aprendido a encerrarse en algún lugar, controlar la respiración, y esperar las horas que fueran necesarias, hasta que se marcharan.
Aquella noche, Clare había dormido bajo lo que alguna vez fueron unas escaleras mecánicas. Se habían venido abajo, dejando un hueco, ese que a cualquier niño le aterraba descubrir. ¿Qué había bajo aquellas escaleras? Miedo. ¿Qué había fuera de ellas? La muerte divirtiéndose con el pobre cordero.
¿Por qué había ocurrido aquello? ¿Qué sentido tenía? ¿Era obra de alguien, o simplemente la naturaleza se había cansado de tirar del otro lado de la cuerda? La pobre, asustada, continuaba caminando por las calles de lo que alguna vez fue un bonito pueblo. El estómago le rugía, era como si su cuerpo se estuviese digiriendo a sí mismo.
Clare se fijó en algo que le había llamado la atención, a lo lejos. Decidió acercarse, curiosear, comprendiendo que lo que tenía delante, no era más que un camino de flores. "Espera, ¿flores? Están creciendo firmemente sobre el asfalto. No es posible", se dijo. Y entonces, reconoció la marca de aquellas flores. Cristales. Aquellos cristales, los mismos que habían cubierto gran parte de los sitios que había estado visitando, en su camino hacia ninguna parte. La gente enferma, tenía cristales en la cara, y había llegado a ver en la lejanía, una especie de "perro" con cristales que emergían de su espalda...
- Esto no pinta bien... - Recogió una piedra del suelo, luego la lanzó donde aquellas plantas siniestras, las cuales tardaron muy poco en expulsar algún tipo de sustancia, que recubrió por completo al proyectil – Nop, camino malo – Bromeó.
- ¡Eh, oye, no te acerques a las flores! – Una voz adulta y firme asomó al final de aquella calle.
- ¿¿H-hola?? – No podía ser, ¡una persona! Era la primera que veía desde... Desde aquel día.
- ¡Hola! ¡No te acerques a las flores! – Repitió, desde la lejanía.
- ¡Vaaale! ¡Gracias! ¿Es usted mala personaaa? – Alzó la voz.
- ¿Q-Qué? ¡No, soy una persona humilde, soy el cura que reside en la iglesia de más adelante!
- ¡Pero los curas no suelen ser de fiar!
- ¿Y eso por qué? – Se quedó extrañado.
- ¡Abuso de menoreees! – Dijo, sin pestañear.
- A-ah... ¡Vale, te lo compro, pero no soy de esos! ¡Me llamo Claudio!
- ¡Yo Clare! ¿Debería preocuparnos el estar alzando tanto la voz, Claudio?
- ¡Pues un poco! ¡Ven hacia aquí, pero sin pasar por las flores!
- ¿Cómo hago eso? – Preguntó, impulsando su voz poniéndose las manos al lado de su boca.
- ¡Ve por la calle de al lado!
- A-ah... Claro, sí – Se sintió tonta por un instante. Al rodear la calle, aquel hombre seguía esperándola. Debía rondar los cuarenta y pocos, Clare se dio cuenta de que todavía vestía como un cura – Vaya... Hola – Sonrió.
- Hola... - Le devolvió la sonrisa - ¿Estás bien? Tienes mal aspecto.
- Llevo... Mucho camino hecho, supongo.
- Me imagino, hija, las puertas del Infierno se abrieron hace un tiempo y... Los monstruos hicieron esto.
- Ya... O algo así – Se mostró algo reacia. – Usted es... La primera persona que veo en semanas.
- ¿En serio? Vaya... Aquí somos bastantes, en la iglesia, quiero decir.
- ¿¿De verdad?? – Se le iluminó la cara.
- Sí, familias, ancianos, niños...
- Es... Es estupendo.
- Oye, sé que suena todo muy "bonito", diciéndolo así, y entiendo que no te fíes. Pero sí...
- No tengo nada que perder.
- ¿Cómo dices?
- Que no tengo nada que perder, antes tenía poco, pero... Ya no me queda nada. Si usted me dice que puedo confiar en que dice la verdad, lo haré.
- ¿Y eso por qué? – Arqueó una ceja, dubitativo.
- De donde yo vengo... No podía llamarlo hogar. Vengo de un orfanato, desde niña.
- ¿Y no te adoptó ninguna familia? Ya no tienes la edad de ser una niña.
- Nunca lo hicieron – Forzó una sonrisa. – Mis padres, ambos padecían alzheimer, ya sabe, el alzheimer temprano. Y, aun así, decidieron tener una hija, pero... Murieron en un accidente de tráfico, mi padre lo provocó, se olvidó por un instante de que estaba condiciendo y... En fin, ¿quién iba a querer a la niña que heredaría dicha enfermedad incurable?
- Cielo santo... Clare, lo siento muchísimo – Le puso la mano en el hombro.
- No pasa nada, tampoco tenía amigos, era un bicho raro para los otros niños del orfanato, y cuando ellos se fueron, otros vinieron, igualitos a los anteriores. Así que, padre Claudio, no tengo nada que perder, porque ya antes tampoco tenía nada.
- Dime, Clare... Tú querrías... ¿Querrías tener una familia? – La miró, apenado – Nosotros somos una familia, nos cuidamos, nos queremos.
- Suena bien.
- También quiero advertirle de algo, ah... - Se remangó el jersey rojo y gastado que llevaba puesto, dejando ver en su muñeca, un número 43 tatuado en ella – He visto carteles, de personas que llevan este tatuaje, parecen peligrosos.
- Sí, hemos visto esos carteles, y... Oímos lo que dice esa gente por la radio, ¿qué ocurre con ello?
- Pensé que debía saberlo, yo no sé cómo llegó a mí, no recuerdo habérmelo hecho.
- ¿Tal vez por tu enfermedad? – Preguntó, preocupado.
- No creo, ja, ja. Nunca he olvidado dónde estoy, ni ninguno de los otros síntomas.
- Vaya, eso es... Curioso, la verdad.
- Ya... Pero eso no bastó para que me adoptase nadie, así que... Qué importa, el caso es, que podría dar problemas, no quiero molestar.
- Eres educada, amable, y modesta... ¿Cómo ibas a dar problemas? – Se rio – Ven, te llevaré a tu nuevo hogar – Comenzaron a andar.
- ¿Y tienen comida? – Preguntó, llevándose las manos a la barriga.
- Sí... Por suerte, la iglesia conservaba bastante comida, y todo el mundo que ha pasado por aquí ha decidido quedarse.
- Viendo lo que hay fuera... Esas... Personas.
- Hay algo que siempre ha perdurado generaciones y generaciones, por muy mal que estén las cosas, ¿tienes fe, Clare?
- Supongo, pero no la misma fe que tiene usted, diría yo. ¿Usted cree en Dios?
- ¿Quién, yo? No, llevo esta ropa y hacía bautizos por puro cachondeo – Volvió a reír, contagiándole su risa a Clare.
- Es usted gracioso.
- Oh, deberías conocer a Flynn, él sí es gracioso. Le diré que te enseñe toda la iglesia.
- Suena bien. ¿Podré comer antes?
- ¡Ja, ja! Por supuesto. Bienvenida a casa, Clare.
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REFLEJO.42: Los Archivos
Mystery / ThrillerAbi y Derek conocieron el fin del mundo, cada uno a su manera, pero... ¿Cómo ocurrió para los otros personajes de la novela? REFLEJO.42: Los Archivos, narra diversas historias NUNCA ANTES CONTADAS sobre los personajes de la historia principal. Secre...