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𝗔𝗟𝗘𝗦𝗦𝗜𝗔

Empujé el carrito por el pasillo brillantemente iluminado, agradeciéndole a mis estrellas de la suerte que la tienda estuviera vacía. No estaba de humor para tratar con nadie, pero mis armarios estaban vacíos y necesitaban desesperadamente reabastecerse.

Mi mano se estiró para agarrar una caja de pasta en el estante superior, pero apenas la rocé, incapaz de alcanzarla. Resoplé molesta y lo intenté de nuevo.

—Aquí tienes. —Dijo una voz familiar y un brazo pasó por encima de mi cabeza y agarró fácilmente la caja. Me di la vuelta y mi rostro se encontró con un amplio pecho. Levanté la vista, reconociéndolo instantáneamente.

—Marco. Gracias. —Exhalé torpemente, retrocediendo un paso porque estaba incómodamente cerca de mí. Marco sonrió, colocando la caja en el carrito sin romper el contacto visual. Llevaba una camiseta negra y jeans azules, la misma ropa con la que lo conocí por primera vez en el club. Supongo que debe haber sido su atuendo de trabajo.

—De nada. Alessia, ¿Verdad? —Chasqueó los dedos, entrecerrando los ojos con curiosidad.

—Me sorprende que lo recuerdes. Debes ver muchas caras. —Le dije, sin dejar de empujar el carrito. Marco caminó a mi lado. Tomé nota de que no tenía ningún interés en él y fruncí el ceño.

—¿Cómo podría olvidar una linda carita como la tuya? —Dijo con coquetería, acercándose tanto a mí que podía sentir el calor de su cuerpo. Hice una mueca internamente. A Alessandro no le va a gustar que te ciernes sobre mí, quise decir pero me abstuve de hacerlo.

En cambio, simplemente aceleré mi ritmo.

Marco agarró el trozo de papel de mi mano y comenzó a hojear los artículos. Se sentía como una invasión a la privacidad y puse los ojos en blanco, recuperándolo.

—Oh, vamos. Solo quiero ayudar. —Dijo, caminando más rápido para seguirme. Y yo solo quiero que me dejen en paz.

—Casi termino, Marco. Está bien, no tienes que ayudarme. —Dije, alcanzando una botella de aceite de oliva, pero Marco se me adelantó.

—¿Enserio? —Le di una mirada aburrida y su respuesta fue una sonrisa tímida y un encogimiento de hombros. Fue entonces cuando noté su aro en la nariz, y Marco confundió mi mirada con otra cosa.

—Por favor, continúa mirándome. —Me guiñó un ojo y me burlé, alejándome de él.

—Deja de huir. —Dijo, corriendo delante de mi carrito y evitando que siguiera caminando. Gemí, la molestia en mi rostro muy clara, pero Marco no captó ninguna pista. Empujé contra su ingle, un débil intento de hacer que se apartara, pero solo se quedó allí.

—Muévete. —Exigí, apretando los dientes. Dio un paso al costado. Finalmente.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —Preguntó, caminando a mi lado otra vez.

—No. Estoy caminando. —Respondí, justo cuando llegábamos a las cajas. Murmuré un saludo rápido al cajero y procedí a desempacar los artículos. Marco se me adelantó y empezó a hacerlo también.

—Bien. Caminaré contigo. —Se encogió de hombros y dejé escapar un suspiro de frustración.

—Déjame en paz. —Le dije con severidad, y el cajero me miró mal porque probablemente me veía como la persona más grosera y maleducada del mundo. Comenzó a manejar mis artículos con menos cuidado que antes.

—Déjame invitarte a tomar un café... o un té. Lo que quieras, me apunto. —Dijo Marco, apoyándose en el mostrador. El cajero me miró con una ceja levantada, esperando mi respuesta. No respondí, mirándolos a ambos porque estaba harta. Golpeé mi tarjeta en la máquina y agarré las bolsas de papel.

ALESSANDRO [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora