D O S

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Oliver empezó a despertar luego de varias horas y para su sorpresa, el cielo rojizo ya indicaba el término del día. Sus ojos se apretaron al sentir los últimos rayos del sol estrellándose contra su rostro y sus mejillas se ruborizaron por haber pasado tanto tiempo dormido; había perdido el registro de las horas que había estado inconsciente. Bufó, y se removió incómodo entre las sábanas dañadas por el polvo.

Sus pensamientos también eran borrosos. Le costaba recordar la situación que lo había llevado al oscuro lugar donde se encontraba ahora. Se aclaró la garganta queriendo recuperar el sentido y poner sus pensamientos en marcha; debía escapar, como fuera.

Alejandro observó al hombre adormilado desde el otro rincón de la habitación; le costaba decidir que haría. Le era difícil imaginar hasta donde tendría que llegar para sacar la información que buscaba de esa boca pequeña. Porque en su mente, además de la frustración de toda esa situación, lo único medianamente nítido eran los planos imperfectos de la bodega que había visto antes. Lo demás o incluso que el muchacho muriera a mitad del interrogatorio, no eran cosas de su actual importancia.

Y no es que fuera cruel sino simplemente, Alejandro seguía su propio instinto de supervivencia y el de su manada.

Alejandro estaba sentado en un viejo sofá verde maltratado y deshilachado, tan olvidado como el resto de la habitación de hotel. Sus manos se mantenían entrelazadas y su mentón recargado en estas, cuyos codos se apoyaban en sus rodillas. Suspiró con pesadez queriendo abandonar los nervios, dispuesto a cumplir con su labor.

Cuando el periodista sintió su presencia, intentó levantarse.

-¿Hay alguien allí?

Alejandro se levantó y caminó hacia él, siendo escoltado por una diminuta nube de polvo que hizo presencia sobre el asiento al ser abandonado. Se acercó sacando una cuchilla impecable del bolsillo trasero de su pantalón, pasándola frente a los ojos de su prisionero para que pudiera contemplar el filo.

Al observar el destello en la hoja metálica, Oliver empezó a recobrar el sentido y apenas terminó de hacerlo, logró percibir la existencia de las cuerdas que lo mantenían inmóvil. Bufó irritado pensando en lo anticuado que había resultado su adversario y ladeó el rostro, depositando sus mejillas pecosas en las mantas bajo su cabeza. Obtuvo un poco más de información; estaba en un lugar suave, posiblemente una cama. Una cama impregnada en el sudor contrario y cuántas cosas más pudiera imaginar pero a final de cuentas, un lugar suave.

Agradeció que al menos no pasaría dolor de espalda.

Respiró profundo analizando al hombre sobre él, intentando encubrir el miedo que se aproximaba a su estabilidad. Entrecerró los ojos luchando por tranquilizarse. Sabía que en situaciones desconocidas, lo más sabio era no perder la calma.

Con el seño fruncido y los labios entreabiertos, ayudado por el crepúsculo Alejandro admiraba asombrado los cabellos rizados de quién le hacía compañía. Se perdía en el curso de las finas hebras despeinadas color miel y bajaba la mirada hasta su rostro pecoso iluminado por el cielo; le pareció tan tierno. Con aquellos finos rayos de sol que se filtraban por la ventana, incluso llegó a parecerle un ángel.

Un ángel de tamaño diminuto y ropas sucias debido a la crueldad de las circunstancias.

-¿En serio me ataste? Qué triste que no te funcione esa cabezota que tienes.

La voz frustrada de Oliver fue la primera en desvanecer parcialmente el silencio en que la habitación se había hundido. Intentaba encontrar valor para enfrentarlo una segunda vez, ahora, psicológicamente. Planeaba terminar con su paciencia hasta que se hartara de él y lo botara a la ciudad.

Cuando el mañana nos consumióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora