CAP 3: De fiestas, conejos y demonios

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CASSIE

La puesta del sol tornaba dorado el cielo a mi espalda cuando caminaba hacia la universidad. Las nubes absorbían los últimos rayos de luz, dibujándose como pinceladas sobre óleo en un cuadro que contrastaba drásticamente con el miedo y la confusión que ahogaba en mi interior. 

Cuando llegué a la entrada de la universidad ya estaba Sofi allí esperándome. Vestía un crop-top negro y unos vaqueros azules rasgados. Una malla de red se asomaba por los agujeros de su pantalón y por sobre su cintura, y un gorro de lana negro se posaba por sobre su rubia cabellera. Sofi siempre me sorprendía con sus looks, e incluso hizo que cuestionara mi propia elección de vestuario; una sudadera gris y calzas negras.

—¿No crees que te dará frío? —le pregunté mientras cruzábamos el ancho portón de hierro.

—Mi tarea es venir guapa —respondió examinando las claras puntas de su cabello alisado—. Calentarnos es tarea de los chicos.

La universidad se mostraba casi desierta, de no ser por los últimos maestros y funcionarios que volvían a sus hogares. No había ninguna señal que sugiriera que en algún lugar del campus se estuviese llevando a cabo una fiesta, aunque quizás en ello recaía la magia de El Bosque; el extenso terreno de árboles al límite del campus que los estudiantes utilizaban para organizar sus botellones.

—O sea, ¿vienes desabrigada esperando que Trevor te de su campera?  

—O un abrazo —dijo con una sonrisa—, lo que le resulte más cómodo.

Fingí una arcada y Sofi me empujó amistosamente.

—No sé qué le ves a ese chico —comenté—. Creé que con utilizar su uniforme deportivo todo el tiempo se verá más guapo de lo que es, pero yo no dejo de pensar en el olor que acumulará esa licra verde...

—¡Cass! —interrumpió Sofi escandalizada—. Tus fantasías puedes dejarlas para tu intimidad.

Ya se había oscurecido, y nos encontrábamos bordeando el edificio de agronomía. Pensé en algo para responderle, pero entonces la música llegó de pronto hasta nosotras, acompañada de un aroma a pino y eucalipto. Mi amiga aplaudió emocionada y se adelantó, tomándome del brazo para que nos adentrásemos juntas en El Bosque.

Nos bastó con rodear un par de árboles para encontrarnos de frente con la fiesta. Luces navideñas saltaban entre los troncos y adornaban parte de sus copas. Mesas rústicas se acomodaban a sus pies, ofreciendo tragos de todo tipo. No había más de veinte personas allí, pero todas bailaban entre sí vistiendo los colores distintivos del equipo de rugby; verde y gris.

El semestre estaba acabando, y según lo que Sofi me había dicho aquello sería una junta de humanidades para desahogar los nervios previos a la semana de exámenes, y aunque nunca había sido mucho de fiestas, decidí acompañarla, también en parte para despejar mi mente. 

Aun así, nada me había preparado para acudir a lo que a todas luces era una de las típicas fiestas organizada por los conejos furiosos; el equipo de rugby en donde la arrogancia y el narcisismo parecían ser parte de los requisitos de ingreso.

—¡Hola! —saludó Sofi en general, sin soltarme del brazo.

Todos gritaron efusivamente, levantando sus vasos rojos de plástico. 

«Genial» pensé. «Están todos ebrios».

Sofi parecía feliz de desenvolverse en su elemento. Se acercó con naturalidad a la mesa más cercana para servir dos vasos con vodka y jugo de naranja. Me tendió uno, sorprendiéndome con el gesto, pues ella sabía que yo no bebía alcohol, y hubo cierta súplica en su mirada que no descifré del todo. Quizás se sentía culpable porque sabía que aquel ambiente no era lo que esperaba y buscaba remediarlo, o tal vez simplemente quería que bebiese para relajarme y disfrutar junto a ella. Hice un esfuerzo por sonreír y le recibí el vaso de manera cortés.

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