004

204 9 0
                                    

𝗔𝗟𝗘𝗦𝗦𝗜𝗔

—¿Puedo traerte algo más? —Pregunté, plasmando mi mejor sonrisa de servicio al cliente en mi rostro a pesar de que básicamente estaba muriendo por dentro. Sentí como si me hubieran clavado un cuchillo en el abdomen, me retorcía internamente.

Yo estaba hundida en el dolor, por decir lo menos.

—Solo la cuenta, por favor. —Murmuró el chico de cabello rubio rizado, sin siquiera molestarse en mirarme. Asentí, sabiendo que si intentaba hablar, solo se me escaparía un quejido.

La sonrisa de mi rostro desapareció, una mueca la reemplazó mientras me alejaba de la pareja.

Tuve la honra de que mi periodo me visitara el domingo, el día anterior, y estaba a punto de caer desplomada justo ahí.

El segundo día siempre era el peor.

—Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien. —Murmuré a nadie en particular, sobre todo tratando de convencerme a mí misma.

Me limpié las palmas de las manos en el delantal y procedí a marcar la cuenta del cliente. Suspiré profundamente, tratando de no mostrar el dolor en mi rostro.

Si mi gerente me viera haciendo una escena, me metería en problemas.

—Que tengan un hermoso día. —Le dije a la joven pareja, notando que me habían dado una generosa propina.

Parecían niños de secundaria que decidieron almorzar en restaurante. Con tímidas sonrisas en sus rostros, me saludaron. Casi asombro en voz alta. Parecían completamente enamorados el uno del otro.

Fue una distracción temporal de dolor, hasta que una fuerte punzada casi me hizo doblegarme. Mis cólicos siempre fueron terribles y empeoraron después de que dejé el control de la natalidad.

El impulso de gritar en voz alta y hacer una rabieta masiva en el medio del piso me golpeó. Pero en cambio, suspiré y regresé a la caja, desplomándome sobre ella como si el mundo se pusiera sobre mis hombros.

—Alessia, estás sudando. ¿Estás bien? —La voz preocupada de Isabel salió de mi lado.

Su mano se posó en mi hombro de forma reconfortante, y levanté la cabeza para mirarla, sin importarme que mi cabello me cubría la cara como una cortina.

Puso mi cabello detrás de mi oreja, mirándome de manera preocupada y luego puso el dorso de su mano en mi frente. Miró si tenía fiebre y tengo que admitir que mi cabeza si se sentía caliente. Le dí una sonrisa agradecida y relajó el ceño fruncido de su rostro.

—Estaré bien cuando la medicina que tomé finalmente haga efecto. —Dije antes de sisear entre dientes.

El dolor viajó a través de mi espalda baja, envolviéndome en un jodido agarré de hierro. Aflojé el botón de mi blusa con una mano, gimiendo de alivio cuando el aire golpeó el escote.

—¿Es hora de lava? —Preguntó Isabel, haciéndome reír.

Asentí con la cabeza. Su rostro cayó al darse cuenta, sus labios se fruncieron en desaprobación. —Durante años he estado discutiendo con el gerente para permitir la licencia de menstruación para cualquiera que lo necesite y parece que realmente lo necesitas. Oh, pobre bebé. Es difícil cuando el dueño es un hombre. —Dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza. Decepcionada.

—Lo sé. No hay nada que podamos hacer al respecto. —Dije, mirando alrededor del restaurante temático amarillo. Era justo después de la hora pico, lo que significaba que la velocidad a la que llegaban los clientes solo podía disminuir. Gracias carajo.

ALESSANDRO [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora