Carlos

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Todo en negro, ni un rayo de luz. Poco a poco, el chico comenzó a abrir los ojos, todavía no estaba seguro de qué era aquel lugar. Sus oídos, no hacían más que pitarle, y su cabeza, presionar y presionar, con un dolor tremendo. Cuando notó un ligero escozor en la frente, se pasó la mano, dándose cuenta de que estaba sangrando.

Su vista se fue acostumbrando, había poca luz, ¿era de noche? "Sí, estaba oscureciendo", dijo para sí mismo. De todas formas, había luz, pero no generada por las farolas de la calle. Fuego. Era fuego. Decidió fijarse de una vez por todas dónde se encontraba él, fijándose cómo su vista, estaba del revés. Estaba dentro de un vehículo, un vehículo que había tumbado en algún momento.

Tratando de no rasgarse la ropa y la piel con los cristales, se arrastró hasta lo que alguna vez fue una ventana, saliendo por fin al exterior. Entonces recordó qué estaba haciendo, volver a casa en autobús.

- Joder... - Dijo, contemplando la de cuerpos que había en el interior del bus, sin mover un músculo.

- P-por favor... - Una débil voz resonaba dentro del vehículo – Ayúdame...

- ¿Hola? – Se acercó - ¡No te veo, sigue hablando!

- Aquí... - Hizo un gesto con la mano, que asomaba por la ventana.

- Vale, vale... - Era una anciana, parecía estar estable – Sácame de aquí, chico...

- Enseguida, no se preocupe, señora – Carlos vio que la mujer tenía las piernas pilladas con el asiento de enfrente. No podía sacarla tan fácilmente.

- ¿Qué ha pasado...? – Miró a su alrededor, confusa.

- No sé, yo... - Se asomó, tratando de entender por qué había volcado el autobús.

Había personas corriendo de todas partes, desesperadas, heridas... Un edificio tenía varios pisos en llamas, la luz de las farolas estaba fallando, toda la electricidad. Y comprendió por qué había volcado el autobús, había un enorme tráiler al lado, había arrasado con él. Y por supuesto, comenzó a oler. Aquel hedor fuerte a gasolina, por todas partes.

- Por favor... - Insistió la mujer.

- Sí... ¡S-sí, sí! ¡Vale, ah...! – No podía pensar, si tiraba de ella le haría mucho daño, y no lograría sacarla – Bien, ¿cómo se llama?

- Lucy... - Suspiró, agotada.

- Genial, Lucy, yo me llamo Carlos. Veo que tiene las piernas atrapadas, voy a buscar ayuda, y vuelvo corriendo, ¿vale? No tardaré, se lo prometo.

- De acuerdo, hijo, gracias... - Sonrió, por muy dolorida que estuviera.

- Vale, ya vuelvo, ¡no se duerma! – Corrió buscando a cualquiera, no importaba quién. Una persona salía de un callejón, aterrada - ¡Eh, hola! ¡Por favor, necesito ayuda, hay una señora...!

- ¡¡Quita de en medio!! – Le tiró al suelo.

- ¡¡Eh!! ¡¡Gilipollas!! – Se puso en pie, tratando de controlar los nervios. Otra persona, alguien de su edad, venía corriendo - ¡Eh, oye, necesito tu ayuda, por favor!

- ¡¡No te pares y corre!! – Le tiró del brazo.

- ¡Oye, oye, pero adónde me llevas!

- ¡¡Corre y no te des la vuelta!!

- ¿Por qué...? – Hizo caso omiso, del fondo de aquel tenebroso callejón, algo de un tamaño descomunal emergió. Algo que jamás pensó que contemplaría, no había referencia animal que pudiese coincidir, era una criatura a la que casi todas las personas catalogarían como "un monstruo". De tez blanquecina, sin pelaje, de varios metros de alto, con unas patas delanteras robustas y fuertes más altas que las traseras. Y su rostro... Su rostro lleno de colmillos en aquella enorme boca.

REFLEJO.42: Los ArchivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora