Capítulo 6

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Narra Lucas

Después de mi primera discusión con Nayara me voy. Estoy siendo sincero con ella. Hace mucho tiempo que no digo una sola mentira a alguien. Ella me importa. Pero hay algo que hace que ella se aparte de mí. No me creo que sea sólo lo que piensa de mí. Eso influye pero debe haber algo más. Estoy enfadado porque no me cree. Por eso, estoy andando en dirección a las clases en vez de quedarme con ella. Me encanta verla y estar con ella. Pero me conozco y sé qué pasa cuando estoy enfadado. No quiero decir cosas de las que luego me arrepentiré. Soy experto en herir a la gente, tanto con palabras como con puños. Cuando me hacen daño, aplasto al otro. Y no quiero hacer eso con Nayara. Lo único que necesito es que me crea.


Estoy a punto de entrar en la clase cuando veo a Lucía ir hacia donde estaba yo. La idea no me gusta así que la sigo intentando que no me descubran. En menos de dos minutos me encuentro envuelto en una red de persecución. Yo persigo a Lucía mientras que ella sigue a Nayara. Intenta encontrarla desprevenida y sola. No voy a dejar que le haga daño pero tampoco voy a intervenir antes de tiempo. Para mi sorpresa, se dirigen a la salida. ¿Nayara saltándose clases? Algo no va bien. Su cara es triste y veo cómo intenta no llorar.  Me muero por saber el motivo de su llanto. ¿Es por lo que le he dicho? ¿O es por la pelea que ha tenido? No creo que ella se ponga triste por combatir con alguien pero no tengo claro que yo cause eso en ella. Al menos, prefiero no creerme esto porque me sentiré culpable.


Un coche aparca delante y de él sale un chico que la abraza al momento. Sergio. Ella necesita a alguien y no ha venido a mí. Quiere apoyo y no estoy con ella para dárselo. Le prefiere a él. Eso hace que me enfade. Me cabreo conmigo y con ella, con Sergio y con el resto del mundo. Me recuerdo que sólo son amigos pero eso no hace que me calme. Cuando los observo irse, noto que tengo los puños apretados. Quiero golpear algo. Así que me subo a mi moto y me voy al gimnasio.


La velocidad me relaja un poco pero no lo suficiente como para no querer romperle la cara a alguien. Me preparo y me pongo a pegar al saco tan rápido cómo puedo. Después de dos asaltos, me llama mi entrenador y, a regañadientes, voy con él. Me hace pasar a su despacho. Es un cuarto viejo, con una mesa llena de papeles desordenados, un teléfono antiguo y las paredes llenas de fotos de boxeadores. No es lujoso, igual que el gimnasio, pero hay lo que se necesita para tirar adelante un club. Lo mejor de este sitio son los entrenadores. Tienen una experiencia que no puede hacer otra cosa que guiar bien a sus pupilos y en el gimnasio hay el material necesario como para no necesitar ir a ningún otro sitio. Me siento en la silla de delante de la mesa mientras espero que él se decida a hablar.


 -       Tienes una pelea el mes que viene.

 -       Perfecto.

 -       No quiero distracciones, no quiero fiestas, no quiero alcohol y tabaco y no quiero que faltes a entrenar. ¿Entendido?

 -       Sí.

 -       Haz un par de asaltos de comba.

 -       Pero... - Quiero golpear, no saltar.

 -       No rechistes. Sólo hazlo.

 -       Voy.


Y hago lo que me dice. Mientras salto, no puedo evitar enfadarme más. La rabia se acumula y no sale. Sé que es malo para mí, que se girará en mi contra, pero no puedo hacer nada. Tengo que acabar los malditos asaltos saltando. Son las órdenes. Y, aunque sea un rebelde que hace lo que quiere, al entrenador le hago caso. Por lo menos lo intento. No quiero fallarle porque es quién ha confiado en mí todo este tiempo. Des de que empecé con esto siendo un crío, aunque a mí no me lo pareciera, hasta ahora ha estado conmigo en lo bueno y en lo malo. Y la parte desagradable ha sido la mayor. Es el único que no me ha juzgado sino que me ha guiado. Con todo lo que ha hecho por mí, le debo algo muy grande y de momento se lo pago con respeto y obediencia.

¿Siempre eres tan serio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora