El sonido de la cuchara golpeando la superficie del plato era lo único que rompía el silencio en el vacío comedor. La mesa de madera oscura tenía tres sillas, pero solo dos estaban ocupadas. El castaño sentía el frío de la loza a través de sus calcetines; aun así, mantenía la vieja costumbre de quitarse los zapatos al comer. Era de las pocas cosas buenas que conservaba de su infancia.
Los ojos verdosos del menor se encontraban una y otra vez con los del hombre frente a él. Incluso sin palabras, aquella mirada le helaba la sangre. Su cuerpo se estremecía de miedo, y su corazón latía con frenesí mientras el terror lo consumía.
Tomaba sorbos leves de la sopa, cuidando de no hacer ruido. Evitaba cualquier contacto, pero a veces sus manos se rozaban, y cuando eso pasaba, él se apartaba de inmediato. Las memorias de aquella noche se repetían en su mente como una pesadilla interminable. Sentir ese tacto sobre su cuerpo lo llenaba de asco. El desvelo lo atormentaba; las ojeras marcaban su rostro de forma cada vez más notoria, y la pérdida de peso era evidente.
"De una u otra forma, voy a morir". Ese pensamiento era constante, al punto en que la idea de desaparecer ya no le aterraba. Pero ni siquiera eso podía hacer, porque aún quería ver a Demian. Al menos despedirse antes de que todo fuera demasiado tarde.
La esperanza se había convertido en un sueño, una fantasía con la que se engañaba cada noche antes de dormir, solo para despertar sudando frío y con náuseas. A veces lloraba hasta que sus párpados entumecían. Estaba muriendo, pero no de la manera que deseaba.
El estruendoso sonido de la cuchara cayendo sobre el plato le erizó la piel. Se había perdido tanto en sus pensamientos que la dejó caer sin darse cuenta. Su mano temblorosa la tomó de nuevo, pero antes de poder seguir comiendo, sintió el agarre del mayor. Su labio inferior comenzó a temblar mientras intentaba disimular su miedo.
—Ten más cuidado, pequeño.— Una sonrisa se dibujó en el rostro del hombre.
"Repugnante". Pensó el castaño al verlo.
—Sí.
No volvieron a hablar hasta que cayó la noche. Un suspiro de cansancio escapó de los labios del mayor. Eso significaba que pronto se dormiría. El castaño esperó pacientemente a que su padre se encerrara en su habitación para poder ir a la suya. Sabía que todo volvía a ser como antes. No podía moverse sin su permiso. Si lo hacía, no terminaría bien.
Y, tal como pensó, sucedió. Su padre se retiró a su habitación. El castaño escuchó cada paso con detenimiento. No se movió ni respiró hasta oír el sonido de la puerta cerrándose y el pestillo ajustándose. CLICK. Aquel sonido era su señal. El lobo ya no acechaba a la presa.
Subió las escaleras con cautela. El sonido de la puerta cerrándose tras él le brindó un poco de tranquilidad. Caminó hasta su escritorio y observó al pequeño gorrión picoteando el alpiste dentro de la caja. Apenas llevaba cuatro días de haber sido curado y ya intentaba aletear para volar. Una sonrisa surgió en sus labios al verlo dar pequeños saltos.
Un amigo.
—Amigo.— Susurró, recordando al chico hablador que había conocido en el instituto. Lo acompañó hasta la salida aquel día y se separó de él en cuanto divisó el automóvil de su padre. Ahora estaba de nuevo aquí, atrapado en su rutina, con la única excepción de esos momentos que compartía con su nuevo amigo. Pero lo evitaba siempre que su padre estaba cerca. No quería que se lo arrebatara.
Sus pasos lo llevaron hasta el borde de la cama. Miró el pijama doblado con perfección. Tomó el polerón de manga larga y lo frotó contra su rostro, aspirando su aroma. Una queja se escapó de sus labios al notar que ya no conservaba aquel característico olor a chocolate.

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𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚
RomanceWill quería un trabajo para poder salvar a su abuela, mientras luchaba con sus pesadillas, y Demian estaba cansado de escribir cosas de amor sin aún conocerlo. ¿Y si lo único que necesitarán es la simple compañía del otro?