T R E S

40 6 22
                                    

« ¡¿Qué diablos hice?! ¿Qué mierda pasó por mi mente en ese momento? Lo lastimé... Lo violé prácticamente. ¿Qué pensarán el resto del grupo? El respeto, la admiración y seguridad que veían en mí... Todo se irá. »

« ¿Qué mierda haré ahora? Sólo estaba molesto. No era mi intención llegar a tanto...»

« ¿Por qué no me detuve? ¡Maldición! Si solo... Si solo no hubiéramos hecho ese maldito viaje... No estaría con esta jodida culpa. Pero, ¡Si se muere nadie sabrá! »

« No... »

« No. No puedo pensar algo tan inhumano. Hice algo mucho peor que devorar personas. Soy peor que esos monstruos. Joder... Joder... ¡JODER!»

-¿Estás bien? Parece que estás teniendo una pelea ahí en esa cabeza-. La voz de Matthew lo sacó de sus pensamientos, Alejandro suspiró frustrado sin levantar el rostro. ─Por cierto, ¿Qué hiciste con el chiquillo? Allá te veías muy decidido a matarlo. ¿De verdad lo hiciste?

Alejandro tragó con dificultad y fijó su mirada aceitunada en la de Matthew; aunque estuviera perdido en sus pensamientos y con un millón de sentimientos mezclados, su rostro se veía tan apático como siempre.

-Sabes que no mato a inocentes.

-Sí, sí, por eso... Si no lo hiciste, ¿Me lo puedo quedar? ¡Se veía muy lindo! ¿Viste sus mejillas? ¡Tenían muchas pequitas! ¿Me lo das?

Para el grupo no era un secreto que el segundo al mando fuera gay, tenía sus encuentros con algunos hombres de la misma base. A Alejandro nunca le había molestado la vida sexual de los demás pero ese comentario le molestó a tal punto que se levantó de la mesa y lo sujetó de la camisa, elevando su cuerpo unos centímetros del suelo.

-Ni se te ocurra ponerle un dedo encima, lleva tus homosexualidades a otra parte y no entres en mi habitación. ¿Quedó claro?

El muchachito de cabellos azules viró los ojos; aún asustado, tenía la suficiente confianza para poder salirse de las manos del militar. Confiaba en que no lo golpearía pero le resultó extraño que defendiera a quien se suponía era su prisionero, pero no insistió más. Simplemente se encogió de hombros y soltó un bufido con cansancio, dando dos palmaditas en el pecho de Alejandro antes de apartarse.

─Sí, sí, como digas, grandote. Ahora suéltame que arrugas la ropa.

Pasaron los minutos y para cuando se retiraron del comedor, ya era bastante tarde. El patio estaba vacío y los pasillos del edificio se encontraban en completo silencio; nadie se quedó a hacer guardia debido a que también dormían los que partirían por la madrugada.

Pasaban de las nueve y media y los pasillos estaban a oscuras para ahorrar electricidad; no había nadie levantado, pero Alejandro sí. Daba vueltas de un lado a otro en el estrecho pasillo frente la puerta de su habitación. En el piso que residía que era el último del edificio, solo habían tres habitaciones en uso; una era de Matthew, otra de una señora de mediana edad con dos adolescentes y la suya. La señora había sido puesta en ese sitio por sus hijas ya que corrían el riesgo de ser abusadas porque... Bueno, ellas no eran feas.

El sonido de sus botas golpeando el piso despertó a una de las chiquillas, quien decidió salir de la habitación pensando que se trataba de algún peligro. Ella llevaba un camisón largo color lavanda, un nudo en el cabello y los pies pálidos dezcalzos. Y una expresión de confusión y cansancio en el rostro.

-¿Alec? ¿Qué haces despier...?

-Natalia, ¿Qué hago si lastimé a alguien sin querer y ahora esa persona dice que me odia?

Cuando el mañana nos consumióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora