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𝗔𝗟𝗘𝗦𝗦𝗜𝗔

—Un poco pero.

—Bellissima. ¿Tienes hambre? ¿Sí o no? —Dijo inexpresivo, dándome una mirada que decía que necesitaba una respuesta adecuada.

Pensé que solo quería comprobar si estaba bien.

Me tomé un segundo para responder. —Sí.

Sonrió, satisfecho con mi respuesta. —Ves lo fácil que fue. Eso es todo lo que tenías que decir. ¿Está bien la pizza o te apetece algo más?

—La pizza está bien. —Murmuré, molesta porque hizo que fuera tan fácil para mí ablandarme con él. Sandro fue generoso, un poco demasiado generoso, pero funcionó y me sorprendí riéndome cuando el también se rió. Murmuró algo para sí mismo, en su propio idioma y entrecerré los ojos hacia el, pero decidí dejarlo pasar.

"Son peligrosos, pero también son realmente…" Pensé en lo que dijo Liv. ¿Pero qué? ¿Caliente? Sí. ¿Atractivo? Sí. ¿Molesto? Sí.

Respiré profundo y fruncí los labios mientras Sandro sacaba su teléfono del bolsillo de su pantalón. ¿Qué debo hacer? ¿Pedirle que se siente conmigo? Justo cuando abrí la boca para hablar, él se estaba acomodando en el sofá. Se sentó, hundiéndose en el asiento mientras mantenía su enfoque en la pantalla.

Casi me río para mis adentros, por supuesto que que seguiría adelante y se sentiría como en casa.

Me senté junto a él, manteniéndome ocupada doblando la manta que había desordenado. Hubo un silencio entre nosotros, y se prolongó lo suficiente como para convertirse en una intimidad inesperada. Nuevamente, fue interrumpido por él inclinándose adelante y colocando su teléfono sobre la mesa de vidrio.

—Lo siento por eso. —Se giró hacía mí y su camiseta se tensó contra sus músculos cuando se movió. Tuve que comerme físicamente para no buscar en algún lugar que no debería. —Serán unos quince minutos.

No mires sus tatuajes. No mires.

—Eso es rápido. Por lo general, espero 45 minutos. —Dije, ignorando el impulso de mirar por encima de la tinta en su piel. Siempre fui una persona curiosa, y cuando algo tan interesante estaba frente a mí, era difícil ignorar la curiosidad.

Dios, tengo muchas ganas de mirar.

Levantó el brazo, apoyándolo en el respaldo del sofá. Santa mierda.

Le eché la culpa a mi período por la forma en la que me sentía.

Si, definitivamente era mi período.

Cómo si leyera mi mente, Sandro habló. —¿Sigues teniendo dolor? ¿O está mejorando?

—¿Dolor? —Repetí, sorprendida por la forma casual en la que me preguntó eso.

—Sí. Dijiste que estabas en tu período. ¿Todavía tienes dolor? —Dijo tan fácilmente, sin pestañear. Los hombres con los que me había encontrado hacían muecas al pensar que alguien estaba sangrando por la vagina, pero a Sandro no parecía molestarle. Tuvo la misma reacción la primera vez que se lo dije, y me dí cuenta de que realmente le importaba un carajo.

ALESSANDRO [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora